Capítulo 13
Resulta claro en el libro de los Hechos 5:30,31, que el arrepentimiento acompaña al perdón. Leemos en el versículo 31, que Jesús fue ensalzado para dar arrepentimiento y perdón de pecados. Estas dos bendiciones se desprenden de las manos sagradas una vez clavadas al madero, de las manos de Aquel que ahora está en la gloria. Arrepentimiento y perdón están entrelazados por el propósito eterno de Dios. Lo que Dios ha juntado, no lo separe el hombre.
El arrepentimiento debe ser compañero del perdón, y verás que así es, pensando un poco sobre el caso. No es posible que se conceda el perdón a un pecador no arrepentido. Tal cosa le aprobaria sus malos caminos y le haria pensar poco en la culpa del pecado. Si el Señor dijera: Tu amas el pecado, vives en él y vas de mal en peor, pero no importa, yo te perdono,» esto equivaldría a la proclamación de una infame libertad de pecar, Equivaldría a poner en duda los fundamentos de todo orden social, resultando de ello el desorden moral. No podría yo explicar los escándalos innumerables que resultarian Ineludiblemente, si se pudieran separar el arrepentimiento y el perdón quitándose el pecado mientras que el pecador lo amara como siempre.
Es del todo natural que si creemos en La Santidad de Dios, es positivo que si continuamos en el pecado no queriendo arrepentirnos del mismo, no podemos esperar que Dios nos perdone, pero si, recogeremos las consecuencias de nuestra terquedad. Según la bondad infinita de Dios se nos promete que, si abandonamos nuestro pecado confesándolo, aceptando por fe la gracia que esta en Cristo Jesús. Dios «es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1Juan 1:9). Pero mientras tanto que Dios viva, no puede haber promesa de misericordia para los que continian en sus malos caminos negándose a reconocer sus transgresiones. Ciertamente no hay rebelde que pueda esperar que su Rey le perdone mientras que prosiga en rebeldía manifiesta. Nadie puede ser tan loco que se imagine que el Juez de toda la tierra borre nuestros pecados, si rehusamos arrepentimos y confesarlos nosotros mismos.
Además, esto es así a causa de la Perfección de la Misericordia Divina. Una misericordia que perdona el pecado, dejando al pecador viviendo en el pecado, seria insuficiente y superficial. en verdad. Sería una misericordia deforme. ¿Cuál de los dos privilegios piensas que es el mayor: borrar la culpa del pecado o librar del poder del pecado? No tratare de pesar en una balanza dos misericordias sin igual. Ninguna de ellas nos alcanzaría sino mediante la sangre preciosa de Cristo. Pero me parece que la salvación del poder del pecado, al ser santificado, al ser hecho semejante a Dios, debe considerarse la mayor de las dos, si alguna comparación tuviéramos que hacer, Favor incalculable es el perdón.
En el Salmo 103:3; hacemos esta, la nota primera: «El es quien perdona todas tus iniquidades.» Pero si pudiéramos alcanzar el perdón, y luego tener permiso de amar el pecado. practicar la iniquidad y revolcarnos en el fango de los vicios. ¿para que nos serviría tal perdón? ¿No resultaria un dulce venenoso que del modo más eficaz nos arruinaria? El ser lavado y, sin embargo, quedar en el fango; el ser declarado limpio y, no obstante. llevar la lepra blanca en la frente, seria la burla más pesada que se hiciera de la misericordia, ¿Para que serviria sacar el cadáver del sepulcro, sin poder devolverle la vida? ¿Para que llevarlo a la luz. sino puede ya mirarla?
Nosotros damos gracias a Dios, porque Aquel que perdona nuestras iniquidades, también sana muestras dolencias. El que nos limpia de las manchas del pecado, nos salva de los caminos sucios del presente y nos guarda de caer en el porvenir. Es preciso que recibamos agradecidos tanto la palabra del arrepentimiento como la de la remisión del pecado. Son dos cosas Inseparables. La heredad del pacto es una e indivisible y no se divide en partes. Dividir la obra de la gracia, sería partir una criatura por la mitad, y quien tal permitiera, demostraría que no tiene interés alguno en el asunto.
Pregunto a los que buscan al Señor, ¿Estarías contento con que Dios te perdonara lus pecados, dejándote luego vivir como un malvado y mundano como antes? Ciertamente que no; el espiritu vivificado tiene más miedo del pecado mismo que de los castigos que resultan del mismo. El grito de tu corazón no es: ¿Quién me librará del castigo? Sino Miserable hombre de mi! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?» (Rom. 7:24). ¿Quién me hará capaz de vencer la tentación y ser santo como Dios es santo? Ya que la unidad del arrepentimiento y el perdón concuerdan con el deseo realizado por la gracia, y ya que es necesaria esa unidad para la perfección de la salvación, como a causa de la santidad, descansa seguro de que permanecerá esa unidad.
El arrepentimiento y la remisión del pecado son inseparables en la experiencia de todos los creyentes. Jamás hubo persona que de verdad se arrepintiera de sus pecados, confesándolos a Dios en el nombre de Jesús, que Dios no perdonara; por otra parte, jamás hubo persona que Dios perdonara sin arrepentimiento del pecado. No vacilo en afirmar que bajo las bóvedas del cielo jamás hubo, ni hay, ni habrá caso de pecado limpiado, a no ser que al mismo tiempo hubiera arrepentimiento y fe en Cristo Jesus. El odio al pecado y el sentimiento de perdón entran juntos en el alma y permanecen juntos mientras vivamos.
Estas dos cosas actúan mutuamente. El hombre arrepentido es perdonado, y el perdonado se arrepiente más profundamente después de perdonado. Así es que podemos decir que el arrepentimiento conduce al perdón y el perdón al arrepentimiento.
«La ley y los terrores, dice el poeta, sólo endurecen al hombre, mientras actúan a solas; pero un sentimiento de perdón, adquirido mediante la sangre ablanda el corazón de piedra.
Convencidos del perdón, aborrecemos la iniquidad. Y supongo que cuando la fe se haya aumentado hasta la seguridad plena, de modo que estemos muy seguros sin sombra de duda que la sangre de Jesús nos ha emblanquecido más que la nieve, entonces el arrepentimiento ha llegado a la perfección.
La capacidad de arrepentirse crece a la medida de que la fe crece. No haya equivocación en este caso, el arrepentimiento no es cosa de días o semanas, como la penitencia impuesta, que se desea terminar cuanto antes. No, se trata de una gracia para la vida entera como la fe misma. Los hijos de Dios se arrepienten, así los jóvenes y los ancianos.
El arrepentimiento y la fe son compañeros inseparables. Mientras tanto que andamos por fe estamos en condición de arrepentirnos. No es verdadero el arrepentimiento que no venga de la fe en Jesús, y nos es verdadera la fe en Jesús que no capacita para el arrepentimiento. La fe y el arrepentimiento, como los gemelos siameses, viven unidos. A medida que creemos en el amor perdonador de Jesús, podemos arrepentirnos. Y a medida que nos arrepentimos del pecado y odiamos el mal, nos regocijamos en la plenitud del perdón que Jesús ha sido ensalzado para conceder al necesitado. No podrás jamás apreciar el perdón, si no te sientes arrepentido; y tampoco eres capaz de arrepentimiento más profundo antes de haber sido perdonado. Sorprendente puede parecer, pero es cierto, que la amargura del arrepentimiento y la dulzura del perdón, se mezclan en el olor suave de toda vida de gracia, resultando en dicha sin par.
Estos dos regalos del pacto, constituyen la seguridad mutua la una de la otra. Si se que me arrepiento, se también que Dios me ha perdonado. ¿Cómo sabré que me ha perdonado sino conociendo también que me ha librado de mis malos caminos? El ser creyente, es ser arrepentido. La fe y el arrepentimiento son dos rayos de la misma rueda, dos mangos del mismo arado. Se ha dicho bien que el arrepentimiento es el corazón quebrantado a causa del pecado y separado del pecado. De igual forma bien se puede decir que es un cambio y complemento. Es un cambio de mente de la clase más radical y profunda, acompañado de dolor a causa del pecado cometido en el pasado, y del compromiso de transformación para el futuro. Dejar el mal que antes yo amaba; amar el bien que antes odiaba, demuestra así la sinceridad del dolor.
Siendo esto un hecho positivo, podemos estar seguros del perdón, porque el Señor nunca lleva el corazón al quebranto a causa del pecado, separándolo del mismo, sin perdonarlo. Por otra parte, si disfrutamos el perdón mediante la sangre de Jesus, siendo justificados por la fe y teniendo paz con Dios por nuestro Señor Jesucristo, sabemos que nuestro arrepentimiento y nuestra fe son de la clase legitima.
No considera tu arrepentimiento cual mérito que le proporciona el perdón, nl esperes capacidad natural para arrepentirte hasta que veas la gracia de nuestro Señor Jesús y su prontitud de borrar tus pecados. Guarda estas cosas cada una en su lugar y contemplalas en la relación que tienen la una con la otra. Son como el Jaqin y Boaz (1Rey, 7:21), en la experiencia de la salvación: quiero decir que se pueden comparar a las altas columnas del templo de Salomón, colocadas al frente de la casa del Señor, formando una entrada majestuosa al lugar santo. Nadie viene del modo debido a Dios, a no ser que pase entre las columnas del arrepentimiento y de la remisión. El arco iris del pacto de gracia ha sido desplegado en toda su hermosura sobre tu corazón, cuando sobre las lágrimas del arrepentimiento haya brillado la luz del pleno perdón. El arrepentimiento del pecado y la fe en el perdón de parte de Dios son el tema y argumento de la verdadera conversión. Por estas señales conocerás sum verdadero israelita.>>
Volvamos al texto que estamos meditando; tanto el arrepentimiento como el perdón brotan de la misma fuente, siendo dones del mismo Salvador. El Señor Jesús desde su gloria concede las dos cosas a las mismas personas. No debes buscar la fuente del arrepentimiento, ni del perdón, en otro punto. Ambas cosas están listas y el Señor está preparado para concederlas gratuitamente ahora mismo a toda persona que de su mano las quiera recibir. No debe olvidarse nunca que Jesús da todo lo necesario para la salvación. De la mayor importancia es que todos cuantos buscan la salvación comprendan esto. La fe es tanto un regalo de Dios como el objeto en que la fe se funda. El arrepentimiento es tan manifiesto obra de la gracia como la expiación por la cual se borra el pecado. La salvación es obra de la gracia sola desde el principio hasta el fin.
No me comprendas mal aquí. Por supuesto, no es el Espiritu Santo el que se arrepiente. Nada ha hecho de lo que se deba arrepentir. Y si pudiera arrepentirse, de nada nos valdría; es preciso que nos arrepintamos cada uno de nosotros de nuestro propio pecado, y si no, no quedaremos salvos del poder del pecado. NO es el Señor Jesucristo quien se arrepiente. ¿De que se arrepentiría? Nosotros somos los que nos debemos arrepentir con el pleno conocimiento de toda facultad de nuestra mente. La voluntad, las afecciones, las emociones, todo coopera cordialmente en el acto bendito del arrepentimiento del pecado; y no obstante detrás de todo lo que sea acto personal nuestro, está una influencia santa actuando en secreto, ablandando nuestro corazón, causando arrepentimiento y produciendo un cambio completo. El Espíritu de Dios nos ilumina para que veamos lo que es el pecado haciéndolo repugnante a la vista. Además, el Espiritu de Dios nos vuelve a la santidad, haciéndonos apreciarla de corazón, amarla, desearla, y asi nos comunica un impulso, por el cual somos llevados adelante paso a paso por el camino de la santidad. El Espíritu de Dios actúa en nosotros tanto el querer como el hacer según el beneplacito de Dios. Sometámonos a este buen Espiritu ahora mismo para que nos guie a Jesus, quien abundantemente nos dará la doble bendición del arrepentimiento y del perdón, según las riquezas de su gracia. Por gracia sois salvos».
Referencia Bibliográfica
Extraído del libro Solamente por gracia de Charles Spurgeon
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