Noción de arrepentimiento
El Nuevo Testamento da gran importancia al arrepentimiento (Mt. 3:2; 4:17; Mc. 1:15; 6:12; Lc. 24:47; Heh. 2:38; 3: 19; 17:30; 20:21). Y con razón, pues el arrepentimiento es el cambio voluntario, producido en el interior del pecador, por el cual, reconociendo sus culpas, las aborrece y busca el perdón, la pureza moral y el cambio de conducta. Así que incluye tres elementos:
1. Un elemento mental
Por el que cambia nuestro punto de vista acerca de la santidad de Dios y de la maldad del pecado, por ser éste: injuria contra Dios, culpa contra el orden moral, corrupción de nuestro ser y condición miserable, ya que nos incapacita para ver el reino de Dios, sometemos a la Ley de Dios y obtener la salvación (V. Sal. 51: 3,11). Esta convicción de pecado ("epignosis hamartías", Rom. 3: 20) comporta una actitud de humildad.
2. Un elemento emocional
Por el que cambian nuestros sentimientos hacia el pecado, hasta producimos un pesar o pena interior de haber ofendido el carácter santo de Dios. 2 Cor. 7: 9-1 O explica el verdadero arrepentimiento, diciendo que es "un pesar según Dios, para salvación", distinto del "pesar según el mundo que produce muerte".
El término griego preciso para expresar este sentimiento es el verbo "metamélomai" que incluye, junto al pesar, la esperanza de perdón y el amor a Dios. Arrepentirse por temor a las consecuencias, al desdoro personal, al castigo, etc. lleva a la desesperación. El remordimiento de Judas, a pesar de una satisfacción penal tan drástica como el suicidio, no tuvo nada que ver con el genuino arrepentimiento, porque le faltó la fe en Cristo, la esperanza de perdón y el amor a Dios.
3. Un elemento volitivo
Por el que cambian nuestros propósitos y planes de conducta; implica una media vuelta, dando la espalda al pecado. Esto está expresado por el término griego "metanoia" y es el elemento más importante, pues incluye y rebasa a los otros dos. El hijo pródigo no llegó al genuino pesar del arrepentimiento cuando se dio cuenta de su miserable situación, ni cuando se acordó del abundante pan de su casa solariega, sino cuando dijo: "me levantaré e iré a mi padre".
Causa agente del arrepentimiento
El arrepentimiento, por ser un cambio radical en el interior del hombre, sólo puede ser efectuado por iniciativa del Espíritu Santo, quien lo hace posible mediante la regeneración que produce un principio de nueva vida dentro de nuestro ser. La conciencia nos puede convencer de pecado en cuanta infracción de la ley, pero no puede producir la "metanoia". Dice A.J. Gordon:
"La conciencia da testimonio de la Ley, pero el Espíritu da testimonio de la gracia. La conciencia produce convicción legal; el Espíritu engendra convicción evangélica. La conciencia produce una convicción para desesperación; el Espíritu una convicción para esperanza. La conciencia convence del pecado cometido, de la justicia imposible, del juicio ineludible; el Consolador cumplido... en Cristo." del pecado cometido, de la justicia imputada, del juicio.
Pero hay una diferencia notable entre la regeneración, y el arrepentimiento: en la primera, sólo Dios obra, y el hombre permanece pasivo, mientras que en la segunda, Dios cambia y mueve el corazón, pero el hombre toma parte activa y voluntaria, como toma parte activa el bebé al respirar por primera vez aunque ha estado pasivo al nacer. O sea, Dios es el que regenera, pero el hombre es quien se arrepiente. Para entender bien la noción bíblica de arrepentimiento, es preciso observar:
1. Que el genuino arrepentimiento comporta siempre la fe, pues se trata de un sólo fenómeno espiritual (la conversión):
Salvarse del pecado creyendo en Jesucristo. Como dice J. Murray: "La fe que es para salvación es una fe arrepentida, y el arrepentimiento que es para vida eterna es un arrepentimiento creyente." La fe nos convence de que nuestro arrepentimiento lleva consigo el perdón, la esperanza de salvación y el amor a Dios. El arrepentimiento nos convence de que nuestra fe no es una adhesión sentimental a Dios, sino también un abandonar los caminos del mundo. La falta de uno de los dos, convierte al otro en una burla o en una hipocresía.
2. El arrepentimiento, como la fe, no es sólo un acto pasajero (una mera decisión tomada en una circunstancia favorable a tal sentimiento), sino una actitud que debe perdurar hasta la muerte.
Dice J. Murray: "Así como la fe no es sólo un acto momentáneo, sino una constante actitud de entrega y confianza dirigida al Salvador, así también el arrepentimiento resulta una constante contrición." No puede ser de otra manera, porque el pecado anida todavía en nosotros y necesita ser confesado con pesar (V. 1.a Jn. 1:8-10) a los pies de nuestro Propiciador. "Es junto a la Cruz de Cristo donde el arrepentimiento tiene su comienzo, y es junto a la Cruz de Cristo donde debe continuar derramando su corazón en lágrimas de confesión y de contrición."
Principales desviaciones de la noción bíblica de arrepentimiento
1. En la relación del arrepentimiento con la fe.
Siendo el arrepentimiento y la fe dos aspectos del mismo fenómeno espiritual, yerran lamentablemente los que piensan que basta con creer para salvarse, sin que haya que preocuparse del arrepentimiento. En realidad, el arrepentimiento es el cambio interior que, de la parte humana, corresponde a la regeneración operada por el Espíritu Santo, orientando al pecador en dirección a Dios mientras da la espalda al pecado. Por tanto, el odio al pecado es necesario para amar a Dios y, por eso, Dios exige el arrepentimiento para impartir el perdón.
A la objeción de que una persona puede perdonar a otra aunque ésta no se arrepienta, respondemos con Strong, que nuestro perdón es una mera disposición bondadosa que no borra el pecado ajeno, porque nosotros no podemos ofrecer la expiación necesaria. Sólo la Cruz de Cristo provee la sustitución necesaria para el perdón. Dios perdona porque, al perdonar, cambia el corazón del pecador para que éste se ponga en la línea de Dios: aborreciendo el pecado como Dios lo aborrece. acusándose a sí mismo como Dios le acusa, y recibiendo el perdón en Cristo como Dios lo ofrece al juzgar el pecado del pecador en su sustituto que es Cristo y vestir al pecador con la justicia de Jesús (2.a Cor. 5:21).
Por el extremo contrario, yerran igualmente quienes exhortan a un arrepentimiento que no incluya la fe. L.S. Chafer hace ver que el Nuevo Testamento nunca exhorta al arrepentimiento independientemente, de la fe, a no ser en pasajes en que la palabra "arrepentíos" equivale a "creed", siendo de notar la ausencia del término "metánoia" en Juan y en Romanos. También es digno de consideración Hch. 16:31, comparese con 2:38.
Esto tiene gran importancia en el terreno evangelístico. Dice L.S. Chafer: "Se puede decir con toda seguridad que pocos errores han causado tanto impedimento a la salvación de los inconversos como la práctica de exigirles una angustia de corazón antes de que pueda ser ejercitada la fe en Cristo. Como quiera que tales emociones no se pueden provocar a voluntad, el camino de la salvación puede así hacerse imposible para todos los que no experimenten la requerida angustia.
Este error comporta otra falsa dirección para los no salvos, en el sentido de que les exhorta a concentrarse en sí mismos en vez de mirar hacia el Salvador. La salvación se hace así depender de sentimientos en vez de la fe. Igualmente, la gente tiende así a medir la validez de su salvación por la intensidad de la angustia que la precede o acompaña y es de esta manera como el pesar del corazón viene a ser una forma muy sutil de obra meritoria y, en tal grado, resulta una contradicción de la gracia. Como trasfondo de este indebido énfasis de que las lágrimas y la angustia son necesarias, está el seriamente equivocado concepto de que Dios no está propicio, sino que debe ser ablandado para misericordia por el pesar del penitente."
2. En la relación del arrepentimiento con la esperanza. También en este punto hay dos errores opuestos:
a) Es cierto que el arrepentimiento da lugar a una reforma ulterior de la vida, gracias a la operación santificante del Espíritu Santo, que continúa su obra hasta llegar a la perfecta "redención" (Flp. 3: 10-12), pues "en esperanza fuimos salvos" (Rom. 8: 24), pero el arrepentimiento no puede confundirse con un mero reformismo de vida. pues la reforma de la vida no constituye el arrepentimiento, sino que es fruto del arrepentimiento; por eso, la Escritura los distingue (V. Mt. 3: 8), ya que el arrepentimiento pertenece a la justificación, mientras que el fruto pertenece a la santificación (Rom. 6:22).
b) Otra desviación, tradicional en la Iglesia de Roma, ha sido la confusión entre arrepentimiento y penitencia, hasta traducir el "metanoéite" por "haced penitencia", lo cual ha invertido los términos de una verdadera ascética, enfatizando la mortificación exterior del cuerpo en vez del genuino arrepentimiento del corazón. con lo que se distrae la atención de la necesidad del cambio interior, mientras se fomenta la soberbia espiritual del asceta, que piensa satisfacer con creces las exigencias de la justicia divina.
"Esta clase de ascetismo -dice A.J. Gordon- lo es una inversión total del orden divino, pues busca la vida a través de la muerte, en vez de buscar la mortificación a través de la vida. No hay grado de mortificación que pueda llevamos a la santificación." Strong recalca también que de cien personas que confiesen sus pecados ante un sacerdote, escasamente habrá una que confiese ante la parte ofendida, mientras que Stg. 5: 16 ataca nuestro orgullo en lo más vivo.
3. En la relación del arrepentimiento con el amor. En este punto, hay igualmente dos extremos:
a) Hay quienes, no entendiendo bien la frase de Agustín "ama y haz lo que quieras", piensan que no es preciso preocuparse del pecado mientras haya amor, como si pudiese existir un verdadero amor a Dios sin, el propósito serio de cumplir sus mandamientos (V. Jn. 14: 15, 21.24; 1.a Jn. 5:2).
b) En el otro extremo está la doctrina tradicional (desde fines del siglo XII) de la Iglesia de Roma, según la cual hay dos clases de arrepentimiento: la contrición, que es un arrepentimiento basado en el amor, y la atrición, que es un arrepentimiento basado en la fealdad del pecado, en el miedo al Infierno o en el deseo del Cielo, sin que el amor entre en la motivación del pesar por el pecado; añaden que esta atrición es suficiente para salvarse, con tal que se reciba la absolución sacramental en el confesionario Lutero llamaba a esta atrición "la contrición del patibulario".
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