Así como el arrepentimiento es la actitud por la cual damos la espalda al pecado, aborreciéndolo y emprendiendo un nuevo estilo de vida, así la fe es un volverse hacia Dios en Cristo, recibiendo el perdón y la salvación que Dios nos ofrece en El.
Noción de fe
Podemos definir la fe diciendo que es: la adhesión personal a la persona de Cristo (y, consiguientemente, a su doctrina y a su obra), basada en la convicción de la fidelidad de Dios a sus promesas, e infundida, en el corazón por el Espíritu Santo. Textos claves; Mc. 1:15; Jn. 1:12: 3:16; Hch, 16:31; Rom. 4:5; Gal. 2:16; Ef. 2:8; 1 Tim. 1:15; 2 Tim. 1:12; Heb. 11:1.
Este último texto (descripción de la fe como "seguridad") nos da la clave del sentido que la palabra "fe" tenía para un hebreo, pues el nombre hebreo "emunáh" = fe, como el verbo "amin" (forma hifil del verbo amán estar seguro), que significa "creer", y del que procede la palabra amén = así es o así sea, nos dan a entender que, para un judío, la fe era una seguridad o "aspháleia", más bien que una debelación de la verdad o "alétheia". De ahí que Heb. 11: 1 emplea para definir la fe el término "hypóstasis", que significa "soporte que sustenta". Por tanto, la fe personal no es otra cosa que la confianza absoluta con que el pecador se adhiere a la fidelidad de Dios a Su promesa de justificar en Cristo al impío creyente (Rom. 4:5).
Elementos de la fe
Analizando el concepto de fe, nos percatamos de que comporta:
1. Un factor volitivo
El griego lo expresa con la preposición eis y acusativo de persona; en latín: "crédere in áliquem", por el que nuestra voluntad se adhiere a Dios en Cristo, en virtud del don soberano de la gracia, porque también la fe es un don de Dios (Ef. 2: 8).
Esto implica recibir a Cristo en nuestra vida (In. 1:12; 4:14; 5:43; 6:35, etc.) y entregarse totalmente a Él, sometiéndose a Su palabra. a Su obra, ya Su gobierno (Mt. 11:28; Jn. 6:37: 15:1ss.; Rom. 8: 14; Gal. 2: 20), porque el Cristianismo es esencialmente el seguimiento de una persona (Mi. 10: 38), más bien que la adhesión a unos principios doctrinales, aunque esta adhesión es consecuencia obligada de seguir a Cristo como Salvador, Maestro y Legislador.
En, el lenguaje bíblico, este factor volitivo se expresa diciendo que el asiento de la fe es el corazón como centro de la vida interior y fuente de la conducta (Rom. 10:9-10).
2. Un factor afectivo-emotivo
El griego y el latín lo expresan por el dativo de la persona a quien se cree: "crédere alicui"), en el sentido de "creer a alguien" (Jn. 2:24) por el crédito que nos merece respecto a las manifestaciones que nos hace. El verbo griego "pistéuo" = creer, y el correspondiente sustantivo "pístis" = fe, indican primordialmente este aspecto, ya que se derivan del verbo "péitho" = convencer, persuadir, aconsejar, etc.
En este sentido, la fe implica un sentimiento de devoción amorosa. Esto supone una nueva disposición de los sentimientos, de los que también es el corazón la sede. Por eso. Dios prometió dar un corazón nuevo para cumplir Su Ley (Sal. 119:32; Ez. 36:26), La contemplación de la propia miseria y de la misericordia divina son suficientes, mediante la operación del Espíritu, para excitar estas fibras sensibles del corazón.
Sin embargo, el despertar fervoroso de las emociones religiosas, si no va acompañado de la decisión fundamental de la voluntad (factor volitivo), puede resultar engañoso y no significar una verdadera conversión (V. Mt. 13:20-21; Jn. 8:31; el dativo indica que el creer del verso 30, como en Jn. 2:23-24, no era sincero).
3. Un factor intelectual-objetivo
El griego y el latín lo expresan por el simple acusativo del objeto creído: "crédere aliquid"), por el que prestamos asentimiento a una determinada verdad revelada (V. Jn. 11:26 "¿crees esto?").
El conjunto de enseñanzas reveladas -especialmente, los grandes hechos, y de la Historia de la Salvación, que forman nuestro "credo" cristiano, comporta una nueva gama de criterios, una escala de valores, en que las cosas se estiman con "la mente de Cristo" (la Cor. 2: 16). El creyente adquiere, con estas enseñanzas, una nueva motivación (hecha eficaz por el poder del Espíritu), y esta motivación infunde energía a las decisiones de cada día, con la vista puesta en las promesas divinas. Esta motivación es necesaria para la normal dinámica de la nueva psicología espiritual (Mt. 19:29).
El "poner la vista en el galardón" ayuda a sostenerse "como viendo al Invisible" (Heb. 11: 26-27), entendiendo por galardón, ante todo, el gozo de la presencia beatificante de Jesucristo en Su gloria y en compañía de los santos. El mismo Jesús fue influido por esta motivación alentadora (V. Is. 53:11; Fl. 2:9; Heb. 12:2). Pero un mero asentimiento a las verdades reveladas (como es la "fe" de Hch. 8:13; Heb. 6:4-6; St. 2:19), sin la entrega del corazón a Cristo, no tiene nada que ver con la fe salvífica, que se nutre del amor (Gal. 5:6).
¿Cómo describe el Nuevo Testamento el concepto de fe?
1. Como una mirada angustiosa a la Cruz de Cristo
Es la descripción más expresiva, y fue propuesta por Jesús mismo a Nicodemo: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquél que en El cree, no se pierda, más tenga vida eterna" (Jn. 3: 14-15). Con estas palabras, Jesús se comparaba a Sí mismo, puesto en Cruz, con la serpiente de bronce, levantada por Moisés en el desierto. (V. Núm. 21:9ss.).
Si nos percatamos de la angustia, y quizás de la desesperación de aquellos desgraciados que habían sido mordidos por las serpientes venenosas, comprenderemos también cómo mirarían a la serpiente de bronce con toda su alma, sabiendo que era el medio necesario, único y suficiente, para salvar su vida.
Por tanto, la fe es como una angustiosa mirada al Cristo levantado en la Cruz, como único medio de salvarse de la mordedura mortal del pecado. Aquí están -como dice Berkhof, todos los elementos de la fe: percepción de los hechos" satisfacción emocional y el acto deliberado de fijar los ojos en el objeto.
2. Como un hambre y sed de Cristo (Mt. 5:6; Jn. 4:14; 6:35, 50-58)
Para entender correctamente el "comer" y "beber" a Jesucristo, es preciso analizar Jn. 6: 35 "Yo soy el pan de vida: el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mi CREE, no tendrá sed jamás".
Esta comparación nos explica también lo que es la fe, pues al sentir hambre y sed, nos percatamos de que algo esencial nos falta, sentimos la molestia en el estómago, y nos dirigimos con apetito hacia el alimento que nos va a saciar. Así pasa con el hambre y sed de salvación, y con el comer y beber a Cristo, que satisface para siempre esta hambre y sed.
3. Como un venir a Cristo, para entregarse a El y recibido en Su amistad y comunión (Jn. 5:40; 6:44, 65; 7:37-38).
Esta figura describe la fe como una acción por la que una persona va a Cristo como el único que le puede salvar, con la confianza segura de que no será rechazado. Jn. 6: 37 dice así en el original: "Todo lo que me da el Padre, vendrá a mí, y al que venga a mí, de ninguna manera le echaré fuera".
4. Como un recibir a Cristo (Jn. 1: 12)
En este texto vemos que "creer en el nombre" de Cristo equivale a "recibirle". Ello indica que la fe es como el instrumento (la mano desnuda del mendigo que recibe la limosna o el tenedor con que tomamos el alimento), con que nos apropiamos a Cristo Salvador, o sea, la salvación que Dios ha provisto para nosotros en la Cruz; con la fe nos vestimos de la justicia de Jesucristo.
5. Como un ancla donde Sujetar la seguridad de la vida eterna, o como un sólido fundamento donde asentar todo el peso de nuestra miseria y de nuestra esperanza
Heb. 11: 1 dice que la fe es "la sustancia -o fundamento- de lo que ("pragmáton" = realidades prácticas) esperamos y el argumento convincente de lo que vemos". Es, pues, una certeza que ofrece toda seguridad, ya que, aunque no podamos ahora ver las cosas que creemos, su existencia está respaldada por la fidelidad de Dios a Sus promesas.
Un misionero trataba de explicarle a un catecumeno del centro del África, en su lengua, lo que era "creer", pues esta palabra no existía en aquella lengua. El negro, cansado del viaje, puso sus piernas encima de la mesa, mientras decía: estoy echando todo mi peso sobre esta mesa. Entonces el misionero recogió la frase "poner todo el peso sobre" para explicarle lo que significa "creer".
Clases de fe
En terminas teológicos, podemos distinguir cinco clases de fe, de acuerdo con el Nuevo Testamento:
1. Fe histórica. Consiste en aceptar hechos y verdades de la Escritura, como se pueden conocer y aceptar cualesquiera sucesos históricos en que no esté implicada la propia persona. Esta fe puede ser producto de la tradición, de la educación o del estudio. Puede ser correctamente ortodoxa, pero de nada sirve si no está enraizada en el corazón.
2. Fe de milagros. Es la firme persuasión de poder realizar milagros por obra del Espíritu, o de recibir los efectos (curación, etc.) de un poder milagroso (Mc. 16: 17-18; 1 Cor. 12:10). Puede no ir acompañada de la fe salvifica (Mt. 7:22-23; la Cor. 13:2). Muchos hechos que parecen milagrosos, tienen una explicación por el poder de la sugestión.
3. Fe temporal u oportunista. Es cierta persuasión del Evangelio, acompañada de emociones vivas. pero sin verdaderas raíces en el corazón, que sigue sin regenerar (Mt. 13:20-21: Jn. 2:23-25; Hch. 8:13). ew
4. Fe de conciencia cierta. Es una seguridad de conciencia de obrar conforme a la verdad del Evangelio. Obrar con conciencia dudosa es pecado (Rom. 14:23).
5. Fe salvifica. Es la que hemos explicado en la presente lección.
Objeto de la fe
Al hablar del objeto de la fe salvífica, es preciso hacer una importante observación, pues hay que distinguir entre un sentido general de fe y un sentido especial, que es el que corresponde a la fe salvifica.
1. Sentido general
En sentido general, el objeto de la fe es toda la revelación divina, como se contiene en las Sangradas Escrituras. Todo cuanto se contiene formalmente en ellas (en sus propias expresiones o en su sentido equivalente), pertenece al objeto de la fe en sentido general. Por tanto, como evangélicos, no aceptamos como objeto de fe ni una tradición constitutiva (que contenga como verdades de fe otras que no estén contenidas en la Biblia) ni un Magisterio eclesial infalible que, por medio de un carisma institucional, trate de imponer como objeto de "fe divina y católica" sus propias interpretaciones de la Palabra de Dios.
2. Sentido especial
La fe general es necesaria, pero no justifica si no conduce a la fe especial. Hay un determinado número de hechos salvificos y, en consecuencia, de doctrinas acerca de Cristo y de su obra, así como de promesas hechas en Cristo a los hombres, que cada pecador ha de recibir, hasta conducirle a poner su fe (entrega confiada) en el Salvador. Como dice Berkhof, "el objeto de la fe especial es, pues, Jesucristo y la promesa de ser salvo a través de El... Hablando en propiedad, no es el acto de fe como tal, sino más bien lo que se recibe mediante la fe, lo que justifica y, por tanto, salva al pecador."
La base íntima de la fe
Si en el punto anterior tratamos del objeto material de la fe (lo que hay que creer), ahora investigamos su objeto formal (por qué creemos). Este objeto de plantearse de dos maneras:
1. ¿Qué es lo que hace al objeto de fe digno de crédito o creíble? La veracidad y la fidelidad de Dios en conexión con las promesas hechas en el Evangelio. Como éstas se nos dan a conocer en las Sagradas Escrituras, por eso decimos que la Biblia es la norma suprema de nuestra fe, aunque en realidad la Biblia es el documento que atestigua la revelación de las promesas divinas y de la fidelidad de Dios a ellas.
2. Hay muchos que conocen bien la Biblia y admiten la veracidad de Dios y Su fidelidad a Sus promesas, pero no poseen la fe salvífica; en otras palabras, conocen el objeto de la fe como creíble, pero no creen como es necesario para salvarse. ¿Qué es, pues, lo que hace que el objeto de la fe se imponga como algo que debe ser creído? Respondemos: el testimonio interno del Espíritu Santo en nuestro corazón, junto con el poder del mismo Espíritu, o sea, la gracia como don que potencia a la voluntad humana y la induce a creer (V. Rom. 4:20,21; 8:16; Ef. 1:13; 1.a Jn. 4: 13,5:7.10, por una parte; por otra, Jn. 6:44: Ef. 2:8).
La fe no es obra
La fe mediante la cual somos salvos (Ef. 2:8) es un acto puramente receptivo de la salvación, como la mano desnuda del mendigo que pide una limosna, o como el tenedor prensor del alimento, o sea, es el instrumento subjetivo con que recibimos la justificación; y aun esto, en virtud del don con que Dios nos capacita para creer. Como dice Strong, "no es el acto de un alma llena que da algo, sino el acto de un alma vacía que recibe algo" (V. Rom. 3:28; 4:4. 5.16).
fos: "¿Qué debemos HAC A la pregunta de los judíos: "¿Qué debemos HACER...?". Jesús responde: "Esta es la obra de Dios, que CREAIS..." (Jn. 6:28-29). La fe es llamada aquí "obra" en doble sentido: porque es el acto que Dios requiere, y porque es el acto que Él capacita para hacer. Siendo la salvación de pura gracia, la fe no puede ser obra en virtud de la cual el hombre pueda reclamar derecho a la salvación.
Aunque la fe debe ir acompañada del arrepentimiento y del amor para mostrar que es verdadera fe salvífica, o sea, fe viva (de ahí la famosa máxima de la Reforma: "Sólo la fe justifica, pero no justifica la fe que está sola"), sin embargo el amor y el arrepentimiento no impulsan a la fe a recibir la justificación, sino que es la regeneración espiritual, como cambio introducido por Dios en el corazón, la que provoca una tendencia subconsciente hacia Dios, la cual culmina en la fe, siendo en realidad el arrepentimiento y el amor consciente productos lógicos de la fe, hasta desembocar en un espíritu de obediencia ("para obediencia de la fe" Rom. 1:5).
La fe fructifica en obras
La fe es hecha operativa mediante el amor" dice el original de Gal. 5: 6. No es extraño que el fruto de nuestra santificación (Rom. 6: 22) sea el complejo de virtudes en racimo, que caracterizan una conducta cristiana, por obra del Espíritu Santo, Amor personal de Dios (V. Gal. 5:22-23, donde el primer fruto es amor), que ha difundido el amor de Dios en nuestros corazones (Rom. 5: 5).
árbol vive de la De la misma manera que un árbol vive de la savia que chupa del suelo mediante las raíces, y manifiesta su vitalidad y su condición sana en los buenos frutos que produce, así también nuestro espíritu chupa de Cristo la savia de justicia y de vida eterna mediante la raíz de la fe, y da fruto de buenas obras como manifestación y consecuencia lógica de la vida que posee.
El árbol no vive por medio de los frutos, sino por medio de las raíces; así tampoco son las buenas obras las que nos salvan, sino que somos salvos mediante la fe (otorgada por la gracia de Dios), debiendo producir obras buenas como prueba exterior de la fe que tenemos. Como dice Pablo en Efesios 2:8,10 "Por gracia sois salvos mediante la fe; no POR obras.... creados en Cristo Jesús PARA buenas obras...". No somos salvos por obras, sino para obras. En Habacuc 2:4; Rom. 1:17; Gal. 3:11; Heb. 10:38, encontramos que "el justo vive de la fe". La expresión significa en realidad que "el que es justo por la fe, vivirá", puesto que la fe verdadera (lo mismo que el arrepentimiento) es una actitud permanente que, como el ancla constantemente sujeta, nos consigue la salvación final tras el primer instante de nuestra también perenne justificación (V. Col. 2: 6-7: por fe se recibe y por fe se anda).
Santiago dice que "el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe" (2:24) y que "la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma" (2: 17). Algunos exegetas superficiales pensaron equivocadamente que Santiago enseñaba una doctrina opuesta a la de Pablo, y el mismo Lutero incurrió al principio en esta equivocación, hasta tener por apócrifa la epístola de Santiago. Sin embargo, un estudio atento del contexto nos aclara que no hay tal oposición, sino que Pablo y Santiago consideran el binomio "fe-obras" desde un ángulo totalmente distinto: Pablo se refiere a las obras de la Ley como incapaces de justificamos ante Dios, mientras que Santiago se refiere a las buenas obras del cristiano, como manifestación, ante los hombres, de una verdadera fe.
Por eso, en 2: 14, Santiago apela a la fe viva, que se manifiesta en buenas obras. como necesaria para la justificación, al preguntar: "¿De qué aprovecha si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras?". Adviértase que Santiago no se refiere al que tiene fe, sino al que dice que tiene fe, puesto que si tiene fe de veras, llevará necesariamente fruto de buenas obras.
La fe es susceptible de aumento y progreso
Lucas 17: 5 supone este aumento. La oposición o contraste entre "varón perfecto" y "niños" en Ef. 4: 13-14 y otros lugares, nos evidencia esta posibilidad, la cual se explica por las siguientes razones:
1. En cuanto acto humano, la fe tiene un elemento intelectual, otro emocional y otro volitivo que son psíquicamente capaces de aumento.
2. En cuanto obra de Dios en nuestros corazones, podemos recibir, bajo la operación del Espíritu Santo, nuevos incrementos de conocimiento, sensibilización y energía volitiva.
3. La fe es un recibir a Cristo, un posesionarse de Cristo, um unmaigarse en Et. Así como las raíces de los árboles crecen hundiéndose en la tierra, así también la raíz de nuestra fe crece hada dentro posesionándose más y más de Jesucristo.
Esto es lo que Pablo quiso expresar en Col. 2: 6-7, al decir que, de la misma manera que hemos recibido al Señor Jesucristo (por la fe), así hemos de crecer en El, cada vez más "arraigados y sobreedificados en Él, y confirmados en la fe", y en Filipenses 3: 10ss., nos dice igualmente cómo él marchaba, como un atleta hacia la meta, posesionándose cada vez más de Jesús: "... prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asida por Cristo Jesús" (vers. 12).
Etiqueta:
Estudios Bíblicos