Cuando los cristianos adoran a algo o a algo además de Dios, eso es idolatría. Adorar la virgen María, los santos o los ángeles es idolatría. No importa cuán sinceros sean en que su intención es adorar a Dios, tales prácticas son adoración falsa y están estrictamente prohibidas en las Escrituras. El primer mandamiento que Dios dio a Moisés fue: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éx. 20:3). Hay solo un Dios, y solo Dios debe ser adorado. El mandato de Apocalipsis 22:9: “adora a Dios” es todavía el mandamiento exclusivo. E “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Jn. 5:21) es todavía una prohibición necesaria.
Por supuesto, no todos los ídolos son físicos. No tienen que estar hechos de madera, piedra o metal. Cualquier concepto de Dios que no sea bíblico es falso, y si lo creemos y lo seguimos se convierte en un ídolo. Los que siguen a un dios fabricado por el hombre pueden afirmar que adoran al Dios de las Escrituras, del mismo modo que los israelitas afirmaban que su adoración del becerro estaba dirigida Dios. Pero ningún dios falso tiene nada en común con el Dios de la Biblia.
Las iglesias y las filosofías han desarrollado lo que virtualmente hace dioses del éxito, del amor, del servicio social, de la imagen propia o sencillamente de la humanidad. Todo lo que llega a ser primero en nuestra devoción y lealtad es un ídolo. Muchas personas que no dedicarían ni una mirada a un ídolo tallado están dispuestas a sacrificar la salud, el tiempo, la familia, las normas morales y cualquier otra cosa que les pidan a fin de alcanzar el ídolo del éxito o del reconocimiento que desean. El pecado de la idolatría, como cualquier otro pecado, es del corazón. Como Dios le dijo a Ezequiel acerca de los ancianos de Israel: “Estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro” (Ez. 14:3).
Los cristianos que asisten a iglesias que practican cualquier forma de idolatría ceremonial, teológica no pueden estar allí mucho tiempo sin quedar contaminados. No debieran desear quedarse. No debieran desear apoyar y animar, ni siquiera indirectamente, a los que sostienen doctrinas o prácticas que son impías y la Biblia las condena. Al hacerlo deshonran a Dios, confirman a otros en sus errores y ponen en peligro su propio bienestar espiritual.
La adoración de demonios es idolatría y está estrechamente asociada con la adoración de imágenes, detrás de las cuales están a menudo los demonios. En los cultos satánicos los demonios son adorados directamente. Al hablar acerca de la tribulación, Juan predice: “Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera” (Ap. 9:20).
La adoración de muertos es idolatría. Al referirse a la idolatría que Israel aprendió de Moab, el salmista escribió: “Se unieron asimismo a Baal-peor, y comieron los sacrificios de los muertos. Provocando la ira de Dios con sus obras, y se desarrolló la mortandad entre ellos” (Sal. 106:28-29). No adoramos a los seres humanos, ya sean que estén vivos o muertos, sean santos o no. Ni aun los grandes héroes de la como Abraham, Moisés, David, los profetas, María o los apóstoles no debemos adorarlos. Eso es idolatría.
Si en nuestro corazón damos suprema lealtad a cualquier otra cosa que no sea Dios, eso es idolatría. Cada persona es tentada con ambiciones, deseos, posesiones, reconocimiento y una serie de cosas semejantes que fácilmente se convierten en ídolos. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). El más grande tesoro del corazón, o el ídolo del corazón, es el yo.
La codicia es idolatría. Los que son codiciosos o avariciosos adoran en la capilla del materialismo, uno de los ídolos más populares y poderosos de nuestro tiempo. Pero Pablo dice: “Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Ef. 5:5; cp. Col. 3:5).
El deseo desordenado o lujuria es idolatría. Pablo habla de “enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal” (Fil. 3:18-19). La persona cuya mente, deseos, anhelos y apetitos están centrados en las cosas terrenales es un idólatra.
Fragmentos de Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Primera Corintios
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