EL TEMOR DE CAER | CHARLES SPURGEON


Persona orando

Capítulo 15

Cierto temor se apodera a veces, de muchos que buscan la salvación: temen que no podran perseverar hasta el fin. He oido decir, «Si yo tuviera que entregar mi alma al Señor Jesús, tal vez volvería atrás perdiéndome al fin. Antes he tenido sentimientos buenos y los he perdido. Mi bondad ha sido como la nube de la mañana y como el rocio temprano. De repente ha venido, ha durado poco, ha prometido mucho y luego ha desaparecido.

Creo que este temor es frecuentemente el padre del hecho; y que algunos que han tenido miedo de confiar en Cristo para todo el tiempo y toda la eternidad, han fracasado, porque su fe era temporal no siendo lo suficientemente sincera para salvarles. Principiaron confiando en Jesús hasta cierto punto, pero confiaron en sí mismos respecto a la continuación y perseverancia en el camino del ciclo; así es que ese comienzo fue erróneo, y resultó la cosa más natural que no tardaran en volverse atrás. Si confiamos en nosotros mismos, es cierto que no perseveraremos. Aun cuando confiamos en Jesus esperando de él buena parte de la salvación, no dejaremos de fracasar, si confiamos en nosotros mismos respecto a algo. No hay cadena más fuerte que el más débil de sus eslabones; si de Jesus esperamos todo excepto algo, fracasaremos sin remedio, porque en esa cosa tropezaremos sin duda alguna.

No me cabe duda de que el error respecto a la perseverancia de los santos ha impedido la perseverancia de muchos que un día marchaban bien. ¿Cual fue el tropiezo? Confiaban en si mismos respecto a su carrera, y en consecuencia fracasaron. Cuidado con revolver algo del yo, en el cemento con que edificas, porque tu mezcla quedará descompuesta y las piedras no quedarán pegadas. Si miras a Cristo respecto al principio, ten cuidado de mirar a ti mismo respecto al fin. Él es el Alfa. Mira que te sea Omega también (principio y fin). Si comienzas en el Espiritu, no esperes perfeccionarte por la carne. Empieza como piensas y continuia como empezaste, que sea el Señor el todo en todo. Pidamos que Dios el Santo Espíritu, nos de una idea clara respecto a la fuente de toda fuerza necesaria para la perseverancia y para ser guardados hasta el día de la aparición del Señor.

Aquí sigue lo que dijo Pablo sobre este asunto al escribir a los corintios: "...nuestro Señor Jesucristo.... os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor» (1 Cor. 1:7-9).

Estas palabras admiten silenciosamente una gran necesidad al decirnos como se ha tenido en cuenta llenarla. Siempre que el Señor hace provisiones, podemos estar seguros que hay necesidad para ello, ya que el pacto de gracia no se distingue por cosas superfluas. En el palacio de Salomón se colgaron escudos de oro que nunca se usaron, pero en el arsenal de Dios no hay tales cosas. Necesitaremos por cierto, todo cuanto Dios ha provisto. Desde hoy hasta la consumación de todas las cosas será requerida toda promesa de Dios y toda provisión del pacto de gracia. La necesidad urgente del alma que cree es el fortalecimiento, la continuación, la perseverancia hasta el fin, el ser guardado para siempre. Tal es la necesidad del creyente más adelantado, porque Pablo escribía a los santos de Corinto, personas de prominencia, de las cuales podía decir: «Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús (1 Cor. 1:4). Tales personas son precisamente las que sienten de verdad que diariamente necesitan gracia nueva para continuar el camino, perseverar y salir vencedoras al fin. Si no fueran santos, no tendrían necesidad de la gracia; pero por ser hombres de Dios, sienten diariamente las necesidades de la vida espiritual. La estatua de mármol no siente necesidad de alimento; pero el hombre vivo siente hambre y sed, y se alegra de que el pan y el agua no le falten, porque si le faltasen, moriría en el camino. Las necesidades personales del creyente le hacen imprescindible que diariamente acuda a la gran fuente de todo tesoro espiritual, pues ¿qué haría si no pudiera dirigirse a su Dios?

Este es el caso tratándose de los más entregados de los santos, de los de Corinto enriquecidos de todo don de conocimiento y sabiduría. Necesitaban ser confirmados hasta el fin, y a no ser así, resultarían en ruina sus dones y conocimientos. Si hablásemos lenguas humanas y angélicas, y no recibiéramos gracia nueva dia en día, ¿dónde estaríamos ahora; si tuviéramos toda experiencia y fuéramos enseñados por Dios hasta comprender todo misterio, no podríamos vivir un solo día sin que la vida divina se nos comunicara desde el origen del Pacto. ¿Cómo podríamos esperar, perseverar por una hora siquiera, para no decir por una vida entera, a no ser que el Señor nos llevara adelante? El que ha empezado la buena obra en nosotros, es el único que puede perfeccionarla hasta el día de Cristo, si no resultaría en un triste fracaso.

Esta necesidad se debe en gran parte a nuestra propia condición. Algunos sufren bajo el temor de no poder perseverar en la gracia, porque conocen su carácter caprichoso. Algunas personas son por naturaleza inestables. Otras son naturalmente obstinadas y otras igualmente volubles y ligeras. Semejantes mariposas vuelan de flor en flor, visitando todas las hermosuras del jardin, sin hacerse morada fija en ninguna parte. Nunca paran en punto fijo bastante para hacer bien alguno, ni siquiera en su negocio, ni en sus estudios intelectuales. Tales personas temen con razón que diez, veinte, treinta o cuarenta años de vigilancia les resulte demasiado, tarea imposible. Vemos a gente afiliarse a una iglesia tras otra. Son todo, todo por turno, pero nada, nada duradero. Estos tales tienen doble motivo de pedir a Dios no solo que les haga firmes sino inmovibles, de otra manera no serán hallados constantes creciendo siempre en la obra de Señor.

Todos aun los que no tengamos inclinación natural a la inconstancia, no podemos por menos de sentir nuestra debilidad, si somos vivificados por Cristo. Estimado lector. ¿no hallas lo suficiente en un solo día para hacerte tropezar? Tu que deseas vivir santamente, como pienso es el caso; tu que tienes un alto ideal de lo que debe ser la vida cristiana, ¿no hallas que antes de haberse limpiado la mesa después del almuerzo, ya has dado prueba de bastante torpeza para sentirte avergonzado de ti mismo? Si nos encerráramos en la celda de un ermitaño, nos acompañaría la tentación porque entre tanto que no podemos escapar de nosotros mismos, no podemos escapar de la tentación. Hay un algo dentro de nuestro corazón que nos debe mantener alertas y humillados delante de Dios. Si él no nos confirma, somos tan débiles que fácilmente tropezamos y caemos, no necesariamente vencidos por el enemigo sino por nuestro propio descuido. Señor, se tu nuestra fuerza. Nosotros somos la misma debilidad.

Además de esto, notaremos el cansancio que produce una vida larga. Al comenzar nuestra carrera espiritual subimos con alas de águila, después corremos cansados, pero en nuestros dias mejores andamos sin desmayar. Nuestra marcha parece más pausada, pero es más útil y mejor sostenida. Pido a Dios que la energía de la juventud nos acompañe mientras que sea la energía del Espíritu y no simplemente el fervor de la carne altiva. El que hace tiempo anda por el camino del cielo, encuentra que por razón buena se prometió que los zapatos serían de hierro y bronce, porque el camino es áspero. El tal ha descubierto que existen Montes de Dificultad y Valles de Humildad; que existe un valle de Sombra de Muerte, y peor todavía la Feria de Vanidad, todo lo cual se debe atravesar. Si hay Montes de Delicias (y gracias a Dios que los haya), hay también Castillos de Desesperación, cuyo interior los peregrinos han visto con mucha frecuencia. Todo considerado, los que perseveran hasta el fin en el camino de la santidad, serán objeto de admiración.

¡Oh mundo de maravillas, no puedo decir menos!» Los días de la vida del cristiano son como otras tantas perlas de misericordia ensartadas en el hilo de oro de la felicidad divina. En el cielo manifestaremos a los ángeles, a los principados y poderes las inescrutables riquezas de Cristo que se empleó en nosotros y que disfrutamos aquí abajo. Nos ha mantenido vivos en las garras de la muerte. Nuestra vida espiritual ha sido una llama ardiendo en medio del mar, una piedra suspendida en el aire. Será el asombro del universo el vernos pasar por la puerta de perlas sin tacha el día de muestro Señor Jesucristo, Debemos sentimos llenos de grata admiración por ser guardados una hora siquiera. Espero que así nos sintamos.

Si esto fuera todo, habría razón suficiente para temer pero hay mucho más. Es preciso que nos acordemos del lugar en que vivimos. Este mundo es un desierto espantoso para muchos del pueblo de Dios. Algunos de nosotros hallamos gusto especial en la providencia de Dios, pero para otros es una pena terrible. Nosotros empezamos el dia con la oración a Dios y oimus el canto de alabanza frecuentemente en nuestros hogares; pero apenas se han levantado de sus rodillas por la mañana muchos de nuestros semejantes, cuando se les saluda con blasfemias. Salen al trabajo y todo el dia se les aflige con vergonzosas conversaciones como al justo Lot en Sodoma. ¿Puedes andar siquiera por una ancha calle en estos días sin que sean acosados tus oídos por el lenguaje más socz? El mundo no es amigo de la gracia. Lo mejor que podemos hacer con este mundo es terminar con el cuanto antes, porque moramos en campo enemigo. En cada matorral se esconde algún ladrón. En cualquier parte es preciso andar con la espada desenvainada, o al menos con la espada llamada oración, constantemente a nuestro lado; porque hemos de luchar por cada pulgada del camino. No te equivoques en este punto, si quieres evitar la desilusión más amarga. ¡Oh Dios, ayúdanos y confirmanos hasta el fin! Si no ¿dónde nos detendremos?

La verdadera religión es sobrenatural en su principio, es sobrenatural en su continuación y es sobrenatural en su consumación. Es obra de Dios desde el principio hasta el fin. Hay una gran necesidad de que la mano de Dios sea extendida todavia. Esta necesidad siente mi lector ahora, de lo que se alegra; porque ahora espera del Señor la perseverancia, quien solo es poderoso para guardarnos de caida y glorificarnos en su Hijo.


Referencia Bibliográfica
Extraído del libro Solamente por gracia de Charles Spurgeon

ÍNDICE 























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