Petición
Finalmente llegamos al aspecto de la petición. El apóstol Pablo dice: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego». La verdadera oración siempre incluye estos tres elementos: humillación, adoración y petición. ¿Cuál es la petición en el caso de Habacuc? No es liberación o alivio, ni tampoco que Dios tenga misericordia de su pueblo, ni que impida la guerra con los caldeos. No pide que se evite el sufrimiento, el saqueo de Jerusalén y la destrucción del templo. No efectuó tal petición porque había comprendido que estos eventos eran inevitables y estaban bien merecidos. No le pide a Dios que cambie su plan. La única carga que pesa sobre el profeta ahora es su preocupación por la causa, la obra, y el propósito de Dios en su propia nación y en el mundo entero. Su único deseo es que las cosas estén bien hechas. Había llegado al punto en que, en efecto, podía decir: ¡Lo que yo y mis compatriotas tengamos que sufrir, no importa, con tal de que tu obra sea avivada y mantenida en pureza! Su gran ruego es que Dios avive su obra en medio de los tiempos. «Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer». La expresión «en medio de los tiempos», o «en medio de los años» (2) se refiere a esos eventos terribles y que estaban profetizados para ser cumplidos en esos tiempos. Una parafrasis adecuada podría ser: "En medio de los tiempos de sufrimiento y calamidad que tú has predicho, aun en medio de ellos, oh Señor, aviva tu obra".
Esta es una oración sumamente apropiada para la Iglesia en el día de hoy. Si nos preocupamos más por el riesgo que significa afrontar otra guerra mundial que por la pureza y bienestar espiritual de la Iglesia, esto representa una seria reflexión sobre nuestro cristianismo. ¿Qué es lo que principalmente nos preocupa como creyentes? ¿Son los eventos del mundo que nos rodea? ¿O es el nombre y la gloria de nuestro Dios Todopoderoso, la salud y condición espiritual de su Iglesia, la prosperidad y el futuro de su causa entre los hombres? Para Habacuc solo había una preocupación. A pesar de saber lo que iba a ocurrir rogó por un avivamiento de la causa de Dios en Israel.
La palabra hebrea utilizada para «aviva», tiene el significado básico de «preservar» o «mantener vivo». El gran temor de Habacuc era que el pueblo de Dios fuera completamente destruido, de manera que oró pidiendo: Preserva, oh Dios, mantén en vida, no permitas que sea abatido. Además, avivar no sólo significa mantener en vida o preservar sino también purificar, corregir, y eliminar lo malo. Esta es siempre una acción esencial en la obra de avivamiento que Dios hace. En cada una de las historias de avivamiento leemos que Dios ha purificado, eliminando el pecado, la escoria y las demás cosas que frenaban su causa.
Hay otro factor importante y es que mientras la Iglesia es preservada, purificada y corregida, está siendo preparada para la liberación. El profeta observa la calamidad que se aproxima y dice: «Oh Señor, mientras somos castigados, prepáranos para la liberación que ha de venir. Haz que todo tu pueblo sea digno de la bendición que has de derramar.» Parece decir: Recuerda tu obra, y haz que sea lo que siempre quisiste que sea; que la Iglesia funcione como debe funcionar. Esta oración, al igual que la de Daniel, fue respondida en forma concluyente cuando estaban en cautividad en Babilonia, en manos de los caldeos. Dios contestó el pedido de un avivamiento por medio del castigo, y precisamente durante el tiempo en que el castigo se ejecutaba.
La apelación final de Habacuc es conmovedora. «En la ira, acuérdate de la misericordia», Matthew Henry señala en su comentario que Habacuc no pide a Dios: «Oh, Señor, comprendo que este castigo era necesario, pero recuerda que hemos procurado ser buenos, y que han habido peores períodos en nuestra historia.» No le pide a Dios que los recuerde por algún mérito, sino que ruega para que en medio de su ira se acuerde de la misericordia. «Ira» significa la perfecta justicia y rectitud de Dios. Todo lo que hace es recordarle a Dios su propia naturaleza y de ese otro aspecto de su divina persona, que es la misericordia. Pareciera decir: «Mitiga la ira con misericordia. No podemos pedir más que tú actúes como eres, y que en medio de la ira, tengas misericordia de nosotros».
Aquí tenemos una oración modelo para el tiempo en que nos toca vivir. En los días de oración nacional durante la segunda guerra mundial, parecía predominar el criterio que nosotros estábamos bien. Además, creíamos que todo lo que debíamos hacer era pedir que Dios derrotara a nuestros enemigos, quienes eran los únicos que estaban mal (3). No se dio lugar a una verdadera humillación ni a la confesión de pecado, ni lamento por nuestra pecaminosidad y separación de Dios. El mensaje del libro de Habacuc es que nos humillemos en verdad, olvidando a los demás y aquellos que son peores que nosotros. Debemos vernos tal como somos en la presencia del Señor y confesar nuestros pecados y encomendarnos en sus manos todopoderosas. Hasta que no hagamos todo eso, no tenemos derecho a disfrutar de la paz y la felicidad.
Mientras el mundo no aprenda estas tremendas lecciones de la Palabra de Dios, no hay esperanza para él. Habrá guerras y más guerras. Que Dios nos dé la gracia para aceptar este mensaje de la Biblia y aprender a ver las situaciones no desde el punto de vista político, sino del espiritual.
Este principio tiene aplicación personal
Debemos enfrentar nuestra situación personal de la misma manera, preguntándonos: ¿Hay algo en mi vida que está mereciendo el castigo de Dios? Examinémonos y humillémonos bajo la poderosa mano de Dios y preocupémonos principalmente por el estado de nuestras almas. El problema es que siempre miramos a la situación y al problema, en lugar de procurar descubrir si hay algo en nuestra vida que conduce a Dios a proceder de esta manera. En el momento en que yo me preocupo realmente del estado de mi corazón, en lugar de mi aflicción, estoy ya transitando por la avenida de la bendición de Dios.
La epístola a los Hebreos declara que la disciplina es una prueba de que somos hijos de Dios. «El Señor al que ama disciplina» (He 12.6). Si no sabemos lo que significa la disciplina, deberíamos alarmamos pues si somos hijos de Dios, él se interesa por nosotros y se ha propuesto llevarnos a la perfección. Si no escuchamos su voz, buscará otra forma para llevarnos al fin propuesto. «El Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo». Cuando las circunstancias son aparentemente adversas no debemos analizar la situación y formular preguntas, sino mirarnos a nosotros mismos y preguntar:
¿Cómo está mi corazón? ¿Qué me está diciendo el Señor por medio de esto? ¿Qué es lo que hay en mí que merece esta acción por parte de Dios? Después de examinarnos y humillarnos deberíamos colocarnos en las manos de Dios y decir: Tu camino y no el mío, Señor, no importa cuán duro sea. Mi única preocupación es que mi corazón esté bien contigo. Sólo pido que en la ira recuerdes la misericordia, pero sobre todo, continúa con tu obra para que mi alma sea avivada y que sea agradable a tus ojos.
Esa fue la actitud de Habacuc. Fue la actitud de todos los verdaderos profetas de Dios. Es siempre la actitud de la Iglesia en todo tiempo de despertar espiritualmente y experimentar un avivamiento. Es la única actitud correcta, bíblica y espiritual para la Iglesia y para cada creyente en lo individual en esta hora presente. Deberíamos pensar menos en la amenaza de cualquier situación que ponga en peligro a la Iglesia. Deberíamos preocupamos más por su salud y su pureza, y por sobre todo esto, mostrar preocupación por la santidad de Dios y dolor por el pecado humano.
Tomado y adaptado del libro Del temor a la fe, D. Martyn Lloyd-Jones, Desarrollo Cristiano Internacional-Hebron.
Etiqueta:
Martyn Lloyd-Jones