Las Escrituras dicen que el Rey Ezequías era temeroso de Dios: "Siguió [se aferró] a Jehová" (2 Reyes 18:6).
Durante el reinado de Ezequías, Jerusalén fue sitiada por los asirios, el imperio más poderoso del mundo en aquellos dias. Este vasto ejército ya había capturado Samaria y las ciudades de Judá, y ahora habian rodeado Jerusalén. Su capitán, burlándose, les dijo: "Hemos vencido a los dioses de todas las naciones. ¿Cómo esperan que su Dios los libre?"
DIOS ES PUESTO A PRUEBA
Aquí vemos que el Señor estaba siendo puesto a prueba. Su fidelidad estaba siendo cuestionada delante de todo el imperio, ante los enemigos de Israel e incluso ante el mismo pueblo de Dios. ¿Qué tal si él no actúa?
Mientras la crisis se acrecentaba, Isaías estaba de pie, observándolo todo. Él había recibido una palabra del Señor y confiaba en ella completamente. Ahora él comprometía a Dios a cumplir esa palabra, poniendo la reputación del Señor en juego. Él oró, básicamente, así: "Dios, mi honor no importa. Si tú no nos libras, puedo esconderme en el desierto, pero es tu honor el que está en juego".
Con eso, Isaías tranquilamente le dijo a Ezequías acerca del capitán asirio:
"No entrará en esta ciudad, ni echará saeta en ella; ni vendrá delante de ella con escudo, ni levantará contra ella un baluarte. Por el mismo camino que vino, volverá, y no entrará en esta ciudad, dice Jehová. Porque yo ampararé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo" (2 Reyes 19:32-34, cursivas añadidas).
Dios nunca dejará avergonzados a aquellos que confían en él, y esa noche él hizo un milagro poderoso. Las Escrituras dicen que 185,000 soldados asirios murieron misteriosamente, causando tal páníco, que el poderoso ejército huyó. Una vez más, Dios defendió a su pueblo por amor de sí mismo.