Al que cree todo le es posible | Charles Spurgeon

Al que cree todo le es posible | Charles Spurgeon

«Al que cree todo le es posible». Marcos 9:23

Muchos que profesan ser cristianos están siempre dudando y temiendo, y piensan, miserablemente, que esa es la condición inevitable del creyente. Esto es un error, pues: «Al que cree todo le es posible». La verdad es que podemos ascender hasta una posición donde cualquier duda o temor sea solo como un ave que vuela a través del alma, pero no se posa en ella.

Cuando lees acerca de la sublime y dulce comunión que han disfrutado ciertos santos distinguidos, suspiras y lamentas en lo íntimo de tu corazón diciendo: «¡Ay!, eso no es para mí». ¡Oh escalador, solo con tener fe, te verás colocado sobre el luminoso pináculo del Templo!, pues «al que cree todo le es posible». Tú oyes hablar de las proezas que han llevado a cabo por Jesús algunos hombres santos, o cuánto se han gozado ellos en él, o en qué medida han llegado a parecérsele, o cómo han podido soportar grandes persecuciones por su causa, y dices: «¡Oh, en cuánto a mí, no soy más que un gusano; yo no puedo alcanzar eso!».

No hay nada que haya sido algún santo que no puedas serlo tú. No hay exaltación alguna de la gracia, adquisición de espiritualidad, prueba de seguridad, puesto de servicio, que no te sea accesible, si tan solamente crees. Desecha el cilicio y la ceniza y elévate hasta la dignidad de tu verdadera posición. Tú eres pequeño en Israel porque quieres serlo, no porque haya necesidad de que lo seas. No es propio que te arrastres en el polvo, oh hijo de Rey. ¡Asciende! El trono de oro de la certeza te aguarda. La corona de la comunión con Jesús está lista para adornar tus sienes. Vístete de escarlata y de lino fino y pásalo bien todos los días; pues, si crees, puedes comer «lo mejor del trigo». Tu tierra fluirá leche y miel y tu alma se saciará de meollo y de grosura. Recoge las doradas gavillas de la gracia, pues ellas te esperan en los campos de la fe: «Al que cree todo le es posible».

Tomado de Lecturas vespertinas pág. 230

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