"He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espiritu; El traerá justicia a las naciones." (Is. 42:1)
Este pasaje se refiere a Jesús el Cristo como el Siervo que hará justicia. La palabra Hebrea "ebed" traducida por siervo se referia al esclavo, al sirviente adorador de Dios. Se usó para designar a los siervos profetas de Israel y a los siervos levitas que cantaban. Dios lo aplica a su ungido que sería un siervo obediente, sufrido, escogido y sostenido, en el que se complace y en el cual ha sido puesto el Espíritu para que traiga la verdadera justicia a todos los pueblos, linajes, lenguas y naciones de todo el planeta tierra.
Ya en el Salmo 98:9 se habla proféticamente que Dios vino a juzgar a la tierra, al mundo, y a los pueblos: "...Delante de Jehová, porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud." Aunque en la primera parte está hablando en tiempo pasado, eso no se ha cumplido totalmente. El Señor todavía no ha juzgado al mundo, ni tampoco a los pueblos. Estos andan aún en su propia corriente y sistema pecaminoso. Más bien la misión de Dios en Jesucristo se cumplirá a cabalidad cuando Jesucristo en su segunda venida comience su reino y luego lo entregue al Dios y Padre. Es ahí donde se experimentará por primera vez un gobierno justo y recto como nunca se ha conocido en la historia humana. Jesús en su misión en la primera venida acercó el Reino de Dios, pero no lo consumó Ahora el Reino se encuentra en los corazones de sus hijos que forman parte de su Iglesia y es espiritual.
Más adelante, Isaías 61:11 reitera que Dios hará justicia a las naciones y que hará brotar alabanza de ellas. Otra vez, este cumplimiento tendrá lugar cuando comience a reinar Jesucristo literalmente. Entonces todas las naciones reconocerán al Señor Jesucristo. Hoy, la mayoría de las naciones no se han vuelto a Dios, mucho menos prorrumpen en alabanza. Ni siquiera Israel se ha vuelto a Dios. Sin embargo, esto se cumplirá. Y será en la persona de Jesús y en el Reino cuando venga la plena justicia. Será algo nuevo que no se ha experimentado todavía en las naciones todas. Como cuando la tierra produce su renuevo, y como el huerto hace brotar su semilla, así Jehová el Señor hará brotar justicia y alabanza delante de todas las naciones.
La justicia y la rectitud que traerá el Siervo comenzarán primero por casa. Esto incluye castigo para su propio pueblo. Así como el Señor estuvo para ayudarlo y salvarlo, también los dispersó entre las naciones a causa de su desobediencia. No obstante el trato del Señor con las naciones en las cuales se refugiaron, los del pueblo de Israel, será de juicio. Jeremias 30:11 dice eso claramente:
"Porque yo estoy contigo para salvarte, dice Jehová, y destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí, pero a ti no te destruiré, sino que te castigaré con justicia; de ninguna manera te dejaré sin castigo."
La justicia del Señor para su pueblo incluye castigo. Y para que el Siervo Jesús traiga justicia a las naciones también debe traer castigo a éstas. Esto pareciera ser muy drástico, pero el texto dice claramente que el Señor destruirá a las naciones entre las cuales esparció a su pueblo. En consecuencia, en todas las naciones donde estén viviendo judíos habrá destrucciónbcomo naciones. Seguirán existiendo los territorios pero no las naciones necesariamente. Tan firme es esta profecía que el Señor la vuelve a decir a través del profeta Jeremías 46:28:
"Tú, siervo mío Jacob, no temas, dice Jehová, porque yo estoy contigo; porque destruiré a todas las naciones entre las cuales te he dispersado, pero a ti no te destruiré del todo, sino que te castigare con justicia, de ninguna manera te dejaré sin castigo".
La forma de traer justicia a las naciones es por medio de la verdad. Sin la verdad no existe justicia. Y sin justicia no se puede hablar de verdad.
Libro "La obediencia de Jesús de Nazaret, modelo para la misión de la iglesia" (Autor: Rigoberto Gálvez).
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