Deuteronomio 4:23-31
"Guardaos, no os olvidéis del pacto del Señor vuestro Dios, que él estableció con vosotros, y no os hagáis escultura o imagen de ninguna cosa que el Señor tu Dios te ha prohibido. Porque el Señor tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso. Cuando hayáis engendrado hijos y nietos, y hayáis envejecido en la tierra, si os corrompiereis e hiciereis escultura o imagen de cualquier cosa, e hiciereis lo malo ante los ojos de Jehová vuestro Dios, para enojarlo; yo pongo hoy por testigos al cielo y a la tierra, que pronto pereceréis totalmente de la tierra hacia la cual pasáis el Jordán para tomar posesión de ella; no estaréis en ella largos días sin que seáis destruidos. Y el Señor os esparcirá entre los pueblos, y quedaréis pocos en número entre las naciones a las cuales os llevará el Señor. Y serviréis allí a dioses hechos de manos de hombres, de madera y piedra, que no ven, ni oyen, ni comen, ni huelen. Mas si desde allí buscares al Señor tu Dios, lo hallarás, si lo buscares de todo tu corazón y de toda tu alma. Cuando estuvieres en angustia, y te alcanzaren todas estas cosas, si en los postreros días te volvieres al Señor tu Dios y oyeres su voz; porque Dios misericordioso es el Señor tu Dios; no te dejará, ni te destruirá, ni se olvidará del pacto que les juró a tus padres."
1. La exigencia del Primer Mandamiento de honrar a Dios como Dios misericordioso.
El Deuteronomio no intenta ser otra cosa que una exposición del Decálogo, en la que Moisés se explaya acerca del alcance que debemos dar a los 10 Mandamientos. Ante todo insiste en el Primer Mandamiento, en el cual hace recaer el énfasis principal. A los demás mandamientos en cambio, más fáciles, no les dedica tanta atención; pues Moisés entiende que si una persona permanece en el Primer Mandamiento, vale decir, en esa fe por medio de la cual llega a conocer de veras al Dios verdadero, dicha persona no tardará en aprender también a honrar el nombre de Dios. Por esto no ahorra palabras en inculcar este mandamiento, ya sea con amonestaciones de diversa índole, amenazas para los transgresores, o promesas para los que lo cumplen. De esto ya habéis oído hablar bastante detalladamente. La mayor preocupación de Moisés es que la gente entienda el Primer Mandamiento correctamente y se atenga al mismo. En efecto, si leyeseis el Antiguo Testamento, notaríais que en resumidas cuentas, lo que quiere demostrarnos es esto: por cuanto se hizo caso omiso del Primer Mandamiento, fueron muertos los profetas, y se originaron en el pueblo de Israel todas esas guerras y carestías, toda esa miseria y derramamiento de sangre.
Si este mandamiento es echado a un lado, todos los demás mandamientos pierden su significado, así como decimos los cristianos: "Si perdemos la doctrina básica de que Cristo es nuestro Salvador, y que la fe sola nos hace justos ante Dios, estamos perdidos." Quien cae de esta nave, se ahoga, aun cuando anteriormente esta nave le hubiera salvado miles dé veces. He aquí, pues, lo que el Primer Mandamiento demanda: Creed en el Señor, confiad en él, y dejad que él sea vuestro único Dios. La plaga más grande, y un mal que nos es innato, es el hecho de que no nos podemos deshacer de la idolatría. Todavía tenemos metidas en lo más profundo de nuestra médula las palabras: "Seréis como dioses" (Génesis 3:5). Pero mientras persista este estado de cosas, Satanás tiene acceso a nosotros. Por esto debe considerarse el Primer Mandamiento como uno de los puntos fundamentales. Pues en él radica toda la sabiduría; todo arte que pudiera nombrarse es insubstancial en comparación con este mandamiento: "Yo soy el Señor, tu Dios". Tres palabras nada más", pero tres palabras difíciles de entender. No en vano las inculca Moisés con tal despliegue de elocuencia; y no obstante, el éxito es escaso. "El Señor tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso." ¡Palabras terribles, por cierto, aquellas de que Dios, es "fuego consumidor"! Él consume y destruye, y no hay quien pueda impedírselo; y lo hace y lo quiere hacer, porque es un "Dios celoso".
A esto sigue: "Cuando hayáis engendrado hijos y nietos, y hayáis envejecido en la tierra, si os corrompiereis. e hiciereis escultura o imagen de cualquier cosa, e hiciereis lo malo ante los ojos del Señor vuestro Dios, para enojarlo; yo pongo hoy por testigos al cielo y a la tierra, que pronto pereceréis totalmente de la tierra hacia la cual pasáis el Jordán para tomar posesión de ella; no estaréis en ella largos días sin que seáis destruidos." Si yo tuviera que resumir todo esto, no podría darle una formulación más cortante que ésta: "Si apostatáis de Dios, ya no hay más remedio". Invoca al cielo y a la tierra, es decir, a todo cuanto existe, a toda la creación animada e inanimada. No podría haber apelado a ningún testimonio más poderoso. Así lo hacemos también nosotros: también nosotros inculcamos a la gente el artículo supremo de que Dios es el Dios único de quien debemos aguardar toda clase de bienes. Si apostatamos de él, estamos irremisiblemente perdidos. Así también nosotros enseñamos a la gente que toda nuestra confianza la debemos depositar en la gracia divina. Ahora bien: ningún otro artículo nos resulta más intolerable que precisamente éste, el que más falta nos hace. El uno inventa una orden, el otro inventa otra cosa; pero confiar en Dios solo y esperar en él como Dador de lo bueno, esto no lo quiere hacer nadie. Es exactamente como si yo, siendo rico, quisiera regalar a alguien unos campos y otros bienes y le dijera: "Todo esto te lo quiero dar de regalo", y la persona así favorecida rechazara mi ofrecimiento; o como si un hombre tuviera una hija y me la quisiera dar en matrimonio de pura bondad, y yo me opusiera a ello y le dijera: "Esta manera de hacer las cosas no me gusta. Yo lo haré mejor. Quiero merecérmela, para no tener que recibirla de gracia sino por mérito y a base de un derecho." De la misma manera se intenta proceder después también con Dios. Se quiere obtener de nuestro Dios y Señor el cielo mediante una pretensión legal — y eso que él mismo hace pregonar desde la fundación del mundo: "Os lo daré todo de gracia".
Esto mismo nos lo predica con insistencia también el Primer Mandamiento en nuestro texto de hoy, diciéndonos: "¡No empecéis con vuestras obras! Dejad que yo os muestre mi misericordia." Es verdaderamente vergonzoso que se nos tenga que reprochar nuestra actitud de que no queremos recibir nada de gracia, sino ganarlo por nuestros méritos. Estamos haciendo el papel de un mendigo que viene al palacio del rey y no quiere aceptar de éste una limosna gratis, sino al contrario, le quiere dar en cambio cuatro moneditas — o cuatro piojos. Así, el mundo quiere dar algo a Aquel que lo dio todo. Y al prójimo, al que le debiera dar algo, en vez de darle sólo le quiere quitar. Si uno tiene casa y ganado, el otro piensa: "¡Por qué no tendré yo la casa de ese hombre, o su vaca!" Por esto dice Moisés: "Si no os importa el mandamiento de Dios, ¡cuidado! Dios es un Dios celoso y un fuego consumidor" — en buen romance: ¡os juro que Dios no os vendrá con regalos! Una vez que hemos perdido a Cristo por nuestra insensatez, nada de bueno seguirá. Nosotros, por cierto, vivimos muy despreocupadamente, como si Cristo fuese un tonto; pero al final ya veremos las consecuencias.
2. La amenaza que el Primer Mandamiento dirige contra los que se apartan de Dios.
"Y el Señor os esparcirá entre los pueblos, y quedaréis pocos en número." Esto se refiere ahora también a la fe nuestra. Lo que les sucedió a los judíos, nos sucederá también a nosotros. Bajo el régimen del papa fuimos dispersados y perseguidos, el uno en una dirección, el otro en otra, así como los judíos fueron dispersados entre los pueblos paganos. Pero una vez que los judíos se habían radicado en tierra pagana, perdieron a su Dios y adoraron a los dioses de los gentiles, hasta que por fin los romanos los aniquilaron del todo. Así es como Dios se muestra como fuego consumidor.
En nuestros propios días se levantan ya los anabaptistas, ya otros grupos sectarios. También ellos son instrumentos del fuego consumidor de Dios. Se han echado en saco roto los mandamientos divinos, hemos desdeñado la misericordia de Dios en Cristo, cada cual quería crear algo particular. Por eso vinieron aquellos sectarios. ¡Cuan ardientemente desearía Moisés poder guardar a su pueblo en la fe exigida por el Primer Mandamiento! También nosotros predicamos acerca de la fe con el mismo apasionamiento con que Moisés lo centralizaba todo en la fe. El resultado es que se nos ríe en la cara. Dice Moisés: Cuando los israelitas lleguen a tierras paganas y sean dispersados, perderán su autonomía y se convertirán en esclavos donde antes habían sido señores. Así nos pasó a nosotros: se nos convirtió en esclavos de la Santa Sede. Cualquier bellaco de provisor o hermano lego' podía mediante un solo y mísero breve imponer obligaciones a los príncipes; todos tenían que doblegarse bajo la autoridad eclesiástica. Hoy ni siquiera quisiéramos contratarlos como peones de patio; pero en aquel entonces ejercieron el dominio sobre nosotros. No obstante, está a la vista que la mayoría de la gente no reconoce este hecho, ni le da a Dios las gracias por ello. Semejante ingratitud bochornosa algún día acabará con nosotros.
Las amenazas que Moisés profiere contra los judíos caerán sobre nuestra cabeza: vendrán tiempos en que seremos gobernados y tiranizados por rufianes que no son dignos de limpiarnos los zapatos. Idéntica ingratitud exhiben también los príncipes evangélicos. Si decimos que a un párroco de aldea se le debiera dar un salario de 30 florines, se nos llama avaros y se nos responde que hoy en día es imposible pagar una suma tan elevada. Pero llegará el día en que tendrán que pagar tanto como antes, días en que se los someterá nuevamente a la autoridad del provisor y del papa; y si yo pudiera reimplantar la potestad del papa sobre ese populacho, de seguro que no titubearía en hacerlo. Y no le quepa a nadie la menor duda de que aquellos tiempos volverán; pues el texto bíblico no mentirá: "El Señor tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso". Volverán a caer sobre ellos los tiranos, espirituales y seculares, que los exprimirán, y no obstante no les enseñarán nada de bueno. Pero de nosotros y de la enseñanza nuestra se ríen, como los judíos de antaño se reían de Moisés."
3. La trasgresión del Primer Mandamiento por parte de los que confían en sus propias obras y en su iluminación por el Espíritu.
"Y serviréis allí a dioses hechos de manos de hombres." Los profetas leyeron con gran diligencia lo escrito por Moisés, y con igual diligencia lo anunciaron al pueblo. No ignoraban por lo tanto los judíos que en este texto Moisés les dice: "Esto te sucederá: servirás a dioses que son llamados obras de manos de hombres. Esto será tu recompensa cuando reniegues de aquella fe y confíes en otra cosa en lugar de confiar en el Dios que te ofrece su misericordia; tendrás dioses que no serán más que piedra y madera, imágenes que no pueden oler ni comer los sacrificios que tú les presentas." "¡No!", dirás tú, "jamás sucederá que Satanás logre imponerme tal cosa". "Sí que te acontecerá", responde Moisés. Pues el que se aparta de este artículo supremo del Primer Mandamiento, en lo sucesivo no guardará otro artículo alguno, sea lo que fuere lo que se le ocurra observar y enseñar. ¿Cómo es posible? Escucha: Cuando confiábamos en lo que habían decretado los antiguos Padres, y en lo que ellos llamaban "buenas obras", ¿acaso esto no significaba adorar las obras de las manos? Pues todo lo que hay en los templos: los altares, los cálices — todo esto lo hemos donado para hacernos partícipes de los méritos de los santos ¿No significa esto adorar piedras y madera? ¿O quieres decirme que un altar es un dios? ¿O que lo es la buena obra que haces, o la regla monástica que observas? Por cierto, la gracia y misericordia de Dios tiene que ser otra cosa que la obra y el mérito que el hombre hace en el convento o en algún otro lugar. Esto lo tendrá que admitir cualquiera. La misericordia y la gracia de Dios existían ya antes de que nosotros naciéramos; y no obstante, nosotros hemos hecho caso omiso de esta misericordia, y hemos puesto nuestra confianza en obras, méritos, y cosas por el estilo. Esto es lo que Moisés quiere decir con las palabras: "Serviréis a dioses hechos, de manos de hombres". Y esto lo debemos evitar. Pero quien falla en este artículo, inevitablemente llegará a ello. Por eso mismo Moisés nos exhorta con tantas palabras a que nos atengamos al Primer Mandamiento, y nos aterra con la amenaza de que-"Dios es un Dios celoso", amenaza que vale en primer término para los que abominan de la voluntad divina. Moisés añadió al mandamiento de Dios tanto promesas como amenazas.
Y también la predicación nuestra debe quedar dentro del marco de lo que dijo Moisés: "Si no quieres aceptar la gracia, tendrás la condenación y la ira". Esto, creo, lo pueden entender todos. "Servirás a dioses hechos de manos de hombres" — esto significa que confiamos en algo que no es sino obra de manos. ¿Y qué hacen nuestros sectarios e iconoclastas n sino enseñar a los hombres a confiar en las obras? "Un cristiano verdadero", declaran, "no es aquel que confía solamente en la misericordia de Dios, sino aquel que destruye las imágenes idólatras". O ¿qué enseñan los anabaptistas? Dicen que el bautismo es una ceremonia vacía. Muy elegantemente eliminan del bautismo la gracia. En el bautismo no hay gracia, opinan ellos, tampoco hay remisión de los pecados, sino que el bautismo es simplemente una señal que se te da si has demostrado ser una persona irreprensible, y por cuanto lo has demostrado. Desglosando así del bautismo la gracia, no queda más que una obra.
De la misma manera han separado también del sacramento de la santa cena la promesa que allí se ofrece; para ellos, cuando tomas la santa cena sólo comes pan y bebes vino. Con sólo confesar a Cristo en la santa cena, dicen, y con comer el pan y beber el vino, haces una buena obra; la gracia no es un ingrediente necesario. Esto es lo que resulta cuando uno se aleja del Primer Mandamiento: inmediatamente erige un ídolo y establece para sí una obra en la cual pone su confianza. Por esto dice Moisés: "Permaneced con Dios; de lo contrario, la consecuencia inevitable será que os levantéis un ídolo." A hombres tales los llamamos entonces "herejes", es decir, gente que se aparta del Primer Mandamiento y de la fe en el Dios verdadero. De esta manera, Moisés nos indica que si renegamos del Primer Mandamiento, nos resultará imposible eludir la idolatría. También los presuntos "iluminados por el Espíritu" insisten en el Primer Mandamiento y afirman: "Nosotros anunciamos la gracia y misericordia de Dios por medio de Cristo Jesús, y no desechamos en modo alguno lo expresado en el Primer Mandamiento." Además se quejan de que yo difundo mentiras acerca de ellos. Pero ¡obsérvalos un poco más de cerca! Es verdad, ellos confiesan que Cristo murió en la cruz por nuestra salvación. Sin embargo, niegan aquello mediante lo cual llegamos a ser uno con Cristo, o sea, destruyen el medio, el camino, el puente, el acceso para acercarnos a Cristo y apropiarnos el beneficio de su obra salvadora.
También los turcos confiesan a Dios, pero niegan a Cristo como Mediador. Si yo predico a alguien: "Aquí tienes un tesoro", pero no le doy ese tesoro, ¿de qué le sirve? Con razón el hombre aquel me dirá: "¡Cómo! ¿Primero exhibes ante mis narices un tesoro, y luego te niegas a entregármelo?" Así, esos falsos maestros hablan mucho acerca del perdón de los pecados y de la gracia. Mas si pregunto: "¿Cómo puedo adquirir esta gracia, cómo llega hacia mí?", me contestan: "El Espíritu, únicamente el Espíritu es el que tiene que obrarlo todo"; y este engaño lo complementan diciéndome: "La palabra exterior, el bautismo y la santa cena no tienen ningún valor." Esto significa ponerme el tesoro ante las narices, pero quitarme la llave y el puente que me lleva, a él; pues este tesoro nos es entregado únicamente por medio del bautismo, la santa cena y la palabra exterior. Esto lo digo porque el diablo con su acostumbrada prontitud confiesa todas estas palabras, pero al mismo tiempo niega los medios por los cuales recibimos lo que las palabras prometen. Quiere decir: no niegan el tesoro mismo, pero sí imposibilitan su uso; nos quitan la manera de llegar a él y de aprovecharlo. "Es preciso que tengas el Espíritu", me dicen; pero de la manera cómo puedo adquirir el Espíritu, de esto no me dicen nada.
En pocas palabras: toda secta que surja, irremediablemente arremeterá contra el Primer Mandamiento v contra Cristo Jesús; a este resultado final llegarán todos los herejes sin excepción. Quedémonos pues con este artículo: "No tengáis otro Dios" que el que llega a nosotros en la palabra y en los sacramentos. También a los israelitas del Antiguo Testamento, Dios les indicó una manera cómo podían encontrarle: "Aquí me hallaréis", les dijo — aquí donde estaba el tabernáculo, el altar y el candelero. Nunca se dejó hallar sin elementos intermediarios; siempre proveyó medios exteriores por los cuales habrían de encontrarle. Pero así como nuestros defensores actuales de una "iluminación directa" rehúyen estos medios, así los rehuían también los judíos de antaño. Pero si no he de asir a Dios por medio de factores exteriores, ¿cómo puedo asirle? Por ende, casi todos los herejes pecan contra el Primer Mandamiento. "Mas sí desde allí buscares al Señor tu Dios, le hallarás, si le buscares de todo tu corazón, y de toda tu alma. Cuando estuvieres en angustia, y te alcanzaren todas estas cosas, si en los postreros días te volvieres al Señor tu Dios y oyeres su voz; porque Dios misericordioso es el Señor tu Dios; no te dejará, ni te destruirá, ni se olvidará del pacto que les juró a tus padres." ¡Quisiera ver al que es tan erudito como para abrogar este texto — excepción hecha de los apóstoles! Es, en efecto, un texto que favorece poderosísimamente a los judíos con aquello de que "Cuando estuvieres en angustia, y te alcanzaren todas estas cosas, cuando hayas apostatado de Dios, clamarás a él, y él se acordará de ti". Ahí los judíos dicen, conforme a este texto: "Hemos pecado, y hemos apostatado de Dios; pero ahora le buscaremos de todo corazón, y él no nos abandonará". Y según parece, este texto poderosísimo se dirige contra todo el Nuevo Testamento. Sin embargo, es un texto que nos atañe a todos, no sólo a los judíos. Para todos nosotros fueron dichas aquellas palabras de que Dios no quiere abandonar a los que han caído; incluso lo estáis viendo por propia experiencia. A pesar de que la trasgresión de los mandamientos trae consigo castigos, no obstante la misericordia de Dios aparece siempre de nuevo.
En resumen: cuando Moisés en este pasaje habla de que Dios es un fuego consumidor, lo hace para que nadie se entregue a una engañosa seguridad si Dios no envía al instante el castigo por los pecados; pues si no lo envía ahora mismo, con toda certeza lo enviará más tarde. Tampoco debes decir: "De todos modos, el Señor es un Dios misericordioso, como lo declara aquí el texto", y entretanto seguir pecando e ir tranquilamente por tu camino, como para hacer la prueba de si Dios es realmente un fuego consumidor. Por otra parte, si tú te has apartado de Dios y no puedes volver a la senda recta por tus propias fuerzas, Dios no te abandonará sino que vendrá en tu ayuda. Pues él es un Dios misericordioso; aun cuando aplica castigos, no aniquila del todo, como acostumbra hacerlo Satanás. Permite, sí, que nos azoten bestias feroces, pestes, carestías, guerras, y devasta un determinado reino o cierta ciudad; no obstante, reserva a uno p dos que puedan reedificar la ciudad, como ocurrió en el diluvio, donde dejó con vida a ocho personas", y en la destrucción de Sodoma, donde hizo que escaparan Lot y sus dos hijas1. La amenaza empero sigue en pie para aquellos que ya están sufriendo el castigo y pese a ello se resisten a creer; para los rectos de corazón en cambio siguen en pie las promesas. Vale, pues, para todos los hombres en general el dicho de que Dios, al aplicar sus castigos, tiene cuidado de no causar la destrucción completa del castigado. Pero cuando los judíos citan este texto interpretándolo a su gusto, diles que aquí está escrito también: "Hallarás a Dios sí le buscares de todo tu corazón y de toda tu alma". El apóstol Pablo emplea este texto en una de sus argumentaciones, y nadie sería capaz de resolver este enigma si no lo hubiese resuelto Pablo mismo. Dios no dice que dejará impunes a los malvados, como opinan los judíos; tampoco dice que recibirá a todos en su gracia. Sin embargo, después de haber castigado a los judíos, aceptó a muchos de ellos como cabezas de la cristiandad, y aún hoy son convertidos algunos de ellos. Pero con la misma razón que los judíos, también los papistas podrían decir: "Dios no abandona a su iglesia". Por cierto, Cristo permanecerá con la iglesia hasta el fin del mundo. Esto no nos lo quitará nadie, puesto que él mismo lo dijo en Mateo 28 (v. 20).
El papa y los suyos, en consecuencia, arguyen de esta manera: "Por lo tanto nosotros permaneceremos y no seremos derrotados jamás, porque nosotros somos la iglesia de Cristo". A esto habrá que responder: "Así será, en efecto, si la iglesia se vuelve al Señor su Dios de todo su corazón y de toda su alma". Así lo aclara Moisés: no a los que se le oponen deliberadamente los volverá Dios a levantar, sino a los que en su temor y angustia le buscan de todo corazón. No puedes decir, por lo tanto, que Dios haya prometido su misericordia a algún pueblo como tal, sea al pueblo judío o a un pueblo pagano; únicamente la prometió a quienes de corazón se vuelven a él, ya sea que pertenezcan a los judíos o a los malos cristianos o a los obispos, con tal que revoquen con toda seriedad su anterior manera errada de vivir. Donde .esto último no sucede, la misericordia no entra en efecto. Por ende, los judíos no tienen ningún motivo de vanagloriarse con que Dios los volverá a llamar a su lado; pues en lugar de implorar la misericordia divina, se jactan de sus obras humanas y de su procedencia según la carne. En consecuencia, este texto habla sólo en apariencia a favor de la afirmación de los judíos y los papistas de que "Dios no abandona a su pueblo, a su iglesia". Pues dime: ¿quién es su pueblo, y quién su iglesia? Son, como queda dicho, los que buscan al Señor su Dios de todo su corazón y de toda su alma, o sea, los que confían sola y únicamente en su divina misericordia y permanecen en los que les enseña el Primer Mandamiento y desisten de la engañosa confianza en sus propias obras. Otros se podrán llamar iglesia e incluso ángeles. Todo esto no tiene valor alguno.
Este texto lo he querido tratar con tantos detalles por causa de los judíos y de nuestros papistas que lo llevan en la boca con mucha frecuencia.
Sermón vespertino para el domingo después del Día de San Juan.
Fecha: 27 de junio de 1529.
Texto: Deuteronomio 4:23-31.
Referencia Bibliográfica
LIBRO: Lo que el Primer Mandamiento exige, y lo que promete | AUTOR: Martín Lutero