Capítulo 12
He hablado continuamente acerca del Cristo crucificado, quien es la gran esperanza del culpable; pero es sabio que nos acordemos de que nuestro Señor resucito de entre los muertos y vive eternamente.
No se te pide que creas en un Cristo muerto, sino en un Redentor que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Así es que puedes acudir a Jesús en seguida como a un amigo vivo y presente. No se trata de un simple recuerdo, sino de una persona continuamente existente quién desea oir tus oraciones y contestarlas. El vive a propósito para continuar la obra, por la cual sacrificó su vida. Está intercediendo por los pecadores a la diestra del Padre, y por lo mismo es poderoso «para salvar eternamente a los que por él se acercan a Dios» (Heb. 9:25). Acude a él y entrégate a este Salvador vivo, si antes no lo has hecho.
Este Jesús vivo está ensalzado hasta la eminencia de gloria y poder. Hoy no sufre como «el humillado ante sus enemigos, no sufre trabajos como «el hijo del carpintero, sino que está elevado muy por encima de los principados y las potencias y todo nombre. El Padre le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra y está ejecutando este encargo glorioso, llevando a cabo su obra de gracia. Escucha bien lo que Pedro y los otros apóstoles testifican acerca de él ante el sumo sacerdote y todo el concilio:
El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Principe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados (Hech. 5:30,31).
La gloria que rodea al Señor ascendido debiera inspirar esperanza en todo corazón creyente. Jesús no es persona de categoría oscura; es un Salvador grande y glorioso. Es el Redentor ensalzado por Principe coronado como tal. La gracia soberana sobre la vida y la muerte se le ha confiado; el Padre ha puesto a todos los hombres bajo el gobierno mediador de su Hijo. así que puede dar vida a quien quiera. El abre y nadie cierra. El alma sujeta por las cuerdas del pecado y de la condenación puede quedar libre inmediatamente por el poder de su palabra. Extiende su cetro real, y cualquiera que lo toque, vivirá.
Providencia para nosotros que como vive el pecado, y vive la carne y vive el diablo, vive también Jesús: y por esta misma también cualquiera que fuese el poder de esos para arruinarnos. infinitamente mayor es el poder de Jesús para salvarnos.
Toda su glorificación y habilidad están actuando a nuestro favor. Se le ha «ensalzado para ser> y ensalzado para dar». Ha sido ensalzado para ser Principe y Salvador y para dar todo lo necesario para llevar a cabo la salvación de todos cuantos entren bajo su gobierno. Nada tiene Jesús que no esté dispuesto a usar para la salvación de los pecadores y nada es que no esté dispuesto a desplegar en la dispensación abundante de su gracia. Cooperan a una su función de Príncipe y su función de Salvador, como si no quisiera ejercer la una sin la otra; y manifiesta su glorificación como teniendo por objeto producir bendiciones para la humanidad como si esto fuera la flor y corona de su gloria. ¿Puede haber algo mejor combinado para infundir esperanza en los pecadores arrepentidos que empiezan a dirigir su mirada hacia Cristo Jesus?
Muy grande fue la humillación que sufrió Jesús, y por lo mismo hubo lugar para su ensalzamiento. Por esa humillación cumplió toda la voluntad del Padre, y por tanto recibió la recompensa de ser elevado a la gloria. Esta glorificación la usa para bien de su pueblo. Levante el lector su mirada hacia esas elevaciones de gloria, de donde debe esperar ayuda. Contempla las glorias celestes de in Principe y Salvador. ¿No es esta la mayor esperanza para los hombres que wel Hijo del hombre» ocupa el trono del universo? ¿No es glorioso de verdad, que el Señor de todo es el Salvador de los pecadores? Tenemos un amigo en el tribunal, si, un amigo sobre el trono. Pondrá este toda su influencia a favor de los que entreguen sus asuntos en sus manos. Bien dice uno de nuestros himnos:
Para siempre vive ensalzado ante el trono Principe y Salvador. Cristo, quien es hoy mi abogado, ¿Cómo puede para mi haber temor?Ven, amigo, y entrega tu causa en esas manos, una vez con llagas, pero hoy adomadas con las insignias del poder real y soberano. Jamás se perdió causa alguna confiada a tan poderoso Abogado.
Referencia Bibliográfica
Extraído del libro Solamente por gracia de Charles Spurgeon
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