Pruebas deductivas de la perseverancia final
Además de las pruebas directas que, acerca de la perseverancia final de los verdaderos creyentes, nos proporciona el Nuevo Testamento, hay otras pruebas que podemos llamar deductivas, porque se deducen de otras verdades manifiestamente enseñadas en la Santa Biblia. Así vemos que esta doctrina se deduce:
A) De la doctrina de la predestinación. La predestinación divina, como, por ejemplo, se enseña en Rom. 8:29-30, implica, no sólo que los elegidos recibirán las gracias necesarias para poder salvarse, sino también y principalmente que serán actualmente salvos en virtud del llamamiento divino que los conducirá eficazmente a la conversión y les preservará indefectiblemente hasta la glorificación. Nadie podrá separar del amor de Dios a los elegidos (Rom. 8:32-39).
B) De la eficacia de la intercesión de Jesucristo. La sangre de Cristo es el precio del rescate de los elegidos; por el derramamiento de esta sangre, Cristo es el Mediador eficaz de su salvación; y en virtud de esta Mediación, Cristo está siempre intercediendo en el Cielo por la salvación de los suyos (V. Heb. 7:25; 1. Jn. 2:1-2). Esta intercesión es siempre eficaz, tanto más cuanto que la redención de los creyentes fue pactada en la eternidad entre las personas divinas, como resultado del precio que el Hijo de Dios se disponía a pagar por sus escogidos (V. Jn. 11:52).
C) De la unión de los creyentes con Jesucristo. La regeneración espiritual y la justificación unen estrechamente a los cristianos con el Señor, hasta formar una sola planta, un solo cuerpo y un solo edificio (V. Jn. 15:1ss.; Rom. 6:4ss.; Ef. 2:1ss.; 4:15-16; Col. 3:1-3; etc.). Con Cristo son ya participantes de la vida eterna, es decir, de una vida que siempre dura. Ahora bien, la vida no es una abstracción separable del sujeto viviente, sino una forma inmanente de ser del mismo sujeto; por tanto, "vida eterna" quiere decir que el que la posee vivirá eternamente, sin posible relapso en la "muerte segunda".
D) De la seguridad de la salvación. La seguridad de la salvación del creyente es una verdad escritural. Esta verdad lleva consigo la de la perseverancia final del creyente, porque donde no hay certeza de perseverancia, tampoco puede haber seguridad de una salvación final.
Objeciones contra la doctrina de la perseverancia final
Las principales objeciones contra la doctrina de la perseverancia final pueden reducirse a tres:
A') Esta doctrina conduce a la inmoralidad, porque asegura un final salvo, quitando así la preocupación de la vigilancia que el Señor inculcó tanto, y la necesidad de una conducta santa, sin la cual nadie podrá habitar en el Cielo con el Dios tres veces santo. Respondemos: El hecho de que la gracia de Dios nos preserve hasta el final, no suprime, sino que supone como necesarias, tanto la debida vigilancia en la lucha contra el mal, como la docilidad al Espíritu en la tarea de la santificación. Una persona que ha sido regenerada por el Espíritu Santo a una vida de santidad, no puede albergar en su corazón la doblez de un hipócrita ni la protervia de un cretino.
B') El Nuevo Testamento nos ofrece muchos textos en que se urge a los creyentes a perseverar en el bien como medio de alcanzar la salvación, y en que se les amonesta contra el peligro de retroceso y de apostasía. Respondemos: Tales advertencias son claras y han de ser acogidas con la máxima seriedad pero no significan que los creyentes puedan finalmente perderse, sino simplemente que el uso de tales medios es necesario para prevenirles de la caída. Por tanto, tales amonestaciones representan un papel instrumental en el mensaje de Dios respecto del fin (la salvación) que Dios está decidido a preservar para sus elegidos. Recordemos que el creyente no es un mero elemento pasivo en la obra de la salvación; coopera activamente a su salvación, aunque esta actividad es fruto de la iniciativa eficaz y gratuita de Dios. Examínense los textos objetados (Mt. 24:12; Col. 1:23; Heb. 2:1; 3:14; 6:11; 1.a Jn. 2:6) y compárense Hech. 27: 22-25 con el vers. 31 del mismo capítulo.
C) Hay otros textos, como 1.a Tim. 1:19-20; 2.a Tim. 2:17-18; 4:10; Heb. 6:4-6; 10:26-27,39; 2. Ped. 2:1-2, que parecen indicar la posibilidad (y la realidad) de una apostasía final por parte de algunos que han sido creyentes. Respondemos: Tales textos hablan de apostasía, sí, pero no de verdaderos creyentes, sino de falsos profesantes que, quizás como la semilla que cayó en suelo de poco fondo, gustaron por algún tiempo de la luz del Evangelio (V. Jn. 1:9) y de las emociones saludables que en toda persona puede provocar pasajeramente la operación del Espíritu Santo en cuantos escuchan el mensaje, pero tales brotes de aparente vitalidad espiritual no son suficiente garantía de una verdadera conversión y de un nuevo nacimiento, sino que el tiempo y la prueba demuestran, en el hecho de la apostasía, que tales sujetos no eran de la Iglesia. Véanse Rom. 9:6; Ap. 3:1 y. sobre todo, 1.ª Jn. 2:19, donde, con toda claridad, se nos asegura acerca de los apóstatas: "Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros; porque, si hubiesen sido de los nuestros, HABRIAN PERMANECIDO con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de los nuestros."
Etiqueta:
Teología