Una de las verdades más consoladoras de la Santa Biblia, que la Reforma tuvo cuidado en presentar con su debido relieve, es la de que el verdadero creyente está seguro de su salvación final, sean cuales sean los futuros avatares que la vida le haya de deparar. ¿En qué se funda esta seguridad? Antes de responder a esta pregunta, pasemos breve revista a la Historia de la controversia que no tardó en levantarse sobre esta verdad.
Evolución histórica del concepto de perseverancia
A) Tras el moralismo de los primeros llamados "Padres de la Iglesia" y por la influencia del monacato, con su énfasis en la ascesis personal, comenzó a desarrollarse la idea de una salvación por las obras, que desembocó en el Pelagianismo, negando así la iniciativa divina en la obra de la salvación.
B) Agustín de Hipona, justamente llamado "el Doctor de la gracia", restableció la doctrina de la predestinación divina y de la preservación final de los elegidos, aunque su equivocado concepto de "vida eterna" le hiciese caer en el error después la corriente en la Teología Escolástica y definido como dogma en Trento de que la justificación se puede perder por el pecado "mortal"; sin embargo, sostuvo que los elegidos habrán sido restablecidos en la gracia y preservados por Dios hasta el final.
C) En la Iglesia de Roma, la seguridad del creyente en su perseverancia final es negada sobre la base de que la justificación (que también tiene por insegura) puede perderse por un solo pecado "mortal"; y, por tanto, la salvación final debe ser conseguida y merecida mediante la recepción de los sacramentos y la práctica de las buenas obras. Es una doctrina cercana al Semipelagianismo y al Arminianismo.
D) La Reforma restableció la doctrina bíblica de la perseverancia segura de los verdaderos creyentes. Sin embargo, Lutero (y sus seguidores), haciendo énfasis en la fe del creyente como soporte de la justificación, hizo depender la perseverancia final de la continua "actividad de la fe", de modo que la justificación y la salvación final se pueden perder por el pecado de apostasía, es decir, de incredulidad. Calvino, en cambio, con su correcto concepto de justificación, no por la fe, sino por la gracia, mediante la fe, preservó el concepto bíblico de preservación divina, basada, no en la mutable fidelidad del creyente, sino en la inmutable elección de Dios.
E) Arminio, confuso ante ciertos pasajes de la Escritura que después analizaremos, afirmó que, aunque él no se atrevía a negar la verdad de que un verdadero creyente no puede perder la salvación, sin embargo encontraba ciertos textos bíblicos que le daban la impresión contraria. Sus discípulos carecieron, de los escrúpulos de su maestro y sostuvieron que la perseverancia y la salvación final dependían del libre albedrío en su decisión de creer y de continuar, después, en su obediencia al Evangelio.
F) El Sínodo de Dort, en 1609, reafirmó la posición calvinista contra Arminio, declarando que, a pesar de la debilidad pecaminosa de los creyentes, "Dios, que es rico en misericordia, conforme a su inmutable propósito y plan de salvación, no retira totalmente de Su pueblo el Espíritu Santo, aun en medio de sus graves caídas, ni permite que marchen tan lejos como para perder la gracia de la adopción y dejar el estado de justificación...; ni permite que queden totalmente abandonados ni que se precipiten en el abismo de la eterna destrucción."
¿Perseverancia o preservación?
El hecho de que los verdaderos creyentes, que han nacido de nuevo a la vida eterna, tengan asegurada la salvación final, depende de la preservación divina, la cual no es otra cosa que la continua operación del Espíritu Santo en el creyente, por medio de la cual, la obra de la gracia divina en el corazón humano es llevada a feliz término. A esta preservación continua por parte de Dios, corresponde de la parte humana el perseverar o permanecer hasta el final, no como una propiedad personal o disposición inherente al individuo, sino como una estabilidad directamente producida por la divina preservación.
¿Qué dice la Escritura?
El Nuevo Testamento nos ofrece suficientes pruebas de que Dios no abandona para siempre a los que son suyos:
A) En Jn. 10:27-29, vemos que las verdaderas ovejas de Cristo están firmemente en las manos del Padre y de Jesucristo, y que nadie podrá arrancarlas de allí.
B) En Rom. 8:35-39 se asegura que nada "nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro". Nuestra salvación no depende del amor que nosotros le tenemos a Dios, sino del amor que Dios nos tiene a nosotros.
C) En Rom. 11:29 se afirma que Dios jamás se vuelve atrás en el don de su gracia, manifestado en Su elección irrevocable y en su llamamiento eficaz.
D') En Flp. 1:6, el Apóstol expresa su confianza y seguridad en que el Dios que ha comenzado una buena obra en la conversión, no la abandonará hasta el final.
E') En 2. Tes. 3:3, el mismo Apóstol asegura a los fieles de Tesalónica: "Pero fiel es el Señor, que os afirmará (esta- blecerá) y guardará (preservará) del mal."
F') Finalmente, el propio Pablo se regocija de la seguridad que le proporciona el saber que su destino está en buenas manos, y que el Señor le tiene reservada una corona de recompensa; y no sólo a él, sino también a todos los verdaderos creyentes (V. 2.a Tim. 1:12; 4:8).
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