¿Qué entendemos por «glorificación»?
En Rom. 8:30, Pablo describe la posición del cristiano en sus cuatro fases: (a) elegido y predestinado en la mente divina desde la eternidad; (b) llamado por Dios a la vida espiritual en el tiempo; (c) justificado por pura gracia mediante la fe; (d) glorificado en el Cielo, habiendo alcanzado la perfecta y total redención. La santificación moral no aparece aquí, porque no es una posición legal, sino una condición interior del cristiano.
La glorificación es, pues, la última fase en la aplicación de la Redención. Siguiendo a J. Murray, podríamos definir la glorificación, diciendo que es: la consecución final del objetivo para el cual los elegidos de Dios fueron predestinados en el designio eterno del Padre, el cual implica la consumación de la redención asegurada y procurada por la obra vicaria de Cristo.
¿Cuándo tendrá lugar la glorificación de los elegidos?
En el momento en que un creyente muere, su espíritu desencarnado pasa inmediatamente a estar en la presencia del Señor (2. Cor. 5:8). No necesita esperar en ningún lugar de purificación, ni recorrer nuevos ciclos de vida en sucesivas encarnaciones, porque Jesucristo "con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados" (Heb. 10:14), y el fuego consumidor que es Dios (Heb. 12:29) habrá juzgado ya y purificado totalmente los corazones de los suyos (1.ª Cor. 11:32), aniquilando en el instante de la muerte los últimos restos de egocentrismo e idolatría que la vieja naturaleza tenía aposentados, por el poder del pecado, en el interior de todo cristiano imperfecto.
Sin embargo, el instante de la muerte no es para el creyente el instante de su final glorificación. El hombre es, esencialmente, un compuesto de espíritu, alma y cuerpo (1.a Tes. 5: 23), y, por tanto, su glorificación final sólo tendrá lugar cuando, vencida ya la muerte, que es el último enemigo de Dios y del hombre (1.ª Cor. 15:26), el cuerpo del creyente será resucitado y revestido para siempre de incorrupción, esto es, de inmortalidad (1.ª Cor. 15:54). Por eso, el Apóstol asegura que también nosotros, los creyentes, gemimos junto con la todavía irredenta creación, "esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo" (Rom. 8:23).
Por tanto, la glorificación final del creyente tendrá lugar cuando, reunidos para siempre su espíritu salvo y su alma inmortal con su cuerpo resucitado, pueda contemplar en sí mismo la imagen y semejanza de su Salvador Jesucristo, resucitado, exaltado y glorificado ante la creación entera (V. Flp. 3:21; 1.a Jn. 3:2). Cristo es el primogénito de los muertos, el primer grano de trigo sembrado en el surco de la tumba; los que son suyos, porque han sido complantados en su muerte y en su resurrección, resucitarán también con Él en la misma espiga granada de gloria (V. Rom. 6:4-5; 8:11; 1.a Cor. 15: 20-21,36-37,45-49).
Entonces habrá recuperado el hombre salvo la perfecta imagen y semejanza de Dios en su ser (V. Gén. 1:26-27). Y la habrá recuperado con creces, porque ahora será semejante al Hombre con mayúscula, al Postrer Adán (1. Cor. 15:45-49), el cual es el resplandor mismo de la gloria de Dios y la perfecta impronta de la sustancia del Padre (Heb. 1:2).
Circunstancias de la glorificación
La glorificación del creyente va asociada a tres circunstancias complementarias de gloria:
A) A la exaltación final de Cristo en el "Día del Señor". El Nuevo Testamento presta una gran importancia a la 2da y gloriosa Venida del Señor para recoger a su Iglesia, pura y sin mancha, gloriosa y resucitada. No se trata de algo sin importancia, como suponen los temporalistas y los indiferentes de todos los tiempos (V. 2.a Ped. 3:3-4); es una esperanza feliz ("makarían" Tito 2:13), asociada al gozo de una "gran alegría" (1.a Ped. 4:13); por lo que todo verdadero creyente, con santa impaciencia, ha de repetir el último grito de anhelo expectante de las Escrituras: "Si, ven, Señor Jesús!" (Ap. 22:20).
B) A la glorificación comunitaria de los demás santos. En su 1ra epístola a los fieles de Tesalónica, el Apóstol Pablo tiene buen cuidado en adoctrinar correctamente a los cristianos "en palabra del Señor" respecto a este importantísimo acontecimiento, el cual sucederá de la siguiente manera: los que, de entre los creyentes, hayan muerto antes de aquel día, resucitarán primero; entonces, los que hayan quedado no morirán, sino que serán transformados, y así "los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1.a Tes. 4:14-17, comp. con 1.a Cor. 15:51-52).
C) A la transformación del Universo actual. El mundo actual es la morada del hombre caído: un clima de pecado, de muerte, de penas y tribulaciones. Cuando los creyentes hayan sido glorificados con Cristo, tendrán en un Cielo nuevo y una nueva tierra, un clima y una morada dignos de su gloriosa inmortalidad. Rom. 8:20-21; 2.a Ped. 3:12-13; Apoc. 21:1-7; 22:1-5, son pasajes dignos de ser estudiados a este respecto.
Últimas conclusiones de este tratado
Dos últimas y prácticas consecuencias se deducen de toda esta doctrina:
A') El cuerpo del hombre es parte esencial de su naturaleza. No es en el "cuerpo", sino en la "carne", en el hombre entero sometido, por el pecado, al yugo del demonio, donde se fragua la enemistad con Dios. Por eso, la salvación no consiste en aborrecer el cuerpo o en desencarnar el espíritu, sino en santificar espíritu, alma y cuerpo, juntamente redimidos para la glorificación final: aspiramos a la inmortalidad de nuestro ser total, no sólo de nuestra alma.
B') El cristiano no puede ser indiferente a la redención del Cosmos. Todo será pasado por el fuego, pero no todo será consumido; todo cuanto de valor se haya construido en esta vida, quedará refinado y conservado para la eternidad.
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Teología