El hombre que siembra continuamente para la carne, nunca ha sido salvo, nunca ha nacido de nuevo. ¿Por qué? Porque por medio de la convicción que da el Espíritu Santo, Dios nos concede la gracia para arrepentirnos, y con este arrepentimiento aprendemos a odiar el pecado, aborrecerlo, a despreciar a nuestro "yo" y a huir por fe a Cristo para ser liberados del pecado. Sabemos que el pecado no ha sido erradicado, porque sigue siendo una plaga en nuestra vida, pero el pecado no es ya la práctica de nuestra vida ni lo que la gobierna. No podría ser así porque el alma que Cristo salva ha recibido en su interior una naturaleza nueva y un corazón nuevo. Y ahora anhela las cosas santas y anda en el camino de justicia. Reconoce que esto es cierto porque el Espíritu Santo ha obrado en él las verdades que se encuentran en la Palabra de Dios.
Lee en Ezequiel 36:26 acerca del corazón nuevo que Dios le ha dado, y en 2 Pedro 1:4 sobre la nueva naturaleza que ha recibido. Se entera por 1 Juan 3:9 que ha nacido de Dios, y que el que ha nacido de Dios, no hace del pecado la costumbre ni la práctica de su vida. ¿Por qué? Porque su semilla (la semilla de Dios) permanece en él, y ya no puede practicar el pecado. Oye decir a la Palabra: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él (1 Juan 2:15). Porque el Espíritu Santo por medio de su obra le ha enseñado que es un pecador perdido que sólo merece el infierno, que por haberse postrado a los pies de Dios con arrepentimiento, y por haber acudido a Cristo por su fe en Cristo como su Señor y Salvador y por haber reconocido que sus pecados también crucificaron a Cristo, ya no quiere tener nada que ver con el mundo. El amor de Dios ha sido derramado en su corazón por la obra del Espíritu Santo en él.
Además, aprende bien que "todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne [el deseo de entregarse a los placeres]... no proviene del Padre", y, por lo tanto, lo aborrece y clama en su contra porque es lo que crucificó a Cristo. Aprende que "la vanagloria de la vida [el deseo de acapararse toda la atención]... no proviene del padre, sino del mundo". Es decir, del sistema satánico del mundo del pecado, y, por lo tanto, lo aborrece y clama en su contra porque es lo que crucificó a Cristo. También aprende que "el mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (vv. 16, 17). Por lo tanto, desea por gracia, hacer la voluntad de Dios la cual es andar "en la justicia y santidad de la verdad" (Efesios 4:24).
Fragmento tomado del libro "El verdadero evangelio de Cristo vs. El evangelio falso del cristianismo carnal", Autor: L. R. Shelton, Jr. (1923-2003)
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