"Por tanto, reconoce hoy y reflexiona en tu corazón, que el SEÑOR es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra; no hay otro" (Deuteronomio 4:39).
«Reconoce», demanda el autor inspirado. Esto de aprender, saber, reflexionar o entender (porque así también se puede traducir esta palabra) es un ejercicio que involucra mente y corazón. Es instructivo que el Señor le diga esto a Su pueblo. Esto significa: «Oh, Israel, lo que debes saber y lo que debes tener presente en tu mente y corazón es que Jehová es Dios de los cielos y de la tierra». Es decir, el Señor no solo es el Dios de ustedes, sino también el Dios de toda la creación.
Él está por encima de todo, es soberano sobre todo y es juez de todos. Esa es la idea central del discurso de Moisés. Esa es la realidad que debe estar presente y debe gobernar nuestras vidas. También debe ser el punto de partida y el marco de referencia para todo lo que vemos, hacemos y pensamos. Dios es nuestro mayor contexto y realidad más grande. No podemos escapar de Él, porque Él lo satura todo.
Lo anterior me hace recordar las palabras de John Frame, mi profesor en el seminario, que dijo algo memorable: "Estamos en el mundo de Dios, bajo las leyes de Dios y en la presencia de Dios". Esta es una gran verdad que está sobre cada persona que ha existido en todo lugar y en todo tiempo. Sean bautistas o presbiterianos; budistas o hindúes; ateos, agnósticos o lo que sea; todos estamos en el mundo creado, creado por Dios y vivimos bajo Sus reglas (aunque todos las quebrantamos en algún momento). Todos estamos de cara a Dios, el cual es testigo de todo lo que hacemos en este mundo.
Dios es la más viva, evidente, gloriosa y esperanzadora realidad del universo. Este es Su mundo. Él lo rodea y lo llena todo. Él quiso desde los días de Moisés que Su pueblo sea consciente de esta verdad eterna; que sea una convicción dominante en su forma de pensar, influyente en sus decisiones y determinante en sus vidas.
Por eso les dice que deben tener estas cosas grabadas en lo más profundo de su ser: en su mente y corazón. Que la realidad objetiva de Dios sea aquello que toque lo más íntimo de nuestras almas y afecte todas nuestras facultades, dominándolas y transformándolas. Eso es lo que el Señor quiso de Su pueblo. Que así sea con cada uno de nosotros.