"Sin embargo, no se regocijen en esto, de que los espíritus se les sometan, sino regocijense de que sus nombres están escritos en los cielos" (Lucas 10:20).
Únete a nuestros Canales de Difusión en Telegram, Instagram o WhatsApp, para adquirir más recursos cristianos. También puedes seguirnos en Facebook y suscribirte a nuestro Canal de YouTube.
Decir que Cristo es nuestro Señor también supone que es el Señor de nuestras emociones. Él nos dice cuándo y cómo gozarnos, y cuándo y cómo lamentarnos. Él también nos enseña cuáles son los fundamentos de nuestros sentimientos.
En este pasaje, Jesús comparte con Sus discípulos la razón más importante para estar gozosos. Es decir, les indica cómo y en qué circunstancias sus emociones deben ser expresadas.
Cuando los setenta obreros vuelven a Jesús y se gozan porque los demonios se sujetan a ellos, el Señor les dice que sería mejor gozarse de que sus nombres están escritos en los cielos. Es decir, si van a llenarse de gozo, que sea por las razones más trascendentales y que poseen valor eterno.
Esto es sorprendente porque los discípulos están felices de los frutos que vieron en su predicación. Están contentos y tienen razones legítimas para estarlo. Se han gozado por algo justo. Pero Jesús los desafía a enfocarse en el gozo y la alegría que supera incluso a las cosas buenas que hacemos en Dios.
Jesús enseña a Sus discípulos a celebrar con mayor entusiasmo y alegría aquellas cosas que tienen un valor eterno. «Regocijense de que sus nombres están escritos en los cielos», dice nuestro Señor. Es decir, celebren que son salvos, que han sido perdonados, que tienen vida eterna y un día estarán en los cielos.
Nuestras mayores expresiones de júbilo no deben surgir de motivos intrascendentes de nuestra existencia. Jesús quiere gobernar sobre nuestro corazón. Él desea que nuestras emociones y sentimientos estén dominados por las verdades de nuestra redención, por la realidad de lo que somos y tenemos en Cristo.
Lloremos y estemos tristes por los motivos que en verdad ameritan que lo estemos, y celebremos jubilosos aquellas razones que son dignas de hacerlo. El Señor nos recuerda: «Si soy tu Señor, también debo ser Señor de tu corazón, de tus gozos, de tus emociones y sentimientos».