¿POR QUÉ DIOS LES DA AUTORIDAD A LOS MARIDOS?
El propósito inicial y mayor del matrimonio y de la autoridad del marido es dar una clase de teología sobre Cristo y la iglesia. Digo «inicial» porque Dios no diseñó el matrimonio y luego, después de eso, diseñó enviar a Cristo a salvar a las personas para luego darse cuenta de que podría usar lo primero para enseñarnos sobre lo segundo. Al contrario, Dios decidió enviar a su Hijo al mundo a salvar a un pueblo. Entonces, diseñó el matrimonio para ser una imagen de esta verdad inicial y mayor. Él quería una señal de gracia común integrada en el ADN de la creación misma para que las personas de toda tribu, lengua y nación pudieran verlo.
¿Cómo desciframos esta idea del liderazgo del marido? Vemos a Cristo y a la iglesia: «Pero quiero que sepan que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios» (1Co 11:3). ¿Cómo debe ejercer el hombre su liderazgo? Al seguir el ejemplo de Cristo y la iglesia:
"Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada" (Efesios 5:25-27).
Nota que hay algo pastoral en el rol del marido, puesto que él debe apuntar continuamente a su esposa a la Palabra y al Evangelio de Dios. Dios no le dio autoridad a los maridos para que insistan en sus propios deseos, sino para apuntar a los deseos de Cristo, como revela la Biblia.
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Ciertamente, los maridos a menudo han disfrazado su egoísmo señalando un pasaje bíblico que pareciera darles lo que quieren. No obstante, el mal uso de la Escritura no niega su uso apropiado. Satanás también usa la Biblia. Una mujer sabia, por lo tanto, no tiene opción más que aprender cómo leer la Biblia por sí misma y por medio de la instrucción de ancianos piadosos en una iglesia sana. De lo contrario, ¿de qué otra manera desafiará el mal uso de la Escritura por parte de su marido? Finalmente, por supuesto, una mujer sólo debe seguir a su marido porque ella sigue a Cristo.
Sin embargo, un hombre que ama a su esposa, como debería, debe prepararla, en un sentido, para la venida de Cristo, su Salvador perfecto y todosuficiente. Una esposa debe poder observar a su marido para aprender cómo es el amor y la autoridad de Jesús. Es como si, cuando Jesús aparezca, ella fuera a reconocerlo más fácilmente debido a que ha estado observando a su marido imitar los patrones de Cristo por años.
En resumen, los maridos existen para mostrarle al mundo que Jesús ama a su pueblo, la iglesia, con un amor perfecto, completamente afectuoso y abnegado. El rol del esposo no existe para su propio bien, sino que para apuntar a una realidad mayor y más suprema: el amor de Cristo por la iglesia. El amor de Cristo por la iglesia no es el símbolo que apunta a la realidad de ser un esposo; ser un esposo es el símbolo que apunta a la realidad de Cristo.
¿CUÁLES SON LOS LÍMITES DE LA AUTORIDAD DE UN MARIDO?
Muchas noches antes de casarme, le pedí a mi pastor unos últimos consejos. Él se detuvo, me miró directo a los ojos y me dijo seriamente: «Jonathan, serás la imagen número uno de la autoridad de Dios en su vida. Nunca uses tu autoridad para dañarla, sino que sólo para ser una bendición».
La manera más fácil de resumir el límite de la autoridad de un marido es la palabra pecado. Él no puede pedirle a su esposa que peque, tampoco él debe pecar contra ella, ya sea en las cosas que él hace o en las cosas que deja sin hacer. Él puede pecar en su corazón con sus deseos. Él puede pecar con sus palabras y con sus manos. Él puede pecar en cualquier momento en que usa su cuerpo o sus palabras para herir o amenazar. Él puede pecar en lo que le pide a su esposa que haga o no haga. Él puede pecar en cómo ama o falla en amarla. Él puede pecar al fallar en protegerla o proveer para ella. Él puede pecar en cualquier momento en que busca obtener fuera del pacto marital un placer egoísta, pero también cuando busca usar el cuerpo de su esposa para obtener un placer egoísta (para servirme a mí en lugar de a ella y a nosotros). Él puede pecar en cualquier momento en que ponga sus propios intereses antes que los de ella y en cualquier momento en que él falla con darse a sí mismo por ella: «Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella» (Ef 5:25). Por todas estas cosas y más, un hombre será juzgado.
La autoridad de un marido es una autoridad jurisdiccionalmente amplia porque concierne al dominio compartido de la pareja. No obstante, debe ser una autoridad que repose muy suavemente en la esposa. Ella debería sentir su peso de su compromiso con el Señor más que con él.
Recuerdo a un profesor de Consejería en el seminario quien le enseñaba a nuestro curso que el pecado más común entre los maridos era la pasividad, la ausencia o la abdicación. Entonces, cuando él había estado siendo pasivo por un largo tiempo, y algo de su esposa lo frustraba, él explotaba y pecaba violentamente. Los hombres abusivos, dijo, a menudo combinan un largo periodo de pasividad y abandono con breves episodios de furia y violencia. Ellos se consuelan a sí mismos al pensar que son mejores de lo que son por los largos periodos de «paz». Sin embargo, eso no es realmente paz; es un abandono egoísta. Le escuché a alguien más decir que vivir con un hombre así es como vivir al lado de un volcán. No erupciona muy a menudo, pero vives en un temor perpetuo ante la posibilidad de que pueda erupcionar. Nunca descansas realmente. La solución para la autoridad abusiva, en un sentido amplio, es en parte un asunto de enseñanza, donde hay que enseñarles a los maridos cuáles son sus límites. Es decir, tienes autoridad para aconsejar, no para mandar, lo que significa que no tienes derecho a disciplinar o a actuar punitivamente.
Sin embargo, la otra parte es enseñar a los maridos para qué sí es su autoridad: para bendecir, fortalecer y hacer que la esposa florezca. En el lado opuesto, he conocido hombres que permiten que sus esposas los dominen. Temen más a sus esposas que a Dios. Dejan que los emasculen. Finalmente, sus esposas dejan de respetarlos y se divorcian de ellos. Al mirar atrás, podemos decir que tales mujeres recibieron lo que querían: control. Pero en el proceso derribaron sus hogares (Pr 14:1). Subestimaron el regalo que Dios les había dado para hacerles bien. Al final, estas mujeres difícilmente son felices. Tampoco crecen en belleza. Dios tendrá palabras de juicio para ellas. Pero también compartirá esas palabras con sus maridos.
CÓMO UN MARIDO ABORDA SU TRABAJO
Permíteme concluir con una palabra de exhortación a los maridos. Maridos, piensen una vez más en el mandamiento de Pablo de amar a tu esposa: […] así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha […] (Efesios 5:25-27).
Hermano marido, tú no eres el redentor sin pecado y completamente sabio de tu esposa. Ella tiene uno: Cristo. Pero Cristo murió para salvar a la iglesia y para hacerla santa ante el Padre. Ese fue su objetivo y ambición. De igual manera, ayudar a tu esposa a llegar a ser santa y una contigo debe ser tu objetivo y ambición superior en el matrimonio.
En otras palabras, hermano, cuando despiertes deprimido o llegues al final de un largo día y estés exhausto; te sientas y observas a tu esposa hacer algo que te molesta o ella falla en cumplir tus expectativas sobre algo o gasta demasiado dinero o cuando el estanque de sentimientos románticos parece estar secándose o incluso cuando ella te falla en maneras más dramáticas, tú no te sientas ni refunfuñas para decir: «no estoy satisfecho. No estoy feliz. No estoy realizado». No, estas cosas son lo que esperas porque Dios quiere que seas aquel que ama justo allí en su pecado, necedad, y (a veces) fealdad espiritual a fin de amarla hacia la consumación de su redención. Ese es tu trabajo. Ese es tu propósito en su vida. Cuando dijiste: «sí, acepto», dijiste: «sí, acepto» a prepararla activamente para su Redentor venidero al mostrarle cómo se ve. Saca todo lo demás (todas esas cosas de juventud) de tu cabeza. Eso es a lo que te comprometiste.
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¿Cómo puedes hacer esto? En primer lugar, al recordar el amor redentor con el cual Cristo te ha amado. Piensa en cuán pecador, necio y espiritualmente feo eras antes de que Dios te salvara. Pero «siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8). Mientras nos oponíamos a Él en su cara, Él fue a la cruz y pagó el castigo por todos aquellos que alguna vez se iban a arrepentir y creer. Y Él te reconcilió con el Padre cuando te arrepentiste de tus pecados y creíste. ¡Ahora eres justificado! Ya no estás esclavizado a probar algo frente a tu esposa. No tienes que competir. ¡No! Has dejado atrás tu versión vieja. El tú que nació de nuevo ahora es libre para amar a Dios y a tu esposa completamente. Eso significa que:
– Tú tomas la iniciativa para poner fin a las discusiones al escoger palabras misericordiosas (si es necesario con disculpas). No tienes nada que probar. ¡Dejaste atrás la autojustificación porque eres justificado en Cristo!
– Tú tomas la iniciativa en el liderazgo espiritual de tu casa, «purificándola por el lavamiento del agua con la palabra» (Ef 5:26).
– No tienes que exigirle perfección hoy. Estarás jugando un largo juego. La pregunta no es si puedes hacerla una esposa perfecta hoy. La pregunta es, ¿puedes ayudarla a verse más como Jesús en los siguientes cincuenta años al actuar tú mismo como Jesús?
– Incluso cuando ella se esté comportando contigo de una manera frustrante y, quizás, pecaminosa, tú tomas la iniciativa al ejemplificar la paciencia y el perdón de Cristo. Así como Cristo te ha amado.
– Ella es tu prioridad número uno, más que los amigos, el trabajo, los padres, las aspiraciones profesionales o pasatiempos. Cristo no dio su vida por alguien más; sólo por la iglesia.
– Nunca jamás puedes usar tu autoridad de alguna manera para herirla o abusarla. Puesto que Cristo jamás ha abusado de ti.
Ámala más que tus ambiciones profesionales, tus sueños apreciados, tus expectativas adolescentes del matrimonio, tus fuertes convicciones sobre quién debería hacer qué con el asiento del inodoro o cómo se debe cortar la cebolla o quién ofendió primero a quien en la última discusión.
No seas un niño que dice: «ella sólo debe entender que soy así» o «si ella me ama, respetará cuán importante es esto para mí». No, ámala como a tu propio cuerpo, dice Pablo. Ella es hueso de tus huesos y carne de tu carne, dice Adán. La estás tomando a ella y a quien Dios la hizo ser en tu propia identidad. (Por si acaso, por eso me gusta la tradición de que la mujer tome el apellido del hombre).
Hermano, tienes que liderar tu hogar y tú lideras al ser el primero en morir a tus propios deseos, no para que entonces simplemente lideren los deseos de tu esposa, sino para que lo hagan los deseos de Dios.
Este artículo es una adaptación de Authority: How Godly Rule Protects the Vulnerable, Strengthens Communities, and Promotes Human Flourishing [Autoridad: cómo el liderazgo piadoso protege al vulnerable, fortalece a las comunidades y promueve el florecimiento humano] escrito por Jonathan Leeman.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
Sobre el autor
Jonathan Leeman (MDiv, Southern Baptist Theological Seminary) es miembro de Capitol Hill Baptist Church en Washington, D.C. También sirve en el ministerio de 9Marcas como director editorial y editor de su eJournal. Autor de La membresía de la iglesia; The Church and the Surprising Offense of God’s Love y Reverberation.
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