Lección 10 | La Pena actual del pecado | Antropología bíblica

Lección 10 | La Pena actual del pecado | Antropología bíblica

El castigo con que Dios advirtió al hombre en el paraíso fue el de la muerte. La muerte a que aquí se refería no es la del cuerpo, sino la del hombre como un todo, la muerte en el sentido bíblico de la palabra. La Biblia no hace la distinción, que es muy común entre nosotros, entre la muerte física, la espiritual y la eterna; ella tiene un concepto sintético de la muerte y la reconoce como la separación de Dios.

El castigo también fue ejecutado verdaderamente en el día en que el hombre pecó, aunque la plena ejecución de él fue suspendida temporalmente por la gracia de Dios. De una manera que nada tiene de bíblica, algunos llevan su diferenciación al terreno de la Biblia y sostienen que la muerte física no debe considerarse como la pena del pecado, sino más bien como el resultado natural de la constitución física del hombre. Pero la Biblia no sabe hacer tal excepción. La Biblia nos da a conocer la amenaza del castigo que es muerte en el sentido amplio de la palabra, nos informa que la muerte entró al mundo por medio del pecado (Rom. 5:12) y que la paga del pecado es muerte. (Rom.6:23). El castigo del pecado verdaderamente incluye la muerte física, pero incluye mucho más que eso. Conforme a la distinción a que nos hemos acostumbrado, podemos decir que incluye lo siguiente:

1. La muerte espiritual. Hay una profunda verdad en el dicho de Agustín de que el pecado es también el castigo del pecado. Esto significa que el estado pecaminoso y la condición en la que el hombre nace por naturaleza, forman parte del castigo del pecado. Son, verdaderamente, las consecuencias inmediatas del pecado, pero también son una parte del castigo anunciado. El pecado separa al hombre de Dios, y eso quiere decir muerte, porque solamente en comunión con el Dios viviente puede el hombre vivir verdaderamente.

En el estado de muerte que resulta de la entrada del pecado en el mundo quedamos cargados con la culpa del pecado, culpa que solamente puede ser quitada mediante la obra redentora de Jesucristo. Por lo tanto, estamos en la obligación de soportar los sufrimientos que resultan de la transgresión de la ley. El hombre natural lleva con él el sentido de la responsabilidad del castigo por donde quiera que vaya. La conciencia le recuerda constantemente su culpa y con frecuencia el temor del castigo le llena el corazón.

La muerte espiritual no significa únicamente culpa sino también corrupción. El pecado es siempre una influencia corruptora en la vida, y esto es una parte de nuestra muerte. Somos por naturaleza no solamente injustos a la vista de Dios sino también impuros. Y esta impureza se manifiesta en nuestros pensamientos, en nuestras palabras y en nuestras acciones. La impureza siempre está activa dentro de nosotros como una fuente venenosa que corrompe las corrientes de la vida. Y si no fuera por la refrenante influencia de la gracia común de Dios el pecado haría que la vida social fuera enteramente imposible.

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2. Los sufrimientos de la vida. Los sufrimientos de la vida producidos por la entrada del pecado en el mundo están incluidos también en el castigo del pecado. El pecado trajo el desorden a toda la vida del hombre. Su vida física se convirtió en presa de la debilidad y de la enfermedad que resultan en pesadumbres y con frecuencia en penas que llevan a la agonía; y su vida mental quedó sujeta a desesperantes disturbios, que con frecuencia lo despojan del gozo de la vida incapacitándolo para su trabajo diario y algunas veces destruyendo por completo su equilibrio mental. Su misma alma se ha convertido en el campo de batalla de contradictorios pensamientos, pasiones y descos. La voluntad se niega a seguir el dictamen del intelecto, y las pasiones se entregan desordenadamente a los vicios y maldades, sin el control de una voluntad inteligente.

La armonía verdadera de la vida queda destruida y abre camino a la maldición de una vida deshecha. El hombre llega a un estado tal de disolución que con frecuencia le trae los sufrimientos más punzantes. Y no solamente eso, sino que juntamente y por causa del hombre toda la creación quedó sujeta a vanidad y a su esclavitud de corrupción. Fuerzas destructivas, frecuentemente en los terremotos, los ciclones, los huracanes, las erupciones volcánicas traen indescriptible miseria sobre la humanidad.

Hay muchos, especialmente hoy, que no ven la mano de Dios en todo esto y que no consideran a estas calamidades como una parte del castigo del pecado, pero precisamente eso son, en un sentido general. Sin embargo, no será conveniente particularizar e interpretar esas calamidades como castigos especiales por causa de pecados atroces cometidos por los que viven en aquellas regiones azotadas. Tampoco será sabio ridiculizar la idea de que puede haber relaciones causales como las que existieron en el caso de las Ciudades de la Llanura (Sodoma y Gomorra), que fueron destruidas con el fuego del cielo. Debemos recordar que siempre hay una responsabilidad colectiva y hay también siempre razones suficientes para que Dios visite ciudades, distritos o naciones con calamidades horrorosas.

Siempre es bueno recordar que Jesús dijo una vez a los judíos que le trajeron la noticia de una calamidad acontecida a ciertos galileos, dando a entender los mensajes que esos galileos habían sido muy pecadores: "¿Pensáis que estos galileos porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. ¿O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé y los mató, pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente", Luc. 13: 2-5.

3. La muerte fisica. La separación del cuerpo y del alma es también una parte del castigo del pecado. Que Dios daba a entender esto también, al amenazar con el castigo, es lo que se deduce muy claramente de las palabras, "pues polvo eres y al polvo volverás", Gén. 3:19. También se deduce de todo el argumento de Pablo en Rom. 5:12-21 y en 1 Cor. 15:12-23. La posición de la Iglesia siempre ha sido que la muerte en el sentido completo de la palabra, que incluye a la muerte física, no sólo es la consecuencia, sino también el castigo del pecado. La paga del pecado es muerte.

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4. La muerte eterna. Esta debe considerarse como la culminación y perfección de la muerte espiritual. Los frenos del presente ceden y la corrupción del pecado perfecciona su obra. El peso completo de la ira de Dios alcanza al que está condenado. Su separación de Dios, fuente de vida y de gozo, es separación completa, y esto significa muerte en el más terrible sentido de la palabra. Su condición externa corresponde con el estado eterno de sus almas perversas. Hay allí pesares de conciencia y dolores físicos. Y el humo de su tormento sube para siempre jamás, Apoc. 14:11. La discusión más amplia de este asunto corresponde al terreno de la escatología.

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