Lección 9 | El pecado original y la libertad humana | Antropología bíblica

Lección 9 | El pecado original y la libertad humana | Antropología bíblica

En relación con la doctrina de la incapacidad total del hombre habrá naturalmente que preguntar si el pecado original, pues, envuelve también la pérdida de la libertad o la pérdida de lo que generalmente se llama el liberum arbitrium, el libre albedrío.

Esta pregunta debe contestarse con gran cuidado porque tal como se presenta puede contestarse tanto negativa como positivamente. En cierto sentido el hombre no ha perdido su libertad, y en otro sentido sí la ha perdido. Hay determinada libertad que es posesión inalienable de un libre agente, es decir, la libertad de elegir conforme a su gusto en completo acuerdo con las disposiciones y tendencias dominantes de su alma.

El hombre no perdió ninguna de las facultades esenciales necesarias que lo constituyen en agente moral responsable. Todavía tiene razón, conciencia y libertad de decisión. Tiene capacidad para adquirir conocimiento y para sentir y reconocer distinciones y obligaciones morales; y sus afectos, tendencias y acciones son espontáneos de tal manera que elige y rechaza según le parece conveniente. Además tiene la capacidad de apreciar y hacer muchas cosas que son buenas y amables, benévolas y justas, en las relaciones que sostiene con sus semejantes.

Pero el hombre sí perdió su libertad material, es decir, el poder racional para determinar su camino en la dirección del más elevado bien, en armonía con la constitución moral original de su naturaleza. El hombre tiene por naturaleza una inclinación irresistible hacia lo malo. No es capaz de captar y amar la excelencia espiritual, de procurar y hacer las cosas espirituales, las cosas de Dios que pertenecen a la salvación.

El castigo del pecado.

El pecado es un asunto muy serio, y Dios lo considera con severidad, aunque los hombres con frecuencia lo tratan con ligereza. No solamente es una transgresión de la ley de Dios, sino un ataque al mismo gran Legislador, una rebelión en contra de Dios. Es un quebrantamiento de la justicia inviolable de Dios que sirve de fundamento a su trono (Sal.97:2), y un agravio a la inmaculada santidad de Dios que nos exige que seamos santos en toda nuestra manera de vivir (1ª Pedro 1:15, 16).

Una distinción muy común que se aplica a los castigos para el pecado es la que los divide en castigos naturales y positivos. Hay castigos que son el resultado natural del pecado y del cual los hombres no pueden escapar, puesto que son las consecuencias naturales y necesarias del pecado. En algunos casos se pueden mitigar y hasta suprimir con los medios que Dios ha puesto a nuestra disposición, pero en otros casos, permanecen y sirven como un constante recordatorio de las transgresiones pasadas.

El hombre perezoso cae en la pobreza, el borracho se arruina y arruina a su familia, el fornicario contrae una enfermedad repugnante e incurable, y el criminal queda agobiado por la vergüenza, y aun cuando salga libre fuera de los muros de la prisión encuentra extremadamente difícil comenzar de nuevo su vida. La Biblia habla de semejantes castigos en Job 4:8; Sal. 9:15: 94:23; Prov.5:22; 23:21; 24:14; 31:3.

Pero también hay castigos positivos, y éstos son castigos en el sentido más ordinario y legal de la palabra. Estos castigos presuponen no meramente las leyes naturales de la vida, sino una ley positiva del gran Legislador, con sanciones adicionales. No son castigos que resulten naturalmente de la
naturaleza de la transgresión, son castigos que se añaden a las transgresiones mediante edictos divinos. Son impuestos por la ley divina que tiene absoluta autoridad.

La Biblia se refiere frecuentemente a este tipo de castigo. Esto es particularmente manifiesto en el Antiguo Testamento. Dios le dio a Israel un código detallado de leyes para la regulación de su vida civil, moral y religiosa, y estipuló claramente el castigo que debía recibirse en el caso de cada una de las transgresiones, compárese Ex. 20-23.

Naturaleza y propósitos de los castigos.

La palabra "castigo" se deriva del vocablo latino poena que significa castigo, expiación o pena. Denota la pena o sufrimiento infligido por causa de alguna transgresión. Más específicamente, puede definirse como aquella pena o pérdida que directa o indirectamente se inflige por medio del Legislador, para vindicación de su justicia ultrajada por la violación de la ley. El castigo tiene su origen en la rectitud, es decir la justicia punitiva (penal) de Dios, por medio de la cual Él se sostiene como el Santo y necesariamente demanda santidad y rectitud a todas sus criaturas racionales. El castigo es la pena que natural y necesariamente se cobra del pecador por causa de su pecado; es en efecto, una deuda que se debe a la justicia esencial de Dios.

Los castigos para el pecado son dos diferentes clases. Hay un castigo que es la necesaria concomitancia del pecado porque en la naturaleza del caso el pecado hace separación entre Dios y el hombre, lleva con él la culpa y la corrupción, y llena el corazón de temor y vergüenza. Pero también hay una clase de castigos que se imponen al hombre desde fuera, por medio del supremo Legislador; tales son todas aquellas calamidades de esta vida, y el castigo del infierno en la futura.

1. Vindicar la rectitud o la justicia divina. Turretin dice: "Si hay un atributo como la justicia, que pertenezca a Dios, entonces el pecado debe recibir su paga que es el castigo". La ley requiere que el pecado sea castigado por causa de su inherente demérito sin atención a ningunas consideraciones posteriores. Este principio encuentra aplicación en la administración tanto de las leyes humanas como de las divinas. La justicia requiere el castigo del transgresor. Detrás de la ley está Dios, y por tanto puede decirse que el castigo se dirige a la vindicación de la justicia y santidad del gran Legislador. La santidad de Dios necesariamente reacciona en contra del pecado y esta reacción se manifiesta en el castigo del pecado.

Este principio es fundamental en todos aquellos pasajes de la Escritura que hablan de Dios como Juez justo, que paga a cada hombre según lo que merece. "Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en Él; es justo y recto". Deut.32:4. "Lejos esté de Dios la impiedad, y del Omnipotente la iniquidad. Porque él pagará al hombre según su obra y le retribuirá conforme a su camino", Job 34:10, 11. "Y tuya, Señor, es la misericordia; porque tú pagas a cada uno conforme a su obra Sal. 62:12. "Justo eres tú, oh Jehová, y rectos tus juicios". Sal. 119:137. "Yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra porque estas cosas quiero, dice Jehová". Jer. 9:24. "Y si invocáis por Padre a aquel que sin excepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación", 1" Pedro 1:17.

La vindicación de la justicia y santidad de Dios, y de aquella justa ley que es la expresión perfecta de su Ser, es ciertamente el propósito primario del castigo del pecado. Sin embargo, hay otros dos conceptos que erróneamente dan importancia a otra cosa.

2. La reforma del pecador. Se le da mucha importancia actualmente a la idea de que no hay tal justicia punitiva en Dios que inexorablemente demanda el castigo del pecador, y que Dios no está enojado con el pecador sino que lo ama y únicamente le inflige penalidades para hacerlo volver y traerlo de nuevo al hogar del Padre. Este concepto que tuerce la distinción entre castigo y disciplina no es bíblico.

La pena del pecado no procede del amor y de la misericordia del Legislador, sino de su justicia. Si a la imposición del castigo se sigue la reforma, no se debe a la pena como tal, sino a alguna operación de la gracia de Dios que fructifica, y por medio de la cual Él cambia aquello que en sí mismo es un mal para el pecador, en algo que le resultara benéfico. La diferencia entre disciplina y castigo debe conservarse. La Biblia nos enseña, por una parte, que Dios ama y disciplina a sus hijos. Job 5:17; Sal. 6:1: Sal. 94:12; 118:18; Prov. 3:11; Isa. 26:16; Heb. 12:5-8; Apoc. 3:19; y por otra parte que Él aborrece y castiga a los malhechores, Sal. 5:5; 7:11; Nahúm 1:2; Rom. 1:18; 2:5, 6; 2" Tes. 1:6: Heb. 10:26, 27.


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