“Si alguien se cree religioso, pero no refrena su lengua, sino que engaña a su propio corazón, la religión del tal es vana”, Santiago 1:26.
Ser considerado religioso, hoy es algo negativo. Tiene connotaciones de ser cerrado, cuadrado, e intolerante. Sin embargo, en otras épocas, ser una persona religiosa era lo contrario. Era sinónimo de ser una persona decente, moral, y confiable.
Los valores que decimos tener se deben ver reflejados en nuestras acciones. Jesús mismo dirigió Sus más duras críticas a los religiosos profesionales, a la gente decente, bien vestida, y respetada de su época. Estos hombres aparentaban ser lo mejor de nuestra sociedad, aquellos que deberían representarnos, especialmente ante Dios. Después de todo, ¡es ante Él que necesitamos al mejor representante!
Pero Jesús apuntaba a una realidad muy diferente del corazón. Aunque ellos se creían sanados y justificados ante Dios por sus buenas obras, en realidad se encontraban en una bancarrota espiritual. Lo interesante e importante es reconocer y recordar la implicación de la religión santa y pura, que consiste en “visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg 1:27).
Sin embargo, este pasaje va aún más allá de cuidar a los necesitados. También hace énfasis en que nuestras palabras pueden mostrar que nos engañamos a nosotros mismos. Examinar las dinámicas de lo que decimos, cómo lo decimos, y en qué momento lo decimos, nos debe llevar a reconocer nuestra continua y apremiante necesidad de Dios. Reconocer esto es lo que nos hace reales y transparentes ante las personas que nos conocen como “religiosos”, pero que muchas veces nos acusan de falsos e hipócritas.
Esos momentos en que no solo nuestras acciones sino también nuestra lengua delatan y revelan nuestro corazón, no deben ser excusa de lo que hacemos, decimos, y la forma en que lo hacemos. Más bien, son oportunidades para que, con un corazón quebrantado, humilde, y lleno de gozo, apuntemos a nuestra necesidad y la provisión de Dios para nosotros.
Piensa en esto y recuerda que Cristo hizo todo por ti, para que obres conforme a Su voluntad.
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Este fragmento fue extraído del libro Descanso en Dios: 31 reflexiones diarias para recordar el evangelio de Juan Marcos Gómez.