6 marcas características de haber nacido de nuevo | J. C. Ryle

6 marcas características de haber nacido de nuevo | J. C. Ryle

Es importante tener ideas claras sobre este tema. Ya hemos visto lo que es la regeneración y por qué es necesaria para la salvación. El paso que sigue es hallar los signos y evidencias por los que el hombre puede saber si ha nacido de nuevo o no: si su corazón ha sido cambiado por el Espíritu Santo.

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Estos signos y evidencias son presentados de modo claro en la Escritura. Dios no nos ha dejado a oscuras sobre este punto. Él previó que algunos se atormentarían con dudas y preguntas sobre el estado de su alma. Previó que otros considerarían que eran regenerados sin tener derecho a pensar así. Por tanto, nos ha provisto de una prueba o criterio de nuestra condición espiritual en la primera Epístola de San Juan. En ella Dios ha descrito lo que es el hombre regenerado, y lo que hace: sus caminos, hábitos, manera de vivir, fe y experiencia. Todo el que desee poseer la clave de este asunto debe leer a conciencia esta primera Epístola de Juan.

Lector, te invitó a que consideres estas marcas, mientras hablamos de ellas. Esto es lo más importante de este libro. Podrían hallarse más formas de evidencia, pero nos limitaremos a las de la I Epístola de San Juan, porque son muy explícitas.

1. Primero, Juan dice: «Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado», y también: «Aquel que ha nacido de Dios no continúa pecando.» (I Juan 3:9, 5:18.)

Una persona regenerada no practica el pecado. No peca más con el corazón y la voluntad, por inclinarse a ello, como hace el hombre no regenerado. Hubo probablemente un tiemp.o en que él no pensaba si sus acciones eran pecaminosas o no, y no estaba apenado por obrar mal. No había lucha entre él y el pecado: eran amigos. Ahora odia el pecado, huye de él, lucha contra él, gime bajo su presencia, se lamenta cuando cae bajo su influencia, y anhela ser librado de él. En una palabra, el pecado no le agrada, es para él una cosa abominable, no lo ve con indiferencia.

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No puede impedir que more en él. «Si decimos que no tenernos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (I Juan 1:8); pero, ahora lo aborrece. No puede evitar los malos pensamientos, las deficiencias, las omisiones, tanto de palabra como de acción. Sabe, como dice Santiago, que: «Todos ofendemos en muchas cosas.» (Santiago 3:2.) Pero puede decir con verdad que lo lamenta y no consiente con ellas como hace el hombre no regenerado.

Lector, ésta es la primera marca. ¿Qué diría el apóstol de ti? ¿Has nacido de Dios?

2. En segundo lugar, San Juan dice: «Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo es nacido de Dios.» (I Juan 5:1.)

El hombre regenerado cree que Jesucristo es el único Salvador, que puede perdonarle y redimirle, que su divina persona fue designada y ungida por Dios el Padre para este propósito, y que fuera de Él no hay otro Salvador. En sí mismo sólo ve indignidad, pero en Cristo ve una base para la plena confianza y cree que sus pecados han sido perdonados y sus iniquidades borradas. Cree que por la obra consumada de Cristo y su muerte en la cruz, es considerado justo a la vista de Dios, y puede esperar la muerte y el juicio sin alarmarse. Es posible que tenga dudas y temores. Puede incluso decirse que, a veces, se siente como si no tuviera fe. Pero si se le pregunta si quiere confiar en otro en vez de Cristo, la respuesta será contundente. No quiere descansar sus esperanzas de la vida eterna ni en su propia bondad, su capacidad de enmendarse, sus oraciones, su pastor o su iglesia. No quiere renunciar a Cristo y colocar su confianza en otro medio de salvación. No quiere perder a Cristo, sino mantenerse aferrado a Él.

Lector. Ésta es otra marca. ¿Qué diría el apóstol de ti? ¿Has nacido de Dios?

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3. En tercer lugar, Juan dice: «Todo el que hace justicia es nacido de Él.» (1.a Juan 2:29.)

El hombre regenerado es santo. Se esfuerza para vivir según la voluntad de Dios, hacer lo que le agrada y evitar lo que Él aborrece. Su objetivo y deseo es amar a Dios con todo su corazón, alma mente y fuerza, y a su prójimo como a sí mismo. Quiere seguir mirando a Cristo como su ejemplo, además de tenerle por su Salvador, y hacer todo lo que él le manda, con lo que puede ser su amigo. Sin duda no es perfecto. Esto lo sabe él mejor que nadie, Gime bajo la carga de corrupción que todavía le agobia. Halla un principio mal en él, que está haciendo guerra continuamente contra la gracia, y trata de apartarle de Dios. Pero no consiente en ello, aunque no puede evitar su presencia. A pesar de sus deficiencias, la inclinación de sus caminos es santa, y lo son sus actos, sus gustos, sus hábitos. A pesar de todo este andar incierto, como barco en una tempestad, de acá para allá, el curso general de su vida es en una dirección: hacia Dios y por Dios. Y aunque a veces, abatido, incluso duda si es cristiano, en momentos más sosegados puede decir, como John Newton: «No soy lo que debería, no soy lo que quiero ser, no soy lo que quiero ser, no soy lo que espero ser en el otro mundo, pero con todo, no soy lo que era, y por la gracia de Dios, soy lo que soy.» 

Lector, pongo esta marca delante de ti. ¿Qué diría de ti el apóstol? ¿Has nacido de Dios?

4. En cuarto San Juan dice: «Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida en que amamos a los hermanos.» (I Juan 3:14.)

Un hombre regenerado tiene un amor especial para los verdaderos discípulos de Cristo. Como su Padre en el cielo, ama a todos los hombres con un amor general, pero tiene un amor especial para aquellos que son como él. Como su Señor y Salvador, ama a los peores pecadores, y podría llorar por ellos; pero tiene un amor especial para sus hermanos los creyentes. Nunca se encuentra del todo bien a menos que sea en su compañía. Otros pueden dar valor a la inteligencia, las riquezas, o el rango en la compañía que buscan. El hombre regenerado da valor a la gracia. Aquellos que tienen más, y son más como Cristo, son aquellos a quienes ama más. Los considera miembros de la misma familia, sus hermanos, hijos todos del mismo Padre. Considera que todos son camaradas que luchan bajo un mismo capitán y en contra de un enemigo común. Los considera compañeros en su viaje, andan juntos, sufre las mismas penalidades y pronto van a descansar con él en el hogar eterno. Los entiende y ellos le entienden a él. Pueden ser muy diferentes en muchas cosas, pero ¿qué importa? Son de Jesús. Son sus hermanos. No puede por menos que amarles.

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5. En quinto lugar, Juan dice: «Todo el que es nacido de Dios, vence al mundo.» (I Juan 5:4.).

Un hombre regenerado no hace de la opinión del mundo su criterio de bien y mal. No le importa ir contra la corriente de las costumbres e ideas del mundo. Lo que dicen los demás no le hace mudar de opinión. Ha vencido el amor al mundo. No halla placer en las cosas que los que le rodean consideran la fuente de la felicidad. No disfruta de las mismas cosas que ellos, sino que le cansan y le parecen sin provecho e insatisfactorias para un ser inmortal. No teme al mundo. El que le acusen, o le ridiculicen, no le importa. Ama la alabanza de Dios más que la de los hombres. Teme ofender a Dios más que ofender a los hombres. Ha contado el coste. Tiene la mira puesta en Aquel que es invisible y ha resuelto seguirle. Es posible que tenga que salir del mundo, apartarse, si quiere seguirle, pero está dispuesto. El que le digan que sus puntos de vista son distintos de los de los demás no le afecta en lo más mínimo. No sigue la moda. Su objetivo principal es complacer a Dios.

Lector, he colocado esta marca ante ti: ¿Qué diría el apóstol de ti? ¿Has nacido de Dios?

6. En sexto lugar, Juan dice: «El que es engendrado de Dios, se guarda». (Antigua versión.) (I Juan 5: 18.)

Un hombre regenerado es muy cuidadoso con su alma. Se esfuerza en mantenerla libre de pecado, pero también de todo aquello que conduce al mismo. Es cuidadoso con sus amigos. Se da cuenta que las malas compañías corrompen en el corazón, y que el mal se contagia más fácilmente que el bien, como las enfermedades, más que la salud. Es cuidadoso en el empleo de su tiempo; su principal deseo es usarlo con provecho. Vigila los libros que lee, para que no emponzoñen su alma. Con las amistades que forma: no le basta que la gente sea amable y de buen natural, sino que se pregunta si su trato hará bien a su alma. Es cuidadoso con sus hábitos diarios y su conducta; trata de recordar que su propio corazón es engañoso, que el diablo procura dañarle y, por tanto, siempre está en guardia. Desea vivir como un soldado en territorio enemigo, llevar las armas preparadas constantemente, y estar alerta a causa de las tentaciones. Encuentra, por experiencia, que su alma se halla entre enemigos y procura ser vigilante, humilde y asiduo en la oración.

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Estas son las seis grandes características de la regeneración que Dios nos ha mostrado. Que cada uno que me ha seguido hasta aquí vuelva a leerlo todo con atención. Una vez más deseo que las considere a conciencia.

Sé que hay una vasta diferencia entre la profundidad y la claridad de estas marcas en aquellos que son regenerados. En algunos son débiles, borrosas, difíciles de discernir. Casi se necesita un microscopio para descubrirlas. En otros son claras, precisas, inconfundibles, de modo que se pueden leer fácilmente. Algunas de estas marcas son más visibles en algunos; otras, en otros. Raramente ocurre que todas se manifiesten por un igual en la misma alma.

Pero, con todo, después de admitir lo antes dicho, encontramos estas seis marcas en todos los que han nacido de Dios. Hay aquí cosas positivas establecidas por San Juan, como partes del carácter del hombre regenerado, como las facciones de la cara del hombre. Su resumen es: el hombre regenerado no sigue pecando, cree que Jesús es el Cristo, hace la justicia, ama a sus hermanos, vence al mundo y se guarda a sí mismo. Y más de una vez la misma Epístola nos dice que aquel que no tiene esta o aquella marca «no es de Dios». Ruego al lector que se fije en ello.

Ahora bien, ¿qué diremos de estas cosas? ¿Qué pueden decir los que defienden que la regeneración es sólo la admisión a los privilegios de la Iglesia externa? Por mi parte, la conclusión a que llego es: el que tiene las seis marcas es regenerado; el que no las tiene, no lo es. Esta es la conclusión a la que quiere el apóstol que lleguemos.

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Lector, ¿tienes estas marcas? No sé qué piensas sobre la regeneración. Pero, te advierto solemnemente, si no tienes nada en ti de las marcas de que hemos hablado, tienes de que alarmarte. Sin estas marcas es vano imaginarse que eres regenerado escrituralmente. El apóstol Juan da testimonio claro y expreso de que no lo eres. Tiene que haber cierta semejanza entre Dios y sus hijos. Sin ella no se pertenece a la familia. Tiene que haber evidencia visible del Espíritu que está en ti, clara como un sello estampado. Si careces de esta evidencia te jactas de un don inexistente. Muéstrame tu fe sin tus obras, dice Santiago, cuando habla contra los que están contentos con una fe muerta. Muéstrame la regeneración sin sus frutos, se puede decir también.

Lector, si no tienes estas marcas, despiértate, pues estás en peligro. Despierta de tu sueño de indiferencia, descuido. Date cuenta del inmenso peligro del infierno y la desgracia eterna en que te encuentras. Empieza a usar con diligencia los varios medios que Dios se complace en poner en el corazón del hombre para darle gracia, cuando no la han recibido en su juventud. Sé diligente en escuchar la predicación del Evangelio, en la lectura de la Biblia y, sobre todo, en la oración al Señor Jesucristo por el don del Espíritu Santo.

Si sigues esta dirección, tengo esperanza respecto a ti. Nadie buscó en vano al Señor Jesucristo cuando lo hizo con sinceridad y sencillez. Si al contrario, rehúsas seguir este curso, tengo miedo por ti. Si la Biblia es verdad, no has nacido de nuevo. No es probable que uses los medios apropiados para obtener esta gran bendición. Sólo puedo decir: «¡Que el Señor tenga misericordia de tu alma!».

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Lector, si tienes estas marcas, esfuérzate por hacerlas más y más claras. Que tu arrepentimiento se vuelva un hábito, tu fe crezca, tu santidad progrese, tu victoria sobre el mundo se haga más decisiva, tu amor a los hermanos más cálido, la vigilancia de ti mismo más celosa. Toma este consejo y nunca te arrepentirás. Este es el camino para ser útil y feliz en tu religión. El camino para acallar la oposición de los enemigos de la verdad. Que tu vida muestra la regeneración, y que la sientas en tu corazón.

Lector, te encomiendo lo que digo para que lo medites seriamente. Es la verdad de Dios. Hay mucha confusión, hoy, sobre el punto de la regeneración. Son a millares los que oscurecen el consejo de Dios confundiendo el bautismo con la regeneración. Hay que mantener los dos separados. Aclara tus ideas sobre la regeneración y no es probable que hagas equivocaciones sobre el bautismo. Y cuando tengas una idea clara, aférrate a ella y no la sueltes.

Tomado del folleto “La Cruz de Cristo” de J. C. Ryle



John Charles Ryle ( 1816 - 1900) fue un pastor anglicano del siglo xix de nacionalidad británica cuyas contribuciones a la literatura religiosa y su compromiso con la fe evangélica dejaron una profunda huella en la Iglesia de Inglaterra.

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