Cristiano, ¿qué hay que te pueda separar del gozo de la paz de Dios? ¿Temes la ira de los hombres? Tal vez tienes muchos enemigos, y poderosos. ¡Que den rienda suelta a su ira! ¿Está Dios entre ellos, o no? ¿Toma él prestada la venganza de ellos para derramarla sobre ti? Si no, te preocupas inútilmente. Y afrentas a Dios, cuya misericordia te puede proteger de Su furia, al no santificar su Nombre en tu corazón: «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Ro. 8:31). Aunque te rodeen, no hace falta temerlos más que una paja al viento. También te afrentas a ti mismo, porque mientras estés esclavizado a este temor paralizante de la pasión humana, nunca probarás la verdadera dulzura del amor de Dios.
Puede que seas pobre, o estés enfermo y atribulado. ¿Evitará la misericordia reconciliadora de Dios que murmures contra él, y frenará tus miradas envidiosas a la prosperidad de los impíos? Recuerda que tienes un tesoro maravilloso que nadie puede reclamar, aun en la cima de la gloria mundana: «Puede que sea pobre y esté enfermo, pero por la misericordia de Dios tengo su paz». Si esta palabra se medita, lo cambia todo: la felicidad del pecador próspero en luto, y la pena del cristiano en gozo.