Si contestas: Sí, la voluntad no me falta. Tengo el querer, más hacer lo que deseo, no lo alcanzo. El pecado me domina y no tengo fuerzas. Ven, pues, si no tienes fuerzas, aun hay remedio en este texto, «Cristo, cuando aún éramos débiles, murió por los impíos». ¿Puedes creer esto todavía? Por mucho que otras cosas, al parecer, lo contradigan, ¿quieres creerlo? Dios lo ha dicho; es un hecho, y por tanto, acogete al mismo por amor de tu alma, porque allí está tu única esperanza. Creélo y confía en Jesús, y pronto hallarás poder para aniquilar tu pecado; pero aparte de Cristo, el hombre fuerte armado te tratará para siempre como esclavo.
Personalmente nunca podría haber vencido sobre mi naturaleza pecaminosa. Procuraba, pero fracasé. Mis malas inclinaciones me eran demasiado numerosas, hasta que, creyendo que Cristo murió por mí. abandoné mi alma culpable en sus brazos, y entonces recibí poder para vencer a mi propio yo pecaminoso. La doctrina de la cruz puede ser usada para combatir al pecado como los guerreros antiguos usaban las espadas formidables de dos mangos, diezmando al enemigo a cada golpe. Nada hay como la fe, en el amigo de los pecadores, ésta vence todo mal. Si Cristo ha muerto por mí, impío como soy, sin fuerza como me encuentro, subsecuentemente no puedo vivir más en el pecado, sino que debo crecer en amor y servicio del que me ha redimido. No puedo jugar con el mal que ha matado a mi mejor Amigo. Debo ser santo por amor a él mismo. ¿Cómo puedo yo vivir en el pecado siendo que Él ha muerto para salvarme del pecado?