Normalmente, cuando decimos que algo es «digno», estamos hablando de mérito. Cuando decimos que un deportista es digno del equipo titular, significa que podemos mirar sus estadísticas, compararlo con los demás jugadores, y decir: «Él merece el puesto. Se lo ha ganado». Cuando decimos que una empleada es digna de un ascenso, queremos decir que ha demostrado aptitud y ha desempeñado los requerimientos, y ahora merece ser recompensada con el ascenso. Ha hecho lo necesario para ser digna de ello. Pero ese no es el tipo de dignidad que Pablo tiene aquí en mente.
Cuando hablamos de digno, también podríamos referirnos a recompensar algo. Si ese es el caso, entonces para ser dignos del evangelio necesitamos recompensar a Dios por su gran regalo: deberíamos vivir de una forma deliberada y sacrificial para poder recompensarle en parte toda su misericordia. Pero tampoco puede ser eso. Sabemos que jamás podremos pagarle todo lo que él ha hecho por nosotros y que nuestros mejores esfuerzos ni siquiera se acercarían.
Pablo se refiere a otra cosa, y creo que es útil ilustrarlo. En los últimos meses, he visitado muchos países diferentes, y adondequiera que voy llevo una pequeña bandera canadiense en mi bolso. Esa bandera es una señal de mi ciudadanía para los demás. Así que necesito actuar de una forma que la honre y no que la deshonre. Sé que si la gente ve esa bandera cuando me comporto adecuadamente, eso honra a mi país. O bien, si la gente ve esa bandera mientras hago cosas terribles, eso deshonra a mi país. Esa bandera me llama a vivir de una forma que sea digna de mi ciudadanía en Canadá. Y esto es esencialmente lo que Pablo le está diciendo a la iglesia: «Ustedes son ciudadanos del cielo aun mientras viven aquí en la tierra. Así que asegúrense de vivir de tal forma que honren y no que deshonren su ciudadanía».
Dios espera que vivamos como corresponde a ciudadanos de esta nación celestial. Necesitamos vivir de tal manera que elevemos la reputación del evangelio y al Cristo del evangelio. No debemos hacer nada que menoscabe su reputación. Esto significa que cada cristiano está llamado a reconocer su ciudadanía celestial y luego a vivir de una forma acorde a ella. En tanto que peregrinamos en este mundo como ciudadanos del cielo, la gente alrededor está atenta. Tenemos esa bandera del cielo en nuestros bolsos. En nuestras acciones, le estamos dando gloria a esta nación celestial y su gobernante, o le causamos reproche. Así que la pregunta que tú y yo debemos hacernos diariamente es: ¿estamos viviendo vidas dignas del evangelio?