Debido a la rebelión de Adán y Eva en el Edén, todos nacemos con la necesidad de una relación restaurada con nuestro Creador. Sin embargo, Dios abordó este problema de relación. Prometió enviar a alguien que ofrecería salvación para todos. Esta persona es Jesús, «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (JUAN 1:29). Por fe, identificamos el sacrificio de Jesús por nuestros pecados y confiamos en Él para experimentar salvación y, como resultado, paz con Dios.
No obstante, las situaciones diarias amenazan esta paz. El enojo, los celos, el estrés, las relaciones y los problemas labo rales y de salud nos dejan con una sensación que no tiene nada que ver con la paz. Pero hay otra clase de paz que Jesús nos ofrece: la paz de Dios.
Jesús declaró: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (JUAN 14:27)..
El apóstol Pablo anima a sus lectores con estas palabras: «Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis Ilamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos» (COLOSENSES 3:15).
La gran historia de la Biblia es que Jesús conquistó la muerte y nos promete vida eterna. Gracias a esta maravillosa verdad, no tiene por qué consumirnos la incertidumbre del mundo. En cambio, podemos dejar que la paz de Dios gobierne en nuestros corazones.