“... el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse”, Filipenses 2:6.
Únete a nuestros Canales de Difusión en Instagram o WhatsApp, para adquirir más recursos cristianos. También puedes seguirnos en Facebook y suscribirte a nuestro Canal de YouTube.
¡A cuántas cosas nos aferramos en esta vida! Quizá sea por el esfuerzo que nos ha tomado alcanzarlas o por el beneficio que creemos nos darán en el futuro. Son cosas que hemos llegado a considerar como de suprema importancia por alguna u otra razón.
Cuando nuestra mente y corazón llegan a aferrarse a cosas, las protegemos con nuestros recursos, con nuestra energía, y con la vida misma. Nos preocupa su reputación y la nuestra, por lo que las defendemos a capa y espada cuando sentimos que son atacadas. Las protegemos cuando las vemos amenazadas y castigamos a aquellos que se atreven a cuestionarnos. Nuestros sentimientos de ira y enojo revelan el control que tienen sobre nuestras vidas, su lugar en nuestro corazón y afectos.
No son necesariamente cosas malas, pero han llegado a ser demasiado importantes. Reinan en cada decisión que tomamos y afectan cada dinámica interpersonal. Son causantes, a fin de cuentas, de cada conflicto. Nos aferramos a ellas con todas nuestras fuerzas y corazón pues fuimos creados así. Necesitamos de otras cosas fuera de nosotros que nos den valor y propósito en la vida. No lo podemos evitar.
Sin embargo, nuestra necesidad mayor como criaturas es tener una conexión real con nuestro Creador y con Sus propósitos. Cuando no podemos, inevitablemente buscaremos llenar ese hueco con algo o alguien más. Nuestro trabajo, educación, salud, familia, y la vida misma son muy importantes, pero si han tomado un lugar supremo en nuestra vida, hay un problema. Arruinamos estas cosas y relaciones cuando les ponemos esa expectativa de que nos den el significado, la satisfacción, y la seguridad que solo Dios puede dar.
Jesús no se aferró a Sus derechos y privilegios como Hijo de Dios, no los estimó como supremos. Estimar no solo nos da la idea de “considerar”, sino también de “amar”. Por amor, más bien y sin dejar de ser completamente Dios, Jesús tomó “forma de siervo” para encarnarse y obedientemente humillarse hasta la cruz para llevar a cabo Su misión de redención.
Las buenas noticias son que, gracias a esta gran obra de amor de nuestro Señor Jesucristo, en nuestro favor y en nuestro lugar, podemos reconocer esta continua lucha de nuestro corazón, examinar nuestros sentimientos para ver lo que nos revelan de lo que lo atan, y continuar rindiendo con manos abiertas toda área de nuestra vida a Él y a Sus gloriosos propósitos divinos.
Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.
Este fragmento fue extraído del libro Descanso en Dios: 31 reflexiones diarias para recordar el evangelio de Juan Marcos Gómez.