Lección 6 | El carácter esencial del pecado | Antropología bíblica

Lección 6 | El carácter esencial del pecado | Antropología bíblica

El pecado es uno de los más tristes fenómenos de la vida humana; pero también uno de los más comunes. Es una parte de la experiencia común de la humanidad, y por tanto, se impone a la atención de todos aquellos que no cierren deliberadamente sus ojos ante las realidades de la vida humana. 

Algunos podrán por un tiempo soñar en la bondad esencial del hombre y hablar indulgentemente respecto a aquellas palabras y acciones sueltas que no dan la medida de las reglas éticas de la buena sociedad, considerándolas como leves defectos y debilidades de las que el hombre no es responsable y que fácilmente se pueden extirpar con medidas correctivas, pero a medida que transcurra el tiempo y todas las medidas de reforma externa fallen, y la lucha represiva contra un mal sirva solamente para que otro tome su lugar, tales personas inevitablemente se desilusionarán.

Se darán cuenta del hecho de que se encuentran frente a frente no solamente con el problema de los pecados, como si dijéramos de hechos pecaminosos sueltos, sino con el más grande y más profundo problema del pecado, de un mal que es inherente a la naturaleza humana.

La idea bíblica del pecado.

Es necesario llamar la atención a diversas particularidades, para dar la idea bíblica del pecado.

1. El pecado es una clase específica de mal. En la actualidad oimos mucho acerca del mal, y comparativamente poco acerca del pecado; y esto no deja de ser engañoso. No todo mal es pecado. El pecado no debe confundirse con el mal fisico que produce perjuicios o calamidades. Es posible hablar no sólo del pecado sino también de las enfermedades englobándolos en el mal, pero entonces la palabra "mal" se usa en dos sentidos del todo diferentes.

Por arriba de la esfera física se encuentra la ética en la cual tiene aplicación el contraste entre el bien y el mal moral, y en esta esfera, únicamente, es donde podemos hablar del pecado. Y aun en esta esfera no es deseable sustituir la palabra "mal" por "pecado" sin hacer una modificación adicional, porque este último es más específico que el primero. El pecado es un mal moral.

En atención al uso de estas palabras, y a la manera en que la Biblia acostumbra hablar del pecado, no puede quedarnos duda acerca de su carácter ético. No es una calamidad que cogió al hombre desprevenido, que emponzoñó su vida y arruinó su felicidad; sino una carrera malvada que el hombre deliberadamente ha determinado seguir y la cual trae consigo indecible miseria. En el fondo el pecado no es algo que sea pasivo, por ejemplo una enfermedad, una falla o una imperfección de las que no podemos considerarnos responsables sino una oposición activa contra Dios, y una transgresión positiva de su ley, que constituyen culpabilidad.

El pecado es el resultado de una decisión libre, pero pecaminosa, del hombre. Esta es la enseñanza clara de la Palabra de Dios, Gén. 3:1-6; Isa. 48:8: Rom. 1:18-32: I Juan 3:4.

2. El pecado tiene un carácter absoluto. En la esfera ética el contraste entre lo bueno y lo malo es absoluto. No hay una condición neutral entre los dos. Aunque indudablemente hay grados en ambos no hay graduación entre lo bueno y lo malo. La transición del uno al otro no es de carácter cuantitativo sino cualitativo. Un ser moral que es bueno no se convierte en malo por disminuir tan sólo de su bondad, sino únicamente por un cambio radical cualitativo como es el de volverse al pecado. 

El pecado no es un grado menor de la bondad sino un positivo mal. Esto se enseña con toda claridad en la Biblia. Aquel que no ama a Dios está, por lo mismo, caracterizado como malo. La Escritura no conoce una posición de neutralidad. Invita urgentemente al malvado a que se vuelva a la justicia, y algunas veces habla del justo que cae en lo malo; pero no contiene una sola indicación de que el uno o el otro se queden alguna vez en posición neutral. El hombre tiene que estar en el lado justo o en el malo, Mat. 10:32, 33; 12:30; Luc. 11:23; Sant. 2:10.

3. El pecado tiene siempre relación con Dios y con su voluntad. Los antiguos dogmáticos comprendían que era imposible tener un concepto correcto del pecado sin verlo en relación con Dios y con su voluntad, y por tanto, acentuaron este aspecto y acostumbraban hablar del pecado como "falta de conformidad con la ley de Dios". Esto es indudablemente una definición formal correcta del pecado. Pero surge la pregunta. ¿Cuál es el contenido material preciso de la ley? ¿Qué es lo que la ley demanda? Si se contesta esta pregunta, será posible determinar qué es el pecado en un sentido material.

Ahora bien, no hay duda acerca de que la gran demanda central de la ley es amar a Dios. Y si desde el punto de vista material la bondad moral consiste en amar a Dios, entonces el mal moral tiene que consistir en lo opuesto. El mal moral es separación de Dios, oposición a Dios, odio a Dios, y esto se manifiesta en constantes transgresiones de la ley de Dios en pensamiento, palabra y obra. Los pasajes siguientes demuestran claramente que la Escritura ve al pecado en relación con Dios y con su ley, ya sea como está escrita en las tablas del corazón. como fue dada por Moisés, Rom. 1:32; 2:12-14; 4:15: Sant. 2:9; 1 Juan 3:4.

4. El pecado incluye tanto la culpa como la corrupción. La culpa es el estado en que se merece la condenación o en el que se siente merecer el castigo por la violación de la ley o de un requerimiento moral. La culpa expresa la relación que el pecado tiene con la justicia o con el castigo de la ley. Pero aun esa palabra tiene doble significado. Puede denotar una cualidad inherente del pecador, es decir, su demérito, su maldad, o su culpabilidad que lo hacen digno del castigo. Dabney habla de esto como de "culpa potencial". La culpa es inseparable del pecado, nunca se le encuentra en alguien que no sea personalmente pecador, y es permanente en una forma tal que una vez que se la tiene no puede quitarse por medio del perdón. Pero también la culpa puede denotar la obligación de satisfacer la justicia, de pagar el castigo impuesto al pecado, "culpa actual".

Por corrupción entendemos la contaminación inherente a la cual está sujeto cada pecador. Esto es una realidad en la vida de todo individuo. No se concibe sin la culpa aunque como incluida en una relación penal puede concebirse sin una inmediata corrupción. Pero siempre le sigue la corrupción. Todo el que es culpable en Adán tiene que ser, como resultado, nacido también con una naturaleza contaminada. La corrupción del pecado se enseña claramente en pasajes como Job 14:4; Jer. 17:9; Mat. 7:15-20; Rom. 8:5-8; Ef. 4:17-19.

5. El pecado tiene su asiento en el corazón. El pecado no reside en ninguna facultad del alma sino en el corazón, el que en la psicología bíblica se considera el órgano central del alma, y del cual fluye la vida. Y de este centro se esparcen sus influencias y operaciones al intelecto, la voluntad y los afectos; en suma, a todo el hombre, incluyendo su cuerpo. En su estado pecaminoso todo el hombre es objeto del desagrado de Dios. Hay un sentido en el que se puede decir que el pecado se originó en la voluntad del hombre, pero al decir voluntad no designamos un acto volitivo sino más bien la naturaleza volitiva del hombre. Había una tendencia del corazón por debajo del acto volitivo cuando el pecado entró en el mundo. Esta idea está en perfecta armonía con lo que dice la Escritura en pasajes como los siguientes: Prov. 4:23; Jer. 17:9; Mat, 15:19, 20; Luc, 6:45: Heb. 3:12.

6. El pecado no consiste exclusivamente en actos exteriores. El pecado no consiste únicamente en actos externos, sino también en hábitos pecaminosos y en una condición pecaminosa del alma. Estos tres se relacionan uno con otro de la manera siguiente: El estado pecaminoso es la base de los hábitos pecaminosos, y estos se manifiestan en hechos pecaminosos. Sin embargo, también hay verdad en el argumento de que los repetidos hechos pecaminosos. conducen al establecimiento de hábitos pecaminosos. Los hechos pecaminosos y las disposiciones del hombre deben relacionarse con una naturaleza putrefacta y encontrar en ella su explicación.

Los pasajes a que nos referimos en el párrafo precedente comprueban este punto de vista porque con toda claridad demuestran que el estado o condición del hombre es absolutamente pecaminoso. Y si surge todavía la pregunta, ¿Deben considerarse como pecados los pensamientos y los afectos del hombre natural que en la Escritura se llaman "carne"? Tendremos que responder señalando pasajes como los siguientes: Mat. 5:22, 28; Rom. 7:7; Gál. 5:17, 24; y otros.

En conclusión puede decirse que el pecado debe definirse como la falta de conformidad con la ley moral de Dios, sea en acto, disposición o estado.


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