El hombre en una relación de pacto con Dios | Richard P. Belcher Jr.

Richard P. Belcher Jr.

Desde el día en que Dios creó a Adán y Eva, ellos estaban en una relación de pacto con Él. Así como un pez vive en el agua para cumplir la función que Dios le ha asignado, los seres humanos viven en una relación de pacto con Dios para poder cumplir la función que Dios les ha dado. Aunque la palabra pacto no aparece en Génesis 1 – 3, los elementos de un pacto están presentes. Así como la palabra pacto no aparece en el establecimiento del pacto davídico en 2 Samuel 7, pero los Salmos 89 y 132 se refieren a este como una relación de pacto, así Oseas 6:7 se refiere a la relación de Dios con Adán como un pacto.

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La Confesión de Fe de Westminster se refiere a la distancia entre Dios y Sus criaturas como algo tan grande que Dios condescendió voluntariamente a entrar en una relación de pacto (7.1). Este lenguaje no implica que no pudiera haber una relación natural entre el Creador y la criatura sin una relación de pacto, sino que era necesario un pacto para que hubiera una relación fructífera entre Dios y sus criaturas. La condescendencia voluntaria de Dios se refiere a Su benevolencia al proporcionar todo lo que sus criaturas necesitan para florecer. Así que, aunque le debíamos obediencia como Creador, Dios estableció un pacto para la expresión más plena de una bendita relación con Él.

Las bendiciones de Dios hacia Adán y Eva se manifiestan plenamente en Génesis 1 – 2. Él les proveyó todo lo que necesitaban para cumplir el mandato que les había dado de ser fecundos, multiplicarse, llenar la tierra y someterla (Gn 1:28). Les dio comida y agua, un hermoso lugar para vivir, un trabajo significativo, compañerismo en el matrimonio y una comunión constante con Él. También entabló con ellos una relación de pacto que podía conducir a mayores bendiciones.

En Génesis 1 – 3 se reflejan varios elementos del pacto. Dios tomó la iniciativa de proveer todo lo que Adán y Eva necesitaban, y estableció los términos del pacto. Les dio un mandamiento que les prohibía comer de uno de los árboles del jardín, el árbol del conocimiento del bien y del mal. La desobediencia conllevaba el castigo de la muerte. También les puso delante el árbol de la vida, la recompensa por la obediencia. Estos son elementos comunes de una relación de pacto en la que se prometen bendiciones por la obediencia y maldiciones por la desobediencia.

Se trataba de una prueba que podía conducir a una mayor bendición de vida o a la pena de muerte. Adán y Eva podían cumplir este mandato en obediencia a Dios. Habían sido creados en un estado de santidad positiva y no estaban sujetos a la ley de la muerte, pero existía la posibilidad de pecar. Si hubieran superado la prueba habrían sido recompensados con la vida eterna, lo que habría hecho imposible pecar.

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Las relaciones de pacto se sustentan en el principio de representación. Adán es el representante del pacto, por lo que sus acciones afectan a aquellos a quienes él representa.

La palabra hebrea adam no es solo el nombre propio Adán, sino también el nombre genérico de la humanidad (utilizado en Génesis 1:26-28). Adán fue creado primero (1 Ti 2:13-14), y cuando Dios confrontó a Adán y Eva en el jardín a causa de su pecado, habló primero con Adán aunque Eva había desobedecido primero a Dios, antes de dar el fruto a su marido. Adán fue considerado responsable por la desobediencia de ambos. Su pecado le afectó a él mismo (Gn 3:7), a su relación con Eva (v. 16), a su relación con Dios (v. 8), a la creación (vv. 17-19), a sus hijos (4:1-11) y a todos los que descienden naturalmente de él, como demuestra el estribillo «y murió» en la genealogía de Génesis 5 y la propagación de la maldad por la tierra antes del diluvio (Gn 6:5).

La Confesión y el Catecismo de Westminster llaman al pacto con Adán pacto de obras y pacto de vida. Otros lo llaman el pacto de la creación. El término pacto de la creación revela los asuntos más generales relacionados con el mandato que Dios dio a la humanidad en Génesis 1:26-28. La entrada del pecado ha entorpecido la capacidad de la humanidad para cumplir ese mandato, pero este sigue vigente. El nombre pacto de vida enfatiza la bendición de la vida que habría sido el resultado de la obediencia de Adán. El nombre pacto de obras enfatiza lo que es la esencia de la prueba que Dios le dio a Adán. Aunque algunos reaccionan negativamente a la palabra obras por ser un término legal y les parece frío, es una palabra importante que expresa nuestra esperanza suprema de salvación.

Cuando Adán desobedeció a Dios, el pacto de obras llegó a un final formal. A Adán y Eva se les prohibió participar del árbol de la vida y fueron expulsados del jardín (3:23-24). Sin embargo, la obligación del pacto de obras de guardar perfectamente la ley de Dios continúa. Si el castigo de la ruptura del pacto de obras se extiende a todos los descendientes de Adán, también lo hace la obligación de guardar perfectamente la ley, cosa que los pecadores son incapaces de hacer. No habría esperanza de salvación a menos que Dios actuara para restaurar a sus criaturas caídas.

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Dios mostró a Adán su gracia redentora porque su pecado trajo al mundo la maldición de la muerte. Dios hizo para Adán y Eva vestiduras de piel para reemplazar sus propios esfuerzos por vestirse con hojas de higuera. Esta provisión es un anuncio de la necesidad del derramamiento de sangre, un sacrificio sustitutivo para pagar por el pecado. Dios no solo maldijo a la serpiente, sino que también prometió enviar a alguien de la simiente de la mujer para derrotar a la serpiente. Mientras tanto, hay hostilidad de guerra entre las dos simientes. A lo largo del Antiguo Testamento se manifiestan detalles sobre Aquel que vendría de la simiente de la mujer, que conducen a la venida de Cristo, nuestro mediador. El pacto de gracia es el comienzo de la gracia redentora de Dios, a la que Adán respondió con fe al llamar «Eva» a su mujer porque era la madre de todos los vivientes (3:20). Adán expresó su fe en las promesas y disposiciones de Dios de que la vida continuaría y de que Dios haría lo que había prometido.

En el nuevo pacto, Jesucristo cumplió todas las promesas del pacto de gracia que Dios había revelado a través de los pactos individuales del Antiguo Testamento (con Noé, Abraham, Moisés y David), y también cumplió la obligación del pacto de obras de guardar perfectamente la ley de Dios. Pablo muestra en Romanos 5:12-21 cómo Cristo cumplió el pacto de obras que Adán había roto. Adán y Cristo no actúan solo para sí mismos, sino que sus acciones tienen implicaciones para aquellos a quienes representan. La presentación que hace Pablo de Adán y Cristo como cabezas federales (del pacto) respalda la opinión de que la relación de Dios con Adán en Génesis 1–3 es una relación de pacto.

La desobediencia de Adán rompió el pacto de obras y trajo las consecuencias del pecado a la buena creación de Dios, incluida la muerte. La transgresión de Adán llevó a la condenación de todos los que descendían naturalmente de él (Ro 5:18) porque su pecado fue contado contra ellos. Como dice Pablo, por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores (v. 19). La desobediencia de Adán como nuestro representante afecta nuestra posición legal. Su pecado fue contado contra nosotros en el sentido de que fue cargado a nuestra cuenta legalmente (es decir, imputado). Pero también estamos condenados porque somos incapaces de cumplir la obligación permanente de guardar la ley de Dios a la perfección. Nuestras propias obras no pueden ser la base de la salvación.

La fe en nuestras propias obras nos lleva a la desesperación porque seguimos quebrantando la ley de Dios. La belleza del evangelio es que Dios ha provisto a Su propio Hijo como el mediador del pacto que ha guardado toda justicia. Él ha guardado la ley perfectamente y sobre la base de su obediencia podemos ser declarados justos a través de la fe en Él solamente.

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Pablo hace hincapié en que se trata de un don gratuito otorgado por la gracia de Jesucristo (Ro 5:15), que produce la justificación (Ro 5:16). Donde Adán fracasó, Cristo ha triunfado. El pecado de Adán se imputó a sus descendientes naturales; la justicia de Cristo se imputa a todos los que tienen fe en Él. Cuando contemplamos las obras de nuestro Salvador en nuestro favor y conocemos los efectos de su obediencia para nuestra justificación, ¿cómo no se encenderá nuestro corazón por la belleza y la gloria de lo que Cristo ha hecho por nosotros? somos salvos por obras, no por las nuestras, sino por las de Cristo.

Contemplar las obras de Cristo debería darnos un gran consuelo tanto en la vida como en la muerte.

Este artículo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

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