Hace varios años acepté el desafío de cambiar una antena de 2,4 metros de diámetro. Simplemente se presentó la oportunidad laboral y la tomé. No soy ingeniero, pero tenía un amigo que trabajaba con antenas. Así que, luego de conversar con él, decidimos aceptar el trabajo.
El reemplazo de la antena no fue una tarea fácil, pero en tres días pudimos completarla. Entonces llegó el momento de alinearla con la señal del satélite, algo que ninguno de los dos sabía cómo hacer. Allí comenzó el verdadero problema.
Mover la antena apenas un centímetro podía significar desviarse del satélite por varios kilómetros. Era imposible ser precisos con las herramientas que teníamos, así que tuvimos que contratar a un tercero que tenía la máquina adecuada para alinear la antena al satélite con exactitud y concluir el trabajo. Le tomó apenas cinco minutos hacerlo.
Esta es una buena metáfora para la vida cristiana. Así como es imposible alinear una antena al satélite sin las herramientas adecuadas, tampoco es posible llevar vidas alineadas a la voluntad del padre celestial sin Cristo y Su evangelio.
“¡Sepulcros blanqueados!”
Puede sonar contradictorio, pero muchas veces los hijos de Dios ceden al engaño de intentar vivir sin Cristo y el evangelio en el centro de sus vidas. En este sentido, considero que uno de los peores enemigos de la fe genuina es el tradicionalismo.
En muchas ocasiones durante la historia de la iglesia, el pueblo de Dios perdió su enfoque en el evangelio por aferrarse demasiado a las tradiciones y costumbres del pasado. Los seres humanos tenemos una tendencia hacia la rutina y, si no somos cuidadosos, los cristianos podemos creer que seguimos a Cristo cuando en realidad estamos detrás de costumbres y enseñanzas de otras personas (cp. Mt 15:2-6).
El peligro del tradicionalismo es que, al reemplazar el evangelio, puede llevar a los creyentes al moralismo: hacemos de las virtudes morales la base de nuestra aceptación delante de Dios, es decir, creemos que por portarnos bien seremos aceptados ante el Padre.
El mor’lismo’finalmente nos lleva a un desgaste, porque intentamos presentar frutos en nuestras fuerzas, mientras nuestros corazones están lejos de Dios. Si seguimos por ese camino, solo terminaremos cansados y frustrados. Además, el Señor no se agrada de esa actitud, como habló por boca del profeta: «Por cuanto este pueblo se acerca a Mí con sus palabras / Y me honra con sus labios, / Pero aleja de Mí su corazón, / Y su veneración hacia Mí es solo una tradición aprendida de memoria» (Is 29:13; cp. Mt 15:7-9).
Jesús, al confrontar a los fariseos y escribas, nos deja una buena ilustración del problema del moralismo que nace de aferrarse a las tradiciones por encima de una entrega genuina a Dios en respuesta a Su gracia: «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas que son semejantes a sepulcros blanqueados! Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia» (Mt 23:27). Jesús los acusó de aparentar justicia, cuando por dentro estaban llenos de hipocresía y maldad.
Esto nos permite comprender que no puede existir ninguna buena obra genuina en un corazón que no tiene a Cristo en el centro. Es cierto que pretender llevar una vida cristiana sin Cristo es posible; puede que, por algún tiempo, una persona tenga cierta apariencia de piedad. Pero solo será una moralidad vacía, correcta a ojos humanos, pero muerta ante los ojos de Dios. Es imposible vivir la vida cristiana sin Cristo.
El evangelio inicia y mantiene la vida cristiana
En este punto, es importante recordar cómo trabajan el evangelio y la Palabra de Dios en el corazón, tanto en el momento inicial de la salvación como en el proceso continuo de la santificación.
En primer lugar, debemos reconocer que el evangelio es un mensaje que sale de la misma Palabra de Dios. Cuando se anuncia y se predica este mensaje, Dios actúa soberanamente con el milagro de la regeneración, dando vida a quienes Él desea, por pura gracia. Por eso Pablo dice que «la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo» (Ro 10:17).
El poder para salvar está en las palabras inspiradas de Dios, que llegan al oyente por la lectura o la predicación. El mismo Dios que creó todo lo que ex”ste con Su palabra es quien da vida a los que estaban muertos en sus delitos y pecados, por el poder del evangelio (Ef 2:1-10; Ro 1:16).
En segundo lugar, solo la persona que ha nacido de nuevo (Jn 3:5) puede aspirar a una vida con Cristo y que agrade a Dios. Así como es necesario el evangelio de Cristo para nacer de nuevo, se necesita el mismo evangelio para crecer en la vida nueva (1 P 2:2). Los pastores Robert Thune y Will Walker lo explican de esta manera:
Algunos cristianos viven con una perspectiva truncada o parcial del evangelio. Ven el evangelio como la «puerta», la manera de entrar al reino de Dios. ¡Pero el evangelio es mucho más que eso! No es únicamente la puerta, sino también el camino por el cual debemos andar todos los días de nuestra vida cristiana (La vida centrada en el evangelio, p. 13).
El mensaje del evangelio debe afectar todas las áreas y los matices de la vida cristiana. No necesitamos el evangelio solo para nacer de nuevo, sino también para vivir cada día. En el Sermón del monte, Jesús dijo: «Porque les digo a ustedes que si su justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos» (Mt 5:20).
Cristo no quiere que Sus discípulos sean sepulcros blanqueados, como los fariseos, sino que tengamos corazones transformados por el evangelio. Él quiere que vivamos vidas genuinamente justas y no solo por apariencias, algo que solo podremos lograr con el evangelio en el centro de nuestras vidas y el poder del Espíritu Santo.
El evangelio nos ayuda a descansar en Cristo
Todos los que llevan un buen tiempo en la fe saben que la vida cristiana tiene sus dificultades. La Biblia nos exhorta a vivir en santidad y esto no siempre es fácil de cumplir debido a nuestra debilidad. Si somos sinceros, no podemos pasar mucho tiempo sin incumplir claramente algún mandamiento de la Palabra de Dios. Esto puede convertirse en un peso difícil de sobrellevar.
Sin embargo, no debemos vivir en nuestras propias fuerzas, ni ceder a la tentación del moralismo, sino recordar las palabras de Jesús: «Mi yugo es fácil y Mi carga ligera» (Mt 11:30). Es cierto que la vida cristiana tiene sus luchas y desafíos, pero Cristo nos llama a descansar y a reposar nuestra alma en Él.
Los líderes religiosos de Israel querían cumplir la ley sin Cristo y exigían a los demás hacer lo mismo. De esta manera, ponían cargas pesadas imposibles de soportar, quitando el descanso y la paz a los demás. Muchas veces, los cristianos caemos en el mismo error cuando queremos vivir la vida sin Cristo. Solo terminamos desgastándonos y desgastando a nuestros hermanos en la fe.
Pero conocer al Padre en Cristo (Mt 11:27) nos faculta para ir con todo nuestro cansancio delante de Él y encontrar reposo en el evangelio. Allí todo nuestro afán de querer vivir una vida cristiana sin Él se desvanece y dejamos de creer que nuestra vida depende solo de nuestros esfuerzos. En el mismo sentido, cada iglesia local debe esforzarse por no ser arrastrada por el tradicionalismo y el moralismo, sino que debe mantener su enfoque en el cielo, como una antena conectada con precisión a la señal del satélite.
Acudamos a Cristo cada día para alinear nuestros corazones a la voluntad de Dios, porque la única manera de vivir una vida verdaderamente cristiana es con Cristo.
David Del Castillo sirve como pastor en la Iglesia Gracia Soberana Santa Cruz, en la ciudad de Santa Cruz, Bolivia. Es graduado del colegio de pastores de Sovereing Grace y actualmente cursa una Maestría en Divinidad en el Southern Baptist Theological Seminary. Está casado con Jadwy y juntos tienen dos hijas, Luciana y Rebeca.