OBJETIVOS DE LA IGLESIA

OBJETIVOS DE LA IGLESIA

1. La gran comisión.

A partir de Pentecostés la Iglesia comenzó a desempeñar la comisión que el Señor le había encargado, incluso antes de que las primeras iglesias importantes (Jerusalén, Antioquía, Corinto) se hubiesen tornado fuertes y maduras. Esta tarea durará hasta el fin de los tiempos (Mt. 28:20, comp. Is. 11:9).

Ni siquiera en el Antiguo Testamento faltó este espíritu de expansión del mensaje salvador. Dios prometió a Abraham que todas las familias de la tierra serían benditas en él (Gen. 12:3). El salmo 86:9 canta la gloria y el culto que todas las naciones ofrecerán un día al Señor. Y todo el Libro de Jonás es un ejemplo relevante y conmovedor de que la predicación de la Buena Nueva a los gentiles no era ajena al Antiguo Testamento.

Pero es después de la resurrección de Jesucristo cuando la Iglesia, con el poder del Espíritu descendido en Pentecostés, se entrega de lleno a cumplir su objetivo primordial de fomentar la expansión del Reino de Dios. La comisión para esta tarea se encuentra, con algunas variantes, en los cuatro evangelios (Mat. 28:18-20 hacerse discípulas a todas las gentes, bautizándolas y adoctrinándolas Marc. 16:15-16 - predicar el Evangelio a todos para salvación; quien rechace el mensaje, se condenará -; Lucas 24:46-49 -predicar el arrepentimiento y el perdón [comp. con Hech. 1:7-8; 2:38; 2.a Cor. 5:17- 20]; pasajes necesarios para entender mejor Jn. 20:21-23, donde, junto a la división que produce la predicación del mensaje - comp. con Jn. 9:39-41-, se incluye también el ejercicio de la disciplina eclesial-comp, con Mat. 16:19; 18:18).

Esta comisión dada por el Señor mismo a la Iglesia hace que todas y cada una de las iglesias locales sea esencialmente MISIÓN. Decimos esencialmente porque el darse a sí misma para transmitir el mensaje de salvación es esencial para la misma vida de la Iglesia. R. B. Kuiper pone como símbolo los dos grandes lagos de Palestina: el Mar de Galilea, al norte, recibe sus aguas del Hermón y del Líbano y las trasvasa al Jordán, y tiene abundancia de peces en sus aguas frescas y vivas, mientras que el Mar Muerto, al sur, se cierra en sí mismo, recibiendo sin dar; sus aguas salobres y bituminosas no pueden albergar pez vivo alguno. Así también, una iglesia que piensa recibir edificación sin darse en misión, enfermará hasta morir, mientras que una iglesia bíblicamente misionera tiene en esta actividad el mejor termómetro de su vitalidad interior.

2. La Iglesia, colaboradora de Dios.

Hablar de los objetivos de la Iglesia equivale a hablar del fin que Cristo se propuso al fundarla, o sea, de la utilidad de la Iglesia en los planes de Dios. Al dirigirse a los fieles de Corinto (1.a Cor. 3:9), dice Pablo que la edificación de la Iglesia es una colaboración con Dios en obra de labranza, en la que los ministros plantan y riegan (operan desde fuera) y Dios da el crecimiento (opera desde dentro). Aunque Dios es soberano y siempre tiene la iniciativa en la obra de la salvación, sin embargo ha querido admitir colaboradores en esta obra, como había dispuesto la colaboración de nuestros primeros padres en la tarea de prolongar la obra de la creación y, sobre todo, de propagar la especie humana, multiplicando la vida. De la misma manera, Cristo ha encomendado a Su Iglesia la palabra, el ejercicio de la disciplina y la práctica del testimonio.

A continuación, por el Espíritu, de la obra cuya consumación se llevó a cabo en el Calvario, pero que ha de ser aplicada en la Iglesia y por la Iglesia, mediante el ministerio de la Para evitar confusiones, recuérdese lo ya dicho en otro lugar: Aun cuando la Iglesia es esposa de Cristo y continúa Su obra, tiene que dar testimonio de Cristo apuntando siempre hacia Él, no hacia sí misma, y reconociendo constantemente la dependencia en que se encuentra respecto al que es su Juez, tanto como su Salvador. Esta es la doctrina bíblica sobre el genuino objetivo de la Iglesia como continuadora de la obra de Cristo, muy diferente de la linea «enearnacional>> del Vaticano II, preconizada ya por Agustín de Hipona y audazmente expuesta por J. A. Móhler, hace más de un siglo, de la forma siguiente: «La Iglesia visible es el mismo Hijo de Dios, que se manifiesta perennemente a Sí mismo entre los hombres en forma humana, que se renueva y se rejuvenece perpetuamente la permanente Encarnación del mismo, así como también en la S. Escritura los creyentes son llamados el cuerpo de Cristo."

3. Primer objetivo de la Iglesia: mantener una antorcha.

Dirigiéndose a su discípulo Timoteo, dice Pablo que la Iglesia de Dios es "columna y baluarte de la verdad" (1.a Tim. 3:15). Estás palabras significan que, de la misma manera que los pilares de un edificio mantienen el techo, y el baluarte fundamental sostiene toda la superestructura, así también la Iglesia ha de mantener en alto, sin desmayo y sin descanso, incólume e incorrupta, la verdad del Evangelio." No se olvide que la Iglesia es:

3.1. Producto de la verdad.

Si somos <<renacidos... por la Palabra de Dios» (1.a Ped. 1:23); si «la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios» (Rom. 10:17); y si los que reciben la Palabra son añadidos a la Iglesia (Hechos 2:41), resulta obvio que la Iglesia es producto de la Palabra de verdad, siendo cada iglesia una comunidad de creyentes, justificados por la fe (Rom. 3:28; 5:1), hijos espirituales de Abraham, «padre de todos los creyentes>>> (Romanos 4:11).

3.2. Guardián y heraldo de la verdad.

En la Antigua Alianza, Dios se escogió quienes proclamasen Su mensaje ante el pueblo con la consigna: «Así dice el Señor.>> De ahí que el término «profeta>> significa primordialmente «el que habla en lugar de otro», siendo portavoz de otra persona. Igualmente, Cristo eligió doce enviados (eso quiere decir el término «Apóstol>») que le fuesen testigos especiales, constituyéndolos así en cimientos de la Iglesia (Ef. 2:20), e hizo de la Iglesia misma un pueblo de profetas que publicasen las maravillas de Dios en l la salvación de los Suyos (1.a Ped. 2:9).

Esta proclamación tiene en el griego del Nuevo Testamento un término específico: «kerysso», que implicaba el oficio de un heraldo o alguacil respecto a un bando u orden de la autoridad. De este «bando» o «decreto real» no se puede quitar nada (Mateo 28:20: «...todas las cosas»; Jn. 14:16; 16:15; Hechos 28:20; <dado el consejo de Dios»). Sólo una iglesia en la que se predique todo el mensaje, explicándolo y aplicándolo a todos los problemas y a todos los individuos, puede gloriarse de ser "columna y baluarte de la verdad".

3.3. Intérprete de la verdad.

Todo creyente que, estudioso y orante, se deje conducir por el Espíritu, irá penetrando progresivamente en los te soros de la Palabra. Con todo, la interpretación más segura de la Escritura es fruto de una tarea comunitaria, es decir, eclesial. No queremos decir con ello que se requiera una persona o casta aparte, con un carisma institucionalizado de interpretación «infalible», pero es igualmente peligroso el irse al otro extremo de conceder a cualquier miembro un carisma de interpretación correcta. Los dones se dan para bien del Cuerpo de Cristo, y es dentro de ese Cuerpo, sobre todo, donde tienen cierta garantía de eficiencia, aunque nunca de infalibilidad.

Cualquier miembro de iglesia puede y debe ejercitar su don profético, enseñando la Palabra de Dios a quienes no la conocen, especialmente a los inconversos, como Felipe al eunuco etíope (Hech. 8:35), pero ello ha de hacerse en nombre y como por comisión de la respectiva comunidad eclesial, siendo un ministerio que requiere dones y competencia que no siempre son comunes a todos los miembros de la iglesia.

Por todo ello, la Iglesia tiene la responsabilidad, al proclama el Evangelio, de ofrecer las <<Buenas Noticias>> de la Verdad, pues esa Verdad nos libera (Jn. 8:32), trayéndonos la Luz que es la Vida eterna (Jn. 1:4); luz para el Camino que es Cristo (Jn. 14:6). Por eso, el Evangelio no sólo es doctrina de vida, sino que es vida, y vida para la eternidad (Jn. 4:14).

Ya en el Antiguo Testamento los judíos veían en la Ley («Torah»), no sólo la verdad de Dios, lámpara segura para los pies del caminante (Sal. 119:105), sino también la fuente de vida para el pueblo (Jn. 5:39). Por eso, la Ley era un «depósito» (Rom. 3:3, comp. con 1.a Tim. 6:20), que debía pasar de padres a hijos (Deut. 17:18-20) y permear todas las instituciones, prácticas y costumbres de la vida judía. Los levitas estaban encargados de guardar la Ley en el Arca de la Alianza, mientras que los <<cohanim>> o sacerdotes estaban encargados de explicarla al pueblo. El desvío de la Ley de Dios y la acumulación de tradiciones al margen de la Ley marcó el final del judaísmo como religión verdadera. La Iglesia que emergió de Pentecostés, «el nuevo Israel de Dios», ha recogido la antorcha, y su primera tarea ha de ser mantenerla en alto y presentarla sin aumento, pérdida ni alteración (Apoc. 22: 18-19, comp. con Is. 8:20).

Se ha acusado a las iglesias nacidas de la Reforma de haber descuidado la misión de Ilevar el Evangelio a todas las gentes, lo cual no es cierto. Los Reformadores tenían muy presente que toda la Europa del siglo XVI era un enorme campo de misión. No se puede 43 olvidar que toda misión auténtica ha de realizarse en círculos concéntricos (Hechos 1:8). Pero tampoco entonces faltaron las misiones a paises lejanos: en 1555 se formó la Misión Reformada francesa en Brasil; en 1602 la Compañía holandesa de la India del Este ejerce gran labor misionera, y en 1622 se fundó en la Universidad de Leyden un Seminario para la formación de misioneros. Es cierto que en los siglos XVII y XVIII bajó mucho el nivel misionero en muchas denominaciones, pero el siglo XIX conoció un nuevo despertar del afán misional en las iglesias evangélicas.

4. Segundo objetivo de la Iglesia alimovida.

La tarea de la Iglesia no se limita a difundir el mensaje de la verdad, sino que ha de ocuparse también de la edificación progresiva de los nuevos miembros. Por este ministerio (tanto común de todos los miembros como específico o pastoral) el Señor prosigue y acaba Su obra (Filip. 1:6; 1.a Tes. 5:23-24). Él ha puesto en Su Iglesia diversidad de ministerios, de acuerdo con los diferentes dones del Espíritu, a fin de que «la ley de crecimiento>> se verifique y se consume en la Iglesia (Ef. 4:11-16; Colosenses 1:9-11; 2:19; 2.a Ped. 3:18 y ss.). La calidad de una iglesia tiene su piedra de toque en la atención que dedica a esta tarea de edificación.

Al convertirse una persona, pasa por una experiencia que se realiza de una vez por todas: es salvo y justificado para siempre; ha pasado de muerte a vida, y su posición en Cristo es total, como total es la posesión que Cristo ha tomado de él (Filip. 3:12). Pero es una vida recién estrenada, y toda vida tiende a desarrollarse, a crecer; un cuerpo que no crece es un cuerpo raquítico, si no es que está muerto. Y para crecer hay que alimentarse (cf. 1a Pedro 2:2). Es cierto que cada cristiano tiene el derecho y la obligación de buscar por sí mismo ese alimento mediante el estudio y la plegaria, pero en muchísimos casos tal estudio es insuficiente por falta de tiempo o de competencia; de ahí que sea necesaria la debida instrucción, clara y metódica, por parte de los pastores de la grey de Dios. De ahí la seriedad de la exhortación, primero del Señor a Pedro (Jn. 21:15-17), y después de 20:28; 1." Tim. 4:13ic Pablo y del mismo Pedro (Hech. 2. Tim. 2:15; 4:1-4; Tito 2:1, 15; 3:8; 1.a Ped. 5:2). gi

5. Tercer objetivo de la Iglesia: la multiplicación de la vida.

Es cierto que al mundo le cabe una tremenda responsabilidad por no recibir a Cristo (Jn. 1:10; 3:19; 16:9); pero también es cierto que las iglesias presentan un gran <<escándalo>>, o sea, un gran tropiezo al mundo, cuando dejan de ser luces; es decir, cuando no son lo que deberían ser, ni dan el testimonio que deberían dar. Falla entonces su tarea profética (cf. 1a Ped. 2:9). Con todo, la actividad iluminadora y vivificante, de la que la Iglesia tiene el ministerio, no ha de confundirse con el activismo ni el burocratismo. Puede haber mucho apostolado de «fichero», sin que por eso haya vida en las estructuras.

Es de notar que, aunque la imprenta (lo mismo digamos de la radio, televisión, etc.) es un vehiculo colosal para el Evangelio (como lo es para confusión y corrupción también), el Señor oró al Padre por aquellos que habían de creer por la palabra de los apóstoles (Jn. 17: 19-20) sin esperar a la invención de la imprenta. Y aun ahora nada puede sustituir a la viva voz del Evangelio, acompañada de una vida santa. El Espíritu puede convertir al mundo sin necesidad de repartir tratados, ni aun de Sociedades Bíblicas (sin desdeñar el importante servicio de unos y otras), mientras que toda actividad que no vaya impulsada y vivificada por el Espíritu, por muy bien que se organice y por mucho dinero que maneje, no será otra cosa que «metal que resuena o címbalo que retiñe» (1.a Cor. 13:1).

El caso de la pesca milagrosa en Juan 21:1 y ss., en que todos los esfuerzos nocturnos resultan estériles hasta que, con el amanecer del Resucitado, el mismo Señor da la orden de echar las redes, así como la espera expectante de la Iglesia hasta la Venida del Espíritu en Pentecostés (Hech. 1:7; 2:1 y siguientes), son muestras palmarias de que la expansión del Reino de Dios en el mundo es obra del poder divino, no del esfuerzo humano. El hombre queda reducido al papel de ministro, esto es, de mano que sirve a un cerebro superior; y la mano se mueve tan sólo cuando el cerebro lo ordena; no antes, ni tampoco después.

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