El valor de leer la Biblia públicamente en la iglesia | José Pepe Mendoza

El valor de leer la Biblia públicamente en la iglesia | José Pepe Mendoza

La providencia de Dios permitió que la Reforma protestante tuviera, con la imprenta de Johannes Gutenberg, un motor de difusión sin precedentes. Los. reformadores aprovecharon el nuevo avance para hacer circular como nunca antes las Escrituras en los idiomas vernáculos europeos. También se convirtieron en los primeros escritores con éxitos de ventas que difundieron por cada rincón las verdades redescubiertas del evangelio.

Es importante notar que para aquel tiempo todavía había mucha gente analfabeta. Los libros y folletos. producidos en masa n

o solo eran para consumo personal, sino que eran leídos en lugares públicos para beneficio de muchos. El historiador John Bossy explica esa práctica en su libro Christianity in the West 1400-1700 [Cristianismo en Occidente 1400-1700]:

Hasta el siglo XVII, la lectura silenciosa era un logro de los eruditos un modo de devoción consciente. Leer significaba murmurar para uno mismo o leer en voz alta a los demás; la palabra escrita era un «signo audible». Esto era lo que significaba para los subterráneos que leían las Escrituras y también lo que significaba para Lutero. Su palabra era una palabra para ser escuchada, una promesa para ser recibida en la fe, no un texto para ser estudiado. La fe, como había dicho San Pablo, venía por el oído; el oido, no el ojo, era el sentido cristiano.

La imprenta de Gutenberg generó una revolución increíble de difusión de conocimiento nunca antes vista. También produjo un cambio significativo y profundo en la forma en que las personas adquirimos sabiduría, pasando de una adquisición comunitaria, que requería de la lectura pública y la comprensión grupal, a una actividad personal donde el individuo se sumerge en la lectura sin la necesidad de compañía. Leer es ahora como un placer privado que no se entiende compartido, porque no necesitamos de nadie más para extraer la sabiduría de las páginas del libro.

Podríamos decir que los cristianos también hemos tomado ese carácter individualista y privado en relación con la lectura de las Escrituras. Sin embargo, podríamos preguntarnos si la Biblia fue diseñada por Dios solo para esa lectura interior y absolutamente personal.

Una gran mayoría de cristianos viven frustrados con la discontinuidad y poca profundidad de sus lecturas bíblicas.

Muchos se proponen cada inicio de año leerla completa, pero son muy pocos los que realmente logran el objetivo. En el mismo sentido, pensamos que estamos abarcando suficiente material de las Escrituras a través de la enseñanza, la predicación y todo el movimiento de pensamientos supuestamente bíblicos que corren a toda velocidad por las redes sociales. Sin embargo, una vez más, se suelen usar pocos insumos bíblicos para tales emprendimientos. Nuestra ingesta de la Escritura sigue siendo deficiente y por eso una gran mayoría de cristianos manifiesta desnutrición y debilidad espiritual crónica.

Es evidente que se trata de un tema complejo que requiere de una evaluación y un plan de acción que tiene muchas aristas que deben ser trabajadas con sabiduría y piedad. No obstante, quisiera replantear una sola práctica que podría producir un cambio profundo y significativo en nuestra ingesta de las Escrituras. Me refiero a la implementación de la lectura pública de la Biblia.

Una práctica histórica

Podríamos pensar que la lectura pública se trata de una práctica nueva, pero no es así. El impacto de la lectura pública de las Escrituras es notable en ambos testamentos.

No podemos dejar de maravillarnos cuando el escriba Safán recibe las Escrituras recién redescubiertas por el sacerdote Hilcías. Luego de leerlas, va con el rey Josías y se las lee en voz alta. Esa lectura pública propició un gran avivamiento reformador (2 R 22-23). Otro momento grandioso fue cuando Esdras leyó una vez más las Escrituras al pueblo de Dios en Jerusalén, luego del retorno del exilio (Neh 8:1-3). Esa poderosa lectura pública produjo arrepentimiento, adoración y la renovación de corazón del pacto con Dios, en el pueblo que estuvo atento a la voz de su Dios.

La práctica también estuvo presente en el Nuevo Testamento. No debemos olvidar que los evangelios fueron compartidos de forma oral antes de convertirse en libros. Aun después de existir en forma escrita, se pasaba tiempo en las congregaciones leyéndolos públicamente para la edificación de todos.

En el mismo sentido, las cartas del Nuevo Testamento fueron mayormente escritas en plural, lo que nos permite entender que debían ser leídas de manera pública para la edificación de toda la iglesia. No solo eso, sino que Pablo llega a decirle a los de Colosas: «Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros» (Col 4:16). Es evidente que la lectura pública de las Escrituras era una práctica acostumbrada de las iglesias del Nuevo Testamento.

Podríamos decir, entonces, que la lectura pública de la Biblia es una disciplina espiritual de edificación que hemos olvidado en nuestro tiempo. Es muy probable que, debido a su ausencia en la práctica congregacional actual, estemos pagando las consecuencias en el debilitamiento de la edificación de nuestras vidas espirituales. Por lo tanto, quisiera animar a los cristianos a que volvamos a darle un tiempo significativo en nuestros servicios, ministerios y actividades eclesiásticas a la lectura pública y exhaustiva de las Escrituras.

A los pastores y líderes, quisiera recordarles que debemos seguir el ejemplo de los levitas que explicaban la ley al pueblo mientras Esdras leía (Neh 8:7-8). También es importante que nos ejercitemos para realizar la lectura con propiedad y esfuerzo, de una manera enfática y hermosa que edifique a los demás y glorifique a Dios.

Todos los cristianos debemos participar con entusiasmo y gozo en esta disciplina espiritual que nos recordará que somos un solo pueblo comprado por la obra de Jesucristo y que el Señor no solo quiere hablarme a mí, sino a todos nosotros sin acepción de personas.

La lectura pública de la Biblia trae consigo un hermoso recordatorio que nunca debimos haber perdido de vista: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Ro 10:17).

Extraído del libro La Biblia en el centro: Cómo exaltar la Palabra de Dios en tu vida, familia e iglesia.



Sobre el autor

José «Pepe» Mendoza, sirve como Asesor Editorial en Coalición por el Evangelio. Es profesor en el Instituto Integridad & Sabiduría, colabora con el programa hispano del Southern Baptist Theological Seminary.

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