Al mismo tiempo los autores bíblicos proclaman que Dios no es como los seres humanos y no puede compararse a las criaturas hechas por él (evitando así la idolatría). Sin embargo, estos autores usan lo que se llama antropomorfismo lenguaje prestado de los seres humanos creados para hablar de Dios. Pero más elocuentemente, las Escrituras afirman que Jesús nos muestra quién es Dios y a qué es semejante (Juan 14:9). De hecho es a través del Hijo que conocemos al Padre.
Parece que la mayoría de los teólogos anteriores al siglo XIX creían y enseñaban que Dios no sufre como nosotros (y por lo tanto es impasible). Pero es importante notar que al hacerlo regularmente distinguían entre pasiones y afectos. Los afectos, afirmaban, proceden de un razonamiento correcto y son activos y voluntarios, mientras que las pasiones son pasivas e involuntarias, a menudo asociadas con inclinaciones pecaminosas. Mientras que los seres humanos están sujetos o son vencidos por las pasiones (y por ello arrastrados al pecado) Dios, siendo perfecto, no tiene ese tipo de emoción. Su naturaleza es amor perfecto, que no puede disminuirse o reducirse. En otras palabras, el amor de Dios no cambia. Su vida emocional no es idéntica a la nuestra como seres humanos. Si Dios estuviera sujeto a pasiones involuntarias (como ellos definen esta palabra), sería un Dios de miseria, el ser más infeliz en el universo.
Al decir que Dios es impasible (no sujeto a pasiones), estos teólogos no estaban diciendo que Dios es indiferente o apático. Aunque transcendente, Dios es también inmanente y presente, no meramente interesado en el mundo que creó, sino involucrado en el mismo a través de su plan de redención. Dios está tan dinámicamente activo en su vida trina que no puede cambiar para ser más activo o dinámico de lo que ya es.
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