Enseñanza Cristológica de la Reforma - Lección 6 - Cristología

Enseñanza Cristológica de la Reforma - Lección 6 - Cristología


1. Doctrina común de los Reformadores.

La Reforma en general aceptó, como la Iglesia de Roma, la fe del Concilio de Calcedonia, aunque un concepto más bíblico de «gracia» y de «ciencia» en Jesucristo preservó, a las profesiones de fe reformadas, de algunas desviaciones introducidas en el Medievo. Podemos verlo reproduciendo aquí las enseñanzas de los Artículos de Religión de la Iglesia Anglicana, de la Confesión de Fe de Westminster y del Catecismo de Heidelberg. La primera parte (cristológica) del Artículo II de la Iglesia Anglicana dice así:

"El Hijo, que es el Verbo del Padre, engendrado desde la eternidad por el Padre, el verdadero y eterno Dios, y de una misma sustancia que el Padre, tomó naturaleza de hombre en el vientre de la Bendita (o Bienaventurada) Virgen, de la sustancia de ella; de tal manera que las dos naturalezas, divina y humana, quedaron inseparablemente unidas, íntegras y perfectas, en la unidad de la persona; por lo que hay un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre."

Por su parte, la Confesión de Fe de Westminster, capítulo VIII, párrafo II, expresa lo mismo de esta manera:

"El Hijo de Dios, la segunda persona en la Trinidad, siendo verdadero y eterno Dios, consustancial e igual al Padre, cuando llegó el cumplimiento del tiempo, tomó sobre sí la naturaleza de hombre, con todas las correspondientes propiedades esenciales y debilidades comunes, aunque sin pecado; siendo concebido por el poder del Espíritu Santo, en el vientre de la Virgen María, de la sustancia de ella. De modo que las dos naturalezas, enteras, perfectas y distintas, la Divinidad y la humanidad, quedaron inseparablemente unidas en una persona, sin cambio, ni composición, ni confusión. La cual persona es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, y con todo es un solo Cristo, el único Mediador entre Dios y el hombre."

Finalmente, el Catecismo de Heidelberg, a la pregunta: ¿Qué significa que fue concebido del Espíritu Santo y nació de la Virgen María»?, responde:

"Que el eterno Hijo de Dios, el cual es y permanece verdadero y eterno Dios, tomó verdadera naturaleza humana de la carne y de la sangre de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, para ser, con todo, verdadero descendiente de David, semejante a sus hermanos en todo, excepto el pecado."

2. Diferencias entre los Reformadores.

2.1. Entre los principales Reformadores del siglo XVI Calvino fue el que más estrechamente ligado se mantuvo a la letra y al espíritu de Calcedonia, cuya doctrina expone magistralmente en su Institutio Christianae Religionis, libro II. capítulos 12, 13 y 14.

2.2. Lutero admitió también las enseñanzas de Calcedonia, pero tomó algunos resabios de monofisismo. Parece ser que su pensamiento se forjó a base de una equivocada interpretación de la frase «se sentó a la diestra de Dios», Según aparece en lugares como Heb. 10:12. Si Cristo se ha sentado a la diestra del Padre decía Lutero, у la diestra del Padre está en todas partes, se sigue que Jesucristo está en todas partes. De ahí que esté también en el pan y en el vino de la Cena del Señor, según Lutero. Esto condujo al punto de vista típicamente luterano acerca de la llamada «comunicación de propiedades o "idiomas", hasta afirmar que «cada una de las naturalezas de Cristo penetra en la otra (pericóresis), y que su Humanidad participa de los atributos de su Divinidad». Según eso, los atributos divinos de omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia le fueron comunicados a la humanidad de Cristo en el momento de la Encarnación..

Por su parte, los luteranos atacan lo que llaman el "extra-calvinisticum" o sea, la afirmación de que, por la Encarnación, el Verbo de Dios no queda encerrado en la humanidad de Cristo, puesto que conserva su divina infinidad y omnipresencia, fuera de los límites que la naturaleza asumida comporta, aun cuando está y permanece personalmente unido a dicha naturaleza. Sin embargo, en esto el calvinismo lleva toda la razón, con base en la Escritura. No cabe ninguna duda de que Jesucristo es inmenso en cuanto Dios, pero es limitado en cuanto hombre; ésta es la enseñanza de la Biblia y del Concilio de Calcedonia. Hay cuatro textos clave, que necesitan una explicación:

2.1.1 Heb. 10:12, que es el texto invocado por Lutero, expresa el final del único sacrificio de Cristo y su gloria celestial, compartida con el Padre, usando dos antropomorfismos: 1) la "diestra del Padre", porque Dios es Espíritu y, por tanto, no tiene manos; 2) que Cristo está «sentado», pues en la visión de Apoc. 5:6 aparece «en pie», para indicar que está vivo, a pesar de que fue muerto. Podemos decir que Jesucristo está en todas partes (su persona divina; es decir, en cuanto Dios), pero es erróneo afirmar que la naturaleza humana de Jesucristo (es decir, Jesucristo en cuanto hombre) esté en todas partes.

2.1.2 Jn. 1:14 nos dice que «el Verbo llegó a ser hombre», pero el texto original no indica, ni mucho menos, que el Verbo quedase encerrado dentro de las paredes opacas de un cuerpo humano, pues al hacerse hombre no dejó de ser el Dios infinito e inmenso.

2.1.3 Jn. 3:13. Aunque se admita la lectura, muy dudosa, que está en el Cielo, sólo se trataría de un caso de correcta «comunicación de idiomas, ya que la persona divina del «Hijo del Hombre» está en el Cielo, así como en todas partes.

2.1.4 Col. 2:9: "Porque en él (Cristo) habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad". Mirando al contexto anterior y posterior, vemos que la enseñanza que Pablo quiere aquí poner de relieve es la siguiente: los creyentes no necesitamos de ninguna jerarquía de espíritus angélicos ni humanos por los que se nos transmita el conocimiento y la posesión de la esencia divina (resonancias gnósticas), sino que tenemos al mismo Cristo, en el cual habita en forma visible, incorporada (comp. con Jn.. 14:9), la plenitud de la esencia divina. Por eso, teniendo a Cristo, ya estamos llenos de Dios en él y por él (vers. 10).

Ahora bien, el hecho de que Dios habite entero en Cristo, no significa que la divinidad quede achicada dentro de los límites de la humanidad, perdiendo así su inmensidad, o que la humanidad participe de la inmensidad de la esencia divina, puesto que Dios, siendo Espíritu purísimo y simplicísimo, sin composición de partes, está entero en todas partes y en cada uno de los subátomos del Universo, por eso está en Cristo con toda su plenitud, aunque rebasa infinitamente, con esa misma plenitud, los límites de la naturaleza humana de Jesucristo.

2.2 Un grupo de los Anabaptistas resucitó el antiguo error de que el cuerpo de Jesús no fue concebido de la sustancia de la Virgen, sino que bajó del Cielo y pasó, como por un canal, por el útero de la Virgen. Alegaban que «el Logos no se puede unir a una verdadera naturaleza humana». Sin duda pensaban que, de lo contrario, Jesús habría contraído el contagio de la culpa original, olvidando que la depravación natural no es como una enfermedad física y que la culpabilidad solidaria se contrae cuando surge una nueva persona humana. Como persona divina, Cristo estaba radicalmente exento de todo pecado, y, como hombre, el Espíritu Santo, por cuya obra fue concebido, le hizo totalmente santo (Lc. 1:35) y le mantuvo sin pecado (Jn. 8:46).

Por desgracia, esta especie de docetismo continúa todavía en nuestros días en algunos grupos, aunque reducidos, que se llaman «evangélicos».

3. Paso al antropocentrismo cristológico.

A principios del siglo XIX la Cristología pasó a ser completamente antropocéntrica, desdeñando el aspecto teológico. Comenzó a prevalecer el estudio del «Jesús histórico», allanando el camino al punto de vista modernista sobre Jesús. Es la época de las «Vidas» de Jesús, en este contexto se inscribe ya la de Ernesto Renán. En ellas se propone a Jesucristo como modelo de hombre sabio y bueno», dejando de lado al Cristo sobrenatural, verdadero Dios.

Matices distintos en la base de este movimiento son:

3.1 F. Schleiermacher (1768-1834) es el verdadero líder de esta corriente errónea, sobre la persona de Cristo. Se trata del «sentimentalismo religioso» y tiene raíces en B. Spinoza, así como en Fichte y en Hegel, pasando por la Crítica de la Razón Práctica de Manuel Kant.

3.2 A. Ritschl (1822-1889), partiendo también de la total separación, propugnada por Kant, entre teología y fe, se situó en un plano cercano al monarquianismo dinámico de Pablo de Samosata, pues cargó el énfasis más en la obra que en la persona de Cristo «Cristo es una ventana que nos muestra a Dios trabajando» frase todavía en boga y que constituye una «media verdad».

Con estas corrientes, la trascendencia de Jesucristo, en cuanto Verbo de Dios, Hijo de Dios, persona divina, queda soslayada o abiertamente negada, dando paso a una inmanencia exclusiva; es decir, el totalmente distinto deja de serlo para hacerse totalmente semejante a nosotros. El grado de perfección en la humanidad de Jesucristo puede ser superior al nuestro, pero no hay una diferencia radicalmente cualitativa en su persona, puesto que su divinidad se niega o queda en entredicho. Bultmann irá más lejos, como veremos en la lección siguiente.

4. Reacción de la "Nueva Ortodoxia".

En reacción contra la inmanencia de Schleiermacher y Ritschl, y contra el afán desmitificador de R. Bultmann, Karl Barth (1886-1968), dentro de un contexto ultraluterano, matizado por el existencialismo, lleva el péndulo hacia una excesiva trascendencia. Barth no niega que Jesucristo sea Dios, aunque algunas frases suyas suenan a sabelianismo, pero asegura que ni el mismo Jesucristo puede revelarnos propiamente a Dios, porque, en fin de cuentas, «Dios, cuanto más se revela, más se esconde». Es cierto que, a medida que conocemos más a Dios, más resalta la infinidad de su trascendencia, pero también es verdad que se nos hace más inteligible la profundidad de su inmanencia. En Jesucristo no vemos a un Dios que juega al escondite (V. Jn. 14:9; 16:26-30).

La controversia cristológica, tema permanente. 

En el siglo pasado, el teólogo católico-romano alemán A. Günther (1783-1863) sostuvo que la esencia de la personalidad consiste en la autoconsciencia; de lo cual se derivaba que en Cristo hay dos personas, al haber en él dos conciencias, aunque existía, según dicho teólogo, una unidad «formal» entre el Hijo de Dios y el Hijo de la Virgen, gracias a la mutua penetración de la autoconciencia.

Este error tuvo sus implicaciones trinitarias, porque si la personalidad consiste en la autoconsciencia, al haber en Dios tres personas, resulta que hay tres conciencias, lo que equivaldría a triplicar la naturaleza divina. La Congregación del índice, en carta al arzobispo de Colonia el año 1857, condenaba las doctrinas de Günther como contrarias a la fe católica. También enseña Günther que el alma de Cristo careció de la visión beatífica en esta vida, como lo prueban los Evangelios y, en especial, el relato de la Pasión. En esto tenía Günther toda la razón.

El error de Günther, en lo tocante a la Cristología, estribó en confundir la conciencia con la personalidad. Es cierto que uno de los atributos de la persona es ser «autoconsciente» de su «yo», de ser «él-mismo», pero esa consciencia se distingue de la personalidad como se distingue la pantalla del espectador. Por eso en Cristo hay una sola persona, porque hay un solo «yo», el cual es consciente de ser el Hijo de Dios mediante su consciencia divina, y de ser el hijo de María, mediante su consciencia humana, siendo el Espíritu Santo el encargado de establecer la comunicación, como en todas las obras divinas ad extra-según la expresión técnica de la Teología tradicional.

Opinamos que ésta es la solución correcta al problema suscitado por la Psicología Moderna, y que hace algunas décadas levantó una interminable polémica entre los teólogos católicos P. Galtier y P. Párente, en la que terció el carmelita español R. Xiberta. Confesamos que se trata de un tema muy difícil. En realidad, la base del problema está en los distintos modos de concebir la personalidad, ya desde la Edad Media. Los partidarios de J. Duns Scot ponen la personalidad en algo negativo: el hecho de no subsistir en sí, mientras los dominicanos estiman que consiste en algo real: el hecho de que la personalidad cierra en sí, como último término del subsistir, una naturaleza concreta individual. Esto es lo correcto, aunque no estimamos correcto el afirmar que en Cristo hay una sola existencia, la divina, como sostienen los dominicanos.


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