La controversia cristológica | Lección 4 | Cristología

La controversia cristológica

Las herejías sobre la persona de Jesucristo pueden clasificarse en tres grandes grupos:

a) las que afectan a la realidad de las naturalezas de Cristo (ebionitas, cerintianos, docetas).

b) las que afectan a la integridad de dichas naturalezas (arríanos, apolinaristas).

e) las que afectan a la unión personal de las dos naturalezas (nestorianos, monofisitas).

Ya hemos tratado del primer grupo en la lección anterior. En esta lección y en la siguiente vamos a tratar de los otros dos.

1. El Monarquianismo.

Resumiendo lo que ya hemos dicho en otra parte, diremos que el Monarquianismo, como herejía trinitaria, sostuvo que en Dios hay una sola persona con tres modos de expresarse (Monarquianismo modalístico de Sabelio) o con tres distintas formas de actuar (Monarquianismo dinámico de Pablo de Samosata). Así como el Gnosticismo fue la herejía imperante en el siglo II, el Monarquianismo lo fue en el siglo III. En el plano cristológico, Pablo de Samosata, obispo de Antioquía desde el año 260 al 270, sostuvo que Jesús fue un hombre ordinario, sobre quien vino la impersonal razón (Logos) de Dios de manera excepcional, y el poder de Dios (Pneuma) que le capacitó para la obra que había de llevar a cabo: fue digno de honores divinos, pero no era una persona divina. En esta herejía son notorios los resabios cerintianos.

2. El Arrianismo.

También hemos hablado del Arrianismo en otro lugar, pero vamos a resumir lo que respecta al terreno cristológico. Recordemos que Arrio, presbítero de Alejandría el año 313, comenzó a difundir sus errores en 318, siendo condenado el 325 en el Concilio de Nicea. Por una parte sostenía que el Verbo que se unió a la carne humana no era igual al Padre, sino el primero y más noble de los seres creados; por medio de él creó Dios todos los demás seres; de ahí que pueda ser llamado demiurgo, es decir, artesano manual del Universo. Arrio apelaba a textos como los siguientes: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es» (Deut. 6:4, versículo clave para el monoteísmo judío); "Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras" Prov. 8:22. "El Padre mayor es que yo" Juan 14:28. El primero de los textos citados no es impedimento a la doctrina de la Trinidad, sino que está en conformidad con textos como Juan 10:30, 17:3. El segundo está en consonancia con Juan 1:1-3.

Por otra parte, Arrio negaba la integridad de la naturaleza humana de Jesucristo, afirmando que el Verbo se había "unido a un cuerpo humano, en el que hacía las veces, de principio vital, sustituyendo así al alma racional". Decía que dos espíritus no pueden formar una sola persona. Con esto parecía no entender la unión hipostática. Los arríanos pretendían que el Verbo era un ser creado, porque no podían concebir la generación eterna del Hijo de Dios. A la objeción que ellos planteaban hemos replicado en el libro Un Dios en Tres Personas. Como ya expusimos allí, y volveremos a insistir en ello, los cristianos no admitimos en Jesucristo ninguna inferioridad en cuanto a la naturaleza divina respecto del Padre, sino sólo de origen en el seno de la divinidad, y de oficio y función en el aspecto soteriológico.

Los semiarrianos admitieron que el Verbo poseía una naturaleza semejante (homoiusios) a la del Padre, pero no la misma (homousios).

3. El Apolinarismo.

Apolinar de Laodicea (310-390), hijo de Apolinar de Alejandría, fue obispo de su ciudad natal y defendió contra los arríanos la divinidad de Jesucristo, pero, apoyándose en la tricotomía platónica, negó que la naturaleza humana de Jesucristo poseyese espíritu propio, provisto de razón deliberante y de voluntad libre. Argüía:

a) Que dos voluntades no pueden coexistir en una sola persona.

b) Que si Cristo hubiese poseído un espíritu humano, al tener un conocimiento limitado y disfrutar de plena libertad, hubiese podido negarse a padecer la muerte en cruz, con lo cual el plan de la redención no se hubiese llevado a cabo.

4. El Nestorianismo.

Tanto esta herejía, como la siguiente, afectan directamente a la unión de las dos naturalezas en la única persona del Hijo de Dios. El Nestorianismo tuvo su «prehistoria» con Teodoro de Mopsuestia o de Mopsuesto (350-428), nacido en Antioquía y posteriormente obispo de Mopsuesto (392), quien, con el fin de afirmar rotundamente la realidad e integridad de la naturaleza humana de Jesucristo, y quizá por desconocer la índole peculiar de la unión hipostática, admitió una inhabitación moral, pero no esencial, del Verbo en Jesucristo; sin embargo, ilógicamente, negó que en Cristo existiesen dos personas.

Nestorio (380-451) fue discípulo de Teodoro de Mopsuesto, y llegó a ser patriarca de Constantinopla en 428. Adicto a las doctrinas de su maestro y afiliado a la escuela teológica antioquena, se negó a reconocer a la Virgen María como theotókos o «madre de Dios», arguyendo que una criatura no pudo dar a luz al Creador. Sostenía que cada una de las dos naturalezas de Jesucristo tenía su propia hypóstasis o subsistencia, y su propio prósopon o personalidad, admitiendo un tercer prósopon que servía de lazo de unión. Esta unión no era, según él, sustancial, ni personal, ni hipostática, sino moral, afectiva, de pertenencia, de inhabitación, etc. La falsa base filosófica de esta herejía, igualmente que del monofisismo, era que a cada naturaleza individual corresponde una persona o hypóstasis.

Nestorio fue condenado y depuesto el año 431 por el Concilio de Éfeso, el cual definió que María era theotókos = engendradora de Dios, porque dio a luz según la carne al Verbo de Dios hecho carne».

5. El Monofisismo.

La condenación de Nestorio fue formulada en los famosos anatematismos de Cirilo, patriarca de Alejandría (376-444), quien, preocupado justamente por sostener la unidad de persona en Jesucristo, empleó a veces expresiones que parecían poner en peligro la dualidad de naturalezas, pues llegó a decir que en Cristo había una sola naturaleza (physis) del Verbo de Dios encarnada». Su modo de expresar la llamada «comunicación de idiomas», así como el ejemplo sacado del compuesto humano, hacen dudar de su ortodoxia, conforme fue ésta formulada por el Concilio de Calcedonia.

Tras la concesión por el Concilio de Éfeso de que había en Cristo dos naturalezas perfectamente distintas, muchos de los seguidores de Cecilio no quedaron satisfechos. Así nació el Mónofisismo (de monos uno solo, y physis naturaleza). Su principal fautor fue Eutiques (378-454), superior (archimandrita) de un monasterio, acérrimo adversario de Nestorio, pero no muy versado en Teología, quien parece haber defendido que la naturaleza humana de Jesucristo fue, en cierto modo, absorbida por la divina (con lo cual se acercaba al docetismo), mientras otros sostenían que la naturaleza divina se había anonadado en la humana (teoría parecida a la expuesta en el punto 4 de la lección anterior); otros entendían que las dos naturalezas se habían mezclado, como una aleación de metales o una combinación química, llegando a formar una tercera naturaleza distinta de las anteriores.

La forma más sutil de monofisismo fue la defendida por Severo de Antioquía, (465- 538), patriarca de la misma ciudad en 512, quien afirmaba que la unión de las dos naturalezas en Cristo era semejante a la del alma y el cuerpo en el compuesto humano. Todas las formas de monofisismo estaban de acuerdo en que se trataba de la unión de dos naturalezas, pero no en dos naturalezas. En otras palabras, admitían que de dos naturalezas hubiese resultado una, pero no que estas dos naturalezas permaneciesen íntegras después de la unión.

6. La definición de Calcedonia.

Con el fin de establecer una fórmula de fe cristológica que condensase la doctrina ortodoxa acerca de la persona de Jesucristo, huyendo a la vez del nestorianismo y del monofisismo, fue convocado en Calcedonia, el año 451, un Concilio General, al que envió sus delegados el obispo de Roma, León I. La fórmula de Calcedonia, aceptada hasta hoy por todas las denominaciones cristianas, dice así:

"Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos a confesar un solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en divinidad, así como en humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, con alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, "hecho en todo semejante a nosotros, pero sin pecado" (V. Heb. 4:15); engendrado del Padre antes de todos los siglos en cuanto a la deidad; y en estos últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nacido de la Virgen María, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad. Que uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, ha de ser reconocido en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación; sin que en manera alguna sea suprimida la diferencia de las naturalezas a causa de la unión, sino quedando más bien a salvo la propiedad de cada naturaleza, y concurriendo ambas en una sola persona y subsistencia ("hén prósopon kai mían hypóstasin"), no partido ni dividido en dos personas, sino uno y el mismo Hijo, el Unigénito, Dios el Verbo, el Señor Jesucristo; como desde el principio han declarado los profetas acerca de él, y el mismo Señor Jesucristo nos ha enseñado, y el Credo (symbólon) de los Padres nos lo ha transmitido.»

Más de una vez volveremos a referirnos a los distintos puntos de esta profesión de fe. También insistiremos en su importancia con relación al plan de la redención, el cual exigía que nuestro Salvador fuese verdaderamente Dios y verdaderamente hombre en la una y misma persona del Verbo o Hijo de Dios el Padre.


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