Las primeras herejías sobre la persona de Jesucristo - Lección 3 - Cristología

Las primeras herejías sobre la persona de Jesucristo

Desde el primer siglo de la Iglesia ya pulularon diversas herejías acerca de la persona de Jesucristo, las principales de las cuales exponemos a continuación.


1. Los ebionitas

Los ebionitas (del hebreo ebion pobre, en el sentido de indigente) fueron unos herejes de origen judío que proliferaron a últimos del siglo I y principios del siglo II. Debido a su deseo de mantener a toda costa el monoteísmo del Antiguo Testamento, negaron la divinidad de Cristo y su concepción virginal. Según ellos, Jesús era un mero hombre, pero muy observante de la Ley, lo que le capacitó para ser escogido por Dios como Mesías. Al ser bautizado por Juan el Bautista, fue consciente de ser ungido (Cristo) como un especial Hijo de Dios, al descender sobre él el Espíritu Santo en plenitud.

Así quedó capacitado para realizar su obra de gran profeta y maestro, pero el Espíritu Santo le dejó desamparado en el Calvario, Contra ellos (y contra Cerinto) escribió Juan lo que dice en 1 Jn. 5:6: "Este es Jesucristo (el Hijo de Dios vers. 5), que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad." Este versículo quiere decir que el Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad (V. Jn. 16:13), da testimonio de que Jesús vino a este mundo ya como Hijo de Dios, y que siguió siéndolo, no sólo a través de su Bautismo en el Jordán («mediante agua»), sino también a través de la Cruz del Calvario (mediante sangre»).

2. Cerinto

Cerinto fue un heresiarca que vivió en la segunda mitad del siglo II. Decía que Jesús era un hombre ordinario, hijo de María y de José (al menos, como padre legal), mientras que el Cristo era un espíritu superior, o una fuerza poderosa que descendió sobre Jesús en el momento de ser bautizado por Juan, y le dejó de nuevo antes de la crucifixión. Juan ataca indirectamente estos puntos de vista en Jn. 1:14; 20:31; 1 Jn. 2:22; 4:2, 3 (varios MSS importantes dicen: «disuelve», en lugar de «no confiesa »), 15; 5:1, 5, 6; 2 Jn. 7.

Cerinto pertenece a la secta pagana cristiana de los gnósticos. Para entender el fondo filosófico del gnosticismo en todo este tema y, al mismo tiempo, para entender todo el fondo doctrinal de la primera epístola de Juan en su respuesta a las pretensiones gnósticas, bueno será conocer en resumen las bases del gnosticismo. En lo que concierne a nuestro estudio, estas bases son tres:

2.1. El espíritu inmortal del hombre no se contamina con las obras de la carne. El que ha sido verdaderamente iluminado, no peca. Contra esto va lo que dice 1 Jn. 1:5-6; 2:4, 9: 3:7-9.

2.2. Cristo fue un emisario de luz, ya en forma de ser celestial con un aparente cuerpo humano (docetas), ya en forma de un ser terrenal al que temporalmente se asoció un espíritu superior (cerintianos). Contra esto escribe Juan en 1 Jn. 2:22; 4:2-3; 5:6.

2.3. Los seres humanos se dividen en tres clases: Hílicos (del griego hyle = materia), incapaces de ningún conocimiento espiritual y abocados a la perdición; Psíquicos (de psykhé = alma), miembros ordinarios de la Iglesia de Cristo; y Pneumáticos (de pneuma = espíritu), que poseen un conocimiento superior o epígnosis y forman la élite de los iluminados. Contra esta división en castas habla Juan en 1 Jn. 2:20, 24. 27.

3. Los docetas

La palabra «doceta» procede del verbo griego dokeo parecer. Los docetas aparecen ya en el primer siglo de la era cristiana y pertenecen a una rama del gnosticismo. Negaban la realidad terrenal del cuerpo humano de Cristo, puesto que si Cristo había de ser puro y la materia es mala, el Hijo de Dios sólo pudo tomar una apariencia de cuerpo humano; algo etéreo, que no fue concebido en el vientre de la Virgen María, sino formado en el Cielo y expelido, como por un canal, a través del útero de María. Si esto fuera cierto, toda la vida terrena de Cristo y, especialmente, su muerte y su resurrección habrían sido una pura farsa. Textos como Heb. 2:14; 1 Tim.. 3:16 y 1 Jn. 4:2-3, como un eco de Jn. 1:14, muestran que el Hijo de Dios asumió una verdadera naturaleza humana, es decir, se encarnó realmente.

4. Un falso concepto del anonadamiento del Hijo de Dios.

Una falsa inteligencia de la kénosis o vaciamiento de que se nos habla en Flp. 2:7, y una malsana interpretación del verbo egéneto de Jn. 1:14, influyeron en las herejías cristológicas de los primeros siglos, especialmente en una rama del Monofisismo, y han dado ocasión a que ciertos teólogos del siglo pasado, como Hofmann y Ebrard, en Alemania, y H. Ward Beecher, en América del Norte, propusieran una nueva forma de la herejía del anonadamiento ontológico del Hijo de Dios, pretendiendo que, al encarnarse, el Verbo se contrajo a los límites de un cuerpo humano, quedando así despojado de su poder divino. Contra esta herejía, y apoyados en la Palabra de Dios, hemos de decir:

4.1. El verbo egéneto de Jn. 1:14 no indica ninguna contracción esencial del Hijo de Dios en un cuerpo humano, sino que retiene su primordial significación de «llegó a ser- o vino a ser». Por otra parte, el uso del término sarx = carne, por parte de Juan, indica la naturaleza humana entera en su condición terrenal, es decir, el hombre entero, no sólo el cuerpo (V., por ejemplo, Jn. 3:6). Por tanto, el sentido de la frase es: «Y el Verbo llegó a ser hombre»; por supuesto, sin dejar de ser Dios. Lo muestra el verbo eskénosen acampó, del contexto, que alude claramente a la presencia de Dios en el desierto, por medio de la gloria o shekinah. Por eso Juan, continúa: "...y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre..." A esto apuntan también 1 Tim. 3:16; 1 Jn. 4:2.

4.2. Esta herejía incurre en un error típicamente monofisita; por una parte, va contra la inmutabilidad de Dios, que no puede cambiar ni contraerse en su esencia (V. Sal. 102:25-27; Mal. 3:6: Sant. 1:17); por otra parte, las Escrituras nos ofrecen evidencia suficiente de la integridad de la naturaleza humana de Jesucristo. Por ahora nos basta con citar Heb. 2:16.

4.3. Esta herejía nos lleva a unas consecuencias desastrosas en el plano soteriológico. En efecto, si el Verbo cesa de ser y obrar como Dios y se contrae a los límites de un cuerpo humano, entonces ni existe en Jesucristo una verdadera naturaleza humana, capaz de sufrir voluntariamente y de hacer que Jesucristo sea nuestro sustituto, ni una verdadera naturaleza divina que dé valor infinito al sacrificio de la Cruz.

4.4. En cuanto a la recta interpretación de Flp. 2:6ss.

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