Dos comentarios acerca de Juan 8:12-51

Dos comentarios acerca de Juan 8:12-51

(1) Ya en Juan 7:7, Jesús dijo a sus hermanos: “El mundo no tiene motivos para aborreceros; a mí, sin embargo, me aborrece porque yo testifico que sus obras son malas.”. Tanto en su propia persona como en sus palabras contundentes, Jesús resulta tan ofensivo, que el mundo lo odia.

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Es la encarnación de Juan 3:19-21: “la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos”.

Juan 8 va más lejos aun. Jesús insiste en que cuando el diablo miente, “Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira!” (8:44). Luego Jesús añade, “Y sin embargo a mí, que os digo la verdad, no me creéis” (8:45).

Todo esto es asombroso. La primera cláusula de la frase no es concesiva, como si Jesús dijera: “Aunque yo os digo la verdad, no me creéis”. Esto ya sería suficientemente lamentable. Pero Jesús dice: “Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?” Ante semejante actitud, ¿qué opciones le quedan? ¿Debería decir la clase de mentiras dulces y suaves que a la gente acomodada le encanta escuchar?

Esto le garantizaría una audiencia, pero es impensable que Jesús proceda de esta forma. Por lo tanto, sigue exponiendo la verdad, y precisamente por actuar así, sus oyentes no le creen. Cuando alguien está ciego, decirle la verdad es precisamente lo que le endurece. Enciende el odio ardiente que desemboca en la conflagración de la cruz.

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(2) Jesús insiste en que “Abraham, vuestro padre, se regocijó al pensar que vería mi día” (8:56): lo que Jesús probablemente tenía en mente era la promesa que Dios hizo y reiteró a Abraham: que en su descendencia se­rían bendecidas todas las naciones de la tierra (Gen 12).

Es improbable que Jesús esté diciendo que Abraham hubiese tenido una visión en la cual pudiese ver la vida y los tiempos de Jesús. Lo que quiere decir, más bien, es que Abraham conocía a Dios, creía las promesas de Dios en cuanto a su descendencia, y, por fe, contemplaba el cumplimiento de estas promesas, regocijándose en la perspectiva de aquello que aún no podía comprender plenamente: “lo vio y se alegró” (8:56).

Pero, como mínimo, estas palabras significan que Jesús es el objeto y el cumplimiento de las promesas de Dios a Abraham y, por lo tanto le superaba en importancia. Además, si el Verbo eterno (Juan 1:1) había estado siempre con Dios, y era siempre Dios, incluso la contemplación de Dios por la fe por parte de Abraham era ni más ni menos que la contemplación de Aquel que se encarnó como Jesús de Nazaret.

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“Ciertamente os aseguro que” Jesús contesta “antes de que Abraham nacie­ra, ¡yo soy!” – el mismo nombre del Dios de la alianza (Éxodo 3:14). Cuando sus adversarios recogen piedras para matar a Jesús a causa de su segunda afirmación, demuestran la verdad de la primera.

Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.

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