Lector, ¿puedes hallar reposo fuera del arca que es Cristo Jesús? Entonces, ten por seguro que tu religión es vana. ¿Estás satisfecho con algo que no sea un conocimiento consciente de tu unión y participación con Cristo? Entonces, ¡ay de ti!
Si profesas ser cristiano y, no obstante, hallas plena satisfacción en las ocupaciones y los placeres mundanos, tu profesión es falsa. Si tu alma puede estirarse para descansar y hallar que la cama es suficientemente larga y la colcha lo bastante ancha como para cubrirse en los dormitorios del pecado, entonces eres un hipócrita y estás lejos de tener un concepto claro de Cristo o una idea de su valor.
Pero si, por el contrario, sientes que aunque te fuera posible hundirte en el pecado sin ser castigado, eso mismo sería un castigo; y que, si pudieses poseer todo el mundo y permanecer en él para siempre, sería ya una desgracia el no poder salir del mismo porque es a tu Dios —sí, a tu Dios— a quien tu alma ansía, entonces, aliéntate porque eres un hijo de Dios. A pesar de todos tus pecados e imperfecciones, recibe esto para tu aliento: Si tu alma no haya descanso en el pecado, no eres como el pecador. Si aún estás pidiendo algo mejor, recuerda que Cristo no te ha olvidado; pues tú no te has olvidado enteramente de él.
El creyente no puede vivir sin su Señor. Las palabras resultan inadecuadas para expresar el concepto que tiene de él. No somos capaces de vivir sobre las arenas del desierto; necesitamos el maná que cae de lo alto. Nuestros odres de la confianza humana son incapaces de producir siquiera un poco de humedad; pero nosotros bebemos de la roca que nos sigue, y esa roca es Cristo. Cuando te alimentas de él, tu alma canta: «[Él] sacia de bien [mi] boca de modo que [me rejuvenezca] como el águila» (Sal. 103:5). Sin embargo, si no lo tienes a él, ni tu rebosante odre de vino ni tu granero repleto te pueden dar ninguna clase de satisfacción; más bien te lamentarás de ellos con las palabras de la sabiduría: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad».