Un esclavo no tiene libertad: él hace lo que se le ordena. La tragedia de ser esclavo es que su trabajo nunca lo llevará a una situación mejor, su trabajo no puede traerle libertad.
Esta era tu condición ante Dios: tenías una deuda que no podías pagar, no habías cumplido con las exigencias de la ley. De hecho, no podías cumplir con las exigencias de la ley.
Todo esto te puso en la posición de un esclavo, sin poder cambiar tu situación aunque lo intentaras. La buena noticia es que Dios hizo algo para ganar tu libertad. ¿Qué hizo? Dos cosas.
En primer lugar, Dios envió a Su Hijo al mundo. «Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, a fin de que redimiera a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción de hijos» (Gálatas 4:4-5).
En segundo lugar, Dios envió Su Espíritu a nuestros corazones: «porque ustedes son hijos, Dios ha enviado el Espíritu de Su Hijo a nuestros corazones, clamando: "¡Abba! ¡Padre!"» (Gálatas 4:6).
¿Qué sientes al saber que ya no eres esclavo del pecado ni de la ley, sino que eres libre en Cristo por la fe? ¡Agradece hoy por tu libertad!
Fragmento extraído del libro Entendiendo el evangelio: Un devocional de 30 días | Autor: Colin S. Smith. Traducido por Yohanna Silva. Editado por Rodrigo Gómez