Lección 1 - Noción de iglesia - Eclesiología

1. Etimología de la palabra "iglesia".

Cuando una persona pronuncia el vocablo «iglesia», el primer contenido que la Semántica tradicional ofrece al hombre de la calle es el de un edificio cultico (ir a la iglesia); en segundo lugar, viene la acepción equivalente a jerarquía (¿quién manda en la iglesia?); la tercera acepción afecta al aspecto confesional (Iglesia Católica, Anglicana, Luterana, etc.); finalmente, topamos con el único sentido bíblico del término «iglesia»: comunidad de creyentes cristianos.

El término castellano «iglesia» procede, a través del latin «ecclesia», del griego «ekklesia». Cuando se escribió el griego del Nuevo Testamento, este término servía, en lo profano, para designar una asamblea democráticamente convocada. De ahí que Hech. 15:4, 12, 22 nos ofrezcan un paralelo con las asambleas helénicas con su doble elemento: la «bulé», o grupo de dirigentes, y el «demos», o pueblo, que también toma parte en las deliberaciones. En el v. 12 aparece incluso la «multitud» o «pléthos», que habla, discute y comenta.

El vocablo «ekklesía» consta de dos partes: la preposición «ex» = de, que se convierte aquí en «ek» por aglutinación, y la forma nominal «klesia», derivada del verbo «kaló» = Ilamar; o sea, que significa «llamada de». El Nuevo Testamento usa más de cien veces este vocablo «ekklesia». Aunque en el griego del Nuevo Testamento dicho término no implique necesariamente una «segregación» o separación, sin embargo, el concepto cristiano de «iglesia» la exige, como veremos más adelante.

2. El nuevo "qahal".

Es interesante ver el uso del Antiguo Testamento a este respecto. El Señor, cuando fundó Su Iglesia, tenía, sin duda, en Su mente el concepto del «qahal» judío. Ni Mateo ni Lucas inventan el término ni introducen el concepto, sino que ya se encontraba como término técnico en la comunidad cristiana, como reflejo del antiguo «qahal». Por eso los LXX vierten el hebreo «qahal» por «ekklesía», ya que dicho término hebreo designaba «la congregación del pueblo de Israel», y, tras el destierro a Babilonia, parece ser que dicha palabra significaba tanto la comunidad del pueblo de Israel en si misma, como la reunión en asamblea de tal comunidad, aunque esto último era expresado con mayor precisión con el término hebreo «edah», al que corresponde el griego «synagogue». El «qahal» englobaba la asamblea de hombres de Israel, mientras que el "am" era el pueblo en general. La voz «qahal» se deriva de «qo» = voz o grito (así se ve no sólo la semejanza semántica con el término griego «ekklesía», sino también la similaridad fonética). Jer. 44:15 es la única excepción en que asisten mujeres.

Así el «Qehal Yahveh» es el «Pueblo Escogido» de Dios. Esto tiene una gran importancia para nosotros, puesto que el Nuevo Testamento empalma con el judaísmo tardío o «reinterpretado» después de la cautividad. El que hubiese perdido su soberanía política da a este judaísmo unas características peculiares. Tenemos también el caso de los esenios, según nos lo han descubierto los textos de Qunram, los cuales forman su propio «edah», creyéndose el verdadero «qahal», como resto fiel que se retira al desierto y ya no cree en el templo ni en el sacerdocio oficial, creándose su propia jerarquía y su propio sacerdocio.

La diferencia más notable entre el «antes» y el «después de la cautividad de Babilonia está en que antes el «qahal» o «ekklesia» estaba ligado a la tierra repartida a cada tribu, mientras que después la tierra deja de ser un bien salvífico, siendo sustituida por la Ley o «Torah». Si observamos la identificación que el Nuevo Testamento hace entre el Logos (el Verbo Encarnado, Jesucristo) y la Torah, no nos extrañará que el remanente espiritual judío comprendiese y aceptase la nueva etapa centrada en el Cristo muerto y resucitado y entendiese el nuevo «qahal» o «ekklesia» como el conjunto de comunidades o congregaciones locales caracterizadas como «discípulos» o «seguidores de Jesús». No ha de extrañar, pues, que, siendo la Iglesia el nuevo «Israel de Dios», las promesas mesiánicas hechas a Israel se hagan extensivas a la Iglesia, la cual viene así a ser «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1.a Ped. 2:9-10. Cf. Apoc. 1:6). Así, la Iglesia es la continuadora del «remanente» de la nación judía y, por tanto, acreedora al título de «pueblo de los santos del Altísimo» (Dan. 7:13-27. Cf. Rom. 9:8; 11:1-5; Gal. 3:29; 6:16).

3. Diferencias entre el "qahal" judío y la "ekklesia" cristiana.

Sin embargo, hay notables e importantes diferencias importantes diferencias entre el «qahal» judío y la «Iglesia» de Cristo. Diferencias que los grandes Reformadores, especialmente Lutero y Calvino (siguiendo a Agustín), no tuvieron en cuenta. Dice A. Kuen: «El error fatal que más parece haber contribuido al establecimiento de ese sistema político-religioso al que se ha llamado la "Cristiandad" es, sin duda, la confusión entre la Antigua y la Nueva Alianza.» Tres son las diferencias más notables:

3.1. Mientras el "qahal "estaba circunscrito por los limites de la nación de Israel, la Iglesia no conoce fronteras, subsistiendo supranacionalmente en cada localidad. Por eso, al candelabro de los siete brazos (símbolo de un solo pueblo, sobre el que reposaba la promesa mesiánica de los siete espíritus -V. Is. 11:2-3-) suceden en la visión de Juan siete candelabros, entre los que pasea el Señor Jesús, para designar a siete iglesias, excluyendo así la alusión a límites geográficos o jurisdiccionales que encierren la Iglesia y poniendo como centro de unidad la autoridad de «un solo Señor» (Ef. 4:5), Jesucristo, el Soberano, Salvador y Juez único de todas las iglesias (cf. Apoc. 1:12 y siguientes).

3.2. La historia de la salvación recorre en el Nuevo Testamento un camino inverso al del Antiguo Testamento: Dios comienza la historia de la redención escogiéndose una nación: una viña con muchas vides (Is. 5:1-7). Pero, a medida que el Mesías se acerca, se realiza un proceso de concentración: las promesas serán para los hijos de Abraham «según la fe, no según la circuncisión. Esta concentración alcanza su punto límite en Jesucristo: una sola vid con muchos påmpanos (cf. Jn. 15:1 y ss.). Asi que, ahora, ya todos los escogidos lo son «en Cristo».

3.3. Mientras la apelación de la Ley y de los profetas al pueblo de Israel se hace siempre en tono colectivo: «Observaréis... Escucharéis...», el Nuevo Testamento recalca el carácter personal-distributivo de la llamada de Dios a la fe y a la salvación: «Si crees..., sígueme...» El Nuevo Testamento contiene más de 700 expresiones d este carácter personal de la llamada de Dios, en frases como «Cualquiera que..., Todo el que..., Si alguno...», etcétera. Esto tiene una importancia capital para el estudio de la Eclesiología en general y para el tema del Bautismo en particular.

4. Acepciones novotestamentarias del término "iglesia".

El término «ekklesia» iglesia, se usa en el Nuevo Testamento de tres maneras:

4.1. Para significar simplemente una «asamblea» (Hechos 19:32, 39, 41). Así se emplea en muy pocos casos y equivale entonces al término griego «synagogué» (compárese con Mat. 4:23; Hech. 13:43; Apoc. 2:9; 3:9).

4.2. Para designar el conjunto de los redimidos por Cristo (Ef. 5:25-27). La primera de las dos únicas veces que Jesús mencionó la palabra «iglesia» (Mat. 16:18) tomó este término en sentido universal, o sea, «el conjunto de los creyentes de todos los tiempos y lugares a partir de Pentecostés». Otros ejemplos en el Nuevo Testamento son: Hech. 9:4, 31; 1.a Cor. 15:9; Ef. 1:22; 5:23-33; Col. 1:18, 24; Heb. 12:23.

4.3. Para designar una comunidad local o congregación particular de los creyentes o «santos», y éste es el sentido más corriente. La segunda vez que Jesús mencionó el término «iglesia» (Mat. 18:17) lo hizo para referirse a una comunidad local. En esta acepción en que la «iglesia» (con minúscula) se contra distingue como comunidad concreta y visible a la «Iglesia» (con mayúscula), realidad trascendente y misteriosa (aspecto invisible, sólo conocido por Dios), es como la Iglesia toma cuerpo y queda circunscrita en el tiempo y en el espacio, tiene su inauguración, se la puede convocar, se puede uno dirigir a ella, tiene expresión, desarrollo, decadencia, desaparición, etc. De las 108 veces que este término ocurre en el Nuevo Testamento, 90 se refieren a la iglesia local (cf. Hech. 8:1; 13:1; 14:23; 15:41; Rom. 16:5; Col 4:16; 1.a Ped. 5:13, etc.). Tertuliano, de acuerdo con Mat. 18:20, asegura: «Dondequiera que hay dos o tres personas, aunque sean laicos (es decir, no dirigentes de la iglesia), allí hay una iglesia.»

Por tanto, en la mayoría de los casos la palabra «iglesia» significa la congregación local de los santos, organizada conforme al Nuevo Testamento, ya sea grande o pequeña (incluso circunscrita a una casa; cf. 1.a Cor. 16:19; Col. 4:15), y que se reúne periódicamente en un lugar (o en varios, según el número) de la localidad para propósitos religiosos. El Nuevo Testamento, como para evitar que la palabra «iglesia» pudiese ser tomada en el sentido de una organización mundial, nacional, etc., jamás dice, por ejemplo, «la Iglesia de Galacia», sino «las iglesias de Galacia» (en plural), o (en singular) «la iglesia de Dios que está en Corinto» (como para indicar la concreción visible de la Iglesia en una parcela determinada), o (también en singular) «la iglesia de los tesalonicenses» (como para indicar la pertenencia geográfica -local- de los fieles).

5. Noción bíblica de "Iglesia".

De todo lo dicho se desprende que los términos «iglesia de Dios» o «templo de Dios» se aplican en el Nuevo Testamento, tanto a la Iglesia Universal, en sentido de realidad trascendente, como a una iglesia local (cf. 1.a Corintios 3:16; 15:9; 2.a Cor. 6:16; 1.a Tim. 3:5). Esto nos lleva a una observación de primerísima importancia: LAS IGLESIAS LOCALES NO SON PROPIAMENTE PARTES UN TODO SUPERIOR QUE LAS ENGLOBE, SINO CÉLULAS LOCALES COMPLETAS EN LAS QUE LA IGLESIA UNIVERSAL SE CONCRETA Y MANIFIESTA. Es decir, la Iglesia de Dios no está compuesta de comunidades subordinadas, sino de creyentes individuales. Como dice H. Küng, «la iglesia local no puede decirse meramente que pertenece a la Iglesia, sino que es la Iglesia...; no es una pequeña célula de un todo mayor, como si no representara al todo... Es ella la Iglesia real, a la que en su propia situación local se le ha dado y prometido cuanto necesita para la salvación de los hombres en su peculiar situación».

Por ser «iglesia de Dios» (1.a Cor. 1:2; 2." Cor. 1:1; 1.a Tim. 3:15), o «edificio de Dios» (1.a Cor. 3:9), o «iglesia del Señor» (Hech. 20:28) o «de Cristo» (Rom. 16:16), y aun cuando, con referencia a los miembros, pueda adoptar formas como «iglesias de los gentiles» (Rom. 16:4), «iglesias de los santos» (1.a Cor. 14:33), «congregación de los primogénitos» (Heb. 12:23), nunca encontramos en el Nuevo Testamento expresiones como «iglesia paulina» o «petrina», a pesar de que Pablo y Pedro fundasen iglesias; ni tampoco «congregacionalista» o «presbiteriana», por más que dichas formas de gobierno pudieron existir en la primitiva Iglesia. La incongruencia es aún mayor cuando una denominación se llama a sí misma «Iglesia luterana», contra la expresa voluntad de Lutero, quien dejó dicho: «Yo os ruego que dejéis mi nombre y toméis el de cristianos. ¿Quién es Lutero? Mi doctrina no es mía. Yo no he sido crucificado por nadie.»

6. Iglesia y Reino de Dios.

El término «Reino de Dios» («Basileia tú Theu») se encuentra unas 100 veces en el Nuevo Testamento. Si examinamos tal término a la luz del Antiguo Testamento, veremos que tal concepto implica la intervención decisiva y soberana de Dios en la Historia. De ahí que el «Reino de Dios» se acerca con Jesucristo (cf. Mat. 3:2; 4:17; 12:28; Marc. 1:15; Jn. 16:11), porque Jesús ha comenzado a vencer el pecado, la enfermedad y la muerte, intimamente ligados entre sí y con la derrota original, que puso al género humano bajo la esclavitud de Satanás. Así se percibe la analogía que hay entre «entrar en el Reino de Dios» y «entrar en, o adquirir, la vida eterna» (cf. Mat. 18:3; 19:17; Marc. 9:43; 10:17; Luc. 18:17-18, 29-30). Ambos (el Reino y la vida eterna) se han acercado, están ya entre nosotros, al alcance de la mano (compárese Luc. 17:21 con 1 Jn. 3:14), para ser introducidos silenciosamente, por la fe, en nuestras almas, hasta prolongarse y perfeccionarse definitivamente en la era escatológica (comp. Mat. 25:34 con Marc. 10:30).

El Reino de Dios es «de arriba» y «para arriba». También la Iglesia, como don de Dios, es de arriba y para arriba (Apoc. 21:1 y ss.). «Iglesia» y «Reino de Dios», sin embargo, no son sinónimos: La Iglesia, como «segregada» del mundo, surge de abajo, mientras que el Reino de Dios irrumpe desde arriba, no precisamente como un territorio donde Dios vaya a ejercer Su realeza, sino más bien como un ámbito vital en que Dios va a ejercitar Su soberana, poderosa, libre y graciosa iniciativa de salvación de los pecadores, aunque ello comporta también una exigencia de decisión radical por parte del hombre. Podríamos decir que la Iglesia es el sector en que se encuentran dos círculos tangenciales que mutuamente se invaden: del circulo inferior, que es el mundo o cosmos sujeto a condenación, puesto bajo el Maligno (1 Jn. 5:19), va emergiendo, por el don de la fe, el pueblo de Dios o «Iglesia», en la misma medida en que, por la gracia de Dios, irrumpe en el cosmos el círculo superior, o Reino de Dios; cuando el número de los elegidos se haya completado, la Iglesia habrá llegado al «éschaton» o meta final de la vida eterna.

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