Lección 3 - Concepto de iglesia: lo que es la iglesia - Eclesiología

1. La Iglesia es un grupo de PERSONAS.

Ya hemos visto que la Iglesia no es ni un edificio, ni una confesión de fe, ni una denominación; ¿qué es, pues? Sencillamente: una congregación de personas. «¿No es eso lo que encontramos en el libro de Hechos de los Apóstoles?», pregunta el Dr. Lloyd- Jones. Y continúa: «Una congregación de personas: 120 en el Aposento Alto; 3.000 añadidas a ellas; otras 2.000 añadidas a éstas; y así sucesivamente.»" Y más adelante: «Eso fue lo que atrajo a la multitud el día de Pentecostés. Allí había un cierto número de personas reunidas; tal era el fenómeno: personas. No declaraciones sobre un papel, sino personas.»

Pero ¿qué tiene de peculiar ese grupo de personas que llamamos «iglesia»? En el mundo hay muchas sociedades, muchas asambleas, muchos grupos de personas, pero ¿qué es lo que distingue a esos grupos de personas y a esas asambleas que llamamos «iglesias», de los demás grupos, sociedades y asambleas? La respuesta es que aquí se trata de algo peculiar, diferente, único en el mundo: la iglesia es un grupo de personas que han sido segregadas del mundo (Hech. 2:40).

En efecto, el término «ekklesía», como ya advertimos en la primera lección, comporta un Ilamamiento a salir de». El mismo Señor habló de llamar a Sus ovejas por Su nombre para que vengan a formar un solo rebaño bajo Su único pastorado (Jn. 10:16). Como sinónimo de rebaño tenemos en castellano la palabra grey. Así vemos que la formación de la iglesia comienza con un llamamiento de Dios (cf. Rom. 8:30; 2.a Tes. 2:14). Dios, Cristo, el Espíritu, siguen llamando a las iglesias (cf. Apoc. caps. 2 y 3). Este llamamiento tiene como consecuencia una «segregación», término que significa «separación de ovejas» (V. Hech. 26:18; 2.a Cor. 6:17; Gal. 1:4; 1.a Ped. 2:9). Esto nos recuerda de dónde hemos salido (2.a Ped. 1:4: «... de la corrupción que hay en el mundo»). Por eso, como el mismo apóstol intima, hemos de sentirnos en el mundo como «extranjeros y peregrinos» (1.a Ped. 2:11); es decir, como «gente que pasa de largo junto a los poblados» («paroikus» -de donde se deriva «parroquia») y «que no pertenece al país por donde pasa» («parepidémus»).

Pero este «salir de tiene como término un «entrar en». Por eso, después de la segregación viene automáticamente la «congregación», es decir, la «reunión de ovejas», como el término indica (V. Jn. 11:52; Hech, 12:12: 1.a Corintios 14:26: Ef. 1:10; Heb. 10:33). Al ser extranjeros y peregrinos en este mundo, hemos adquirido una nueva ciudadanía en los Cielos (Filip. 3:20).

Este profundo cambio se lleva a cabo por lo que el Nuevo Testamento presenta como un nuevo nacimiento» o «nacimiento de arriba por la acción regeneradora del Espíritu y la fuerza purificadora de la Palabra de Dios (Juan 3:3, 5; 15:3; Ef. 5:26; Sant. 1:18; 1.a Ped. 1:23). Se nace de Dios por el Espíritu, participando así de la naturaleza divina (Jn. 1:12-13; 3:5-8; Rom. 8:14-21; Gal. 3:26; 4:5-7; Ef. 1:5; 5:1; Filip. 2:15; Heb. 12:6-7; 1. Juan 3:1, 9; 4:7; 5:1, 4, 18). Este nacimiento es de nuestra parte como una «nueva creación», sea, un «salir de la nada, pues nada hay en nosotros que pueda aportar fuerza, mérito ni disposición en este plano espiritual (Gal. 6:15; Ef. 2:10). Así somos trasladados de la muerte a la vida; de las tinieblas, a la luz; de la corrupción moral, a la santidad del hombre nuevo (Rom. 13:12; Ef. 2:1-6; 5:8; Col. 1:13; 1.a Tes. 5:5; 1.a Ped. 2:9-10; 2.a Ped. 1:4-5; 1. Juan 1:7; 3:2-3).

2. Estas personas son añadidas POR DIOS a la Iglesia.

Si la Iglesia es un grupo de personas que han sido llamadas por Dios y que han experimentado un «nuevo nacimiento por obra del Espíritu, es obvio que dichas personas son hechas «cristianas y añadidas a la Iglesia por Dios (Hech. 2:41, 47), no por su esfuerzo, mérito o decisión natural, ni por la mediación sacramental de una casta sacerdotal.

Como muy bien recalca el Dr. Lloyd-Jones, el Libro de Hechos 2 nos aclara que la Iglesia no es un lugar para buscar la verdad, ni un foro de discusiones, ni un medio de diálogo para llegar a un acuerdo, sino que los creyentes son añadidos a la iglesia precisamente cuando la discusión ha terminado y la experiencia espiritual ha tenido lugar, de la misma manera que las piedras con que se construyó el Templo fueron sacadas de la cantera y talladas a cincel antes de ser colocadas en silencio para formar el edificio.

¿Cómo se produce esa experiencia que da lugar a la formación de la iglesia? Leamos ¿Cómo una vez más el cap. 2 de Hechos, que por sí solo vale por un texto de Eclesiologia. Allí vemos lo siguiente: a) Unos testigos de Cristo (los apóstoles), llenos del poder del Espíritu (Hech. 1:8; 2:4), comienzan a predicar en lengua que todos entienden, por donde Pentecostés resulta el reverso de Babel; b) tomando la palabra en nombre de todos, Pedro pronuncia su primer sermón: escritural, incisivo, valiente, cristocéntrico, con peroración sobria y contundente (v. 36). Buen modelo de sermón evangelístico; c) la reacción provocada por el Espíritu, mediante la instrumentalidad de la predicación, en los corazones de los que habían de ser salvos» (v. 47), origina el fenómeno espiritual que Ilamamos «conversión» una vuelta de 180 grados-, siguiendo el itinerario marcado por Dios: 1) reciben ļa Palabra (vv. 37, 41); 2) son convictos de pecado y claman por su salvación (v. 37); 3) se arrepienten (metanoesate v. 38, término que significa un «cambio de mentalidad cf. 1.a Tes. 1:9: «os convertisteis a Dios de los ídolos»-); 4) se bautizan (versículos 38, 41), profesando así simbólicamente que han muerto con Cristo al hombre viejo y que han resucitado con Cristo a una nueva vida (Rom. 6:1-14).

3. Estas personas viven su nueva vida comunitariamente.

Como pámpanos de una misma cepa, como piedras vivas de un mismo edificio, como miembros de un mismo cuerpo, los cristianos han de vivir comunitariamente su nueva vida, para poder formar realmente una iglesia. Ya Jesús había dicho: «Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos (Mat. 18:20). Y Lucas nos refiere: «Todos los que habían creído estaban juntos» (Hech. 2:44); «comían juntos con alegría» (Hechos 2:46); «la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma» (Hech, 4:32).

Esta unidad viva de todos los creyentes, por Cristo y en Cristo, es tema predilecto del apóstol Pablo (V. Rom. 12:5; 1.a Cor. 1:10; 12: 12-27; Gal. 3:28; Ef. 4:3-16; Col. 2:2, 19). Jesús había rogado al Padre por esta unidad (Jn. 17:11, 21, 23). Es una unidad ya realizada en el momento de nuestra regeneración espiritual (1.a Cor. 12:13), al haber recibido todos a un mismo Cristo, Señor y Salvador nuestro (Gal. 3:28), pero esta unidad debe ser guardada (Ef. 4:3), mutuamente enriquecida (Ef. 4:16) y perfeccionada (Ef. 4:12-13).

4. Con un programa bien definido.

¿Y qué hacían juntos aquellos primeros cristianos? Hechos 2:42-47 nos ofrece escuetamente todo el rico programa de vida cristiana comunitaria de la primitiva Iglesia, el cual debe servirnos constantemente de modelo:

4.1. «Perseveraban...» La primera característica es la asiduidad con que se reunían para participar en esta vida comunitaria, en culto y testimonio conjuntos y con mutua edificación (Hech. 2:42, 44, 46, 4:23-31; 5:12). Algunos años más tarde ya se daba el ahora tan frecuente y lastimoso caso de quienes tenían por costumbre dejar de asistir a las reuniones (Heb. 10:25).

4.2. «... en la doctrina de los apóstoles», es decir, en la asistencia a las instrucciones que los apóstoles impartían. Vemos aquí que la doctrina va por delante de todo lo demás. Y es que sólo cuando se coincide en una misma «fe» objetiva se puede tener auténtica comunión. Pretender una mutua comunión antes de ponerse de acuerdo en lo fundamental del Evangelio es un absurdo (Amos 3:3).

4.3. «... en la comunión unos con otros, o sea, en la intercomunicación de bienes, tanto espirituales como materiales (que a todo ello debe alcanzar la «koinonía» cf. 1" Jn. 3:17), como miembros de un cuerpo (V. Hechos 2:44; 4:32; Rom. 15:26; 2 a Cor. 8:4; 9:13; Heb. 13:16).

4.4. ... en el partimiento del pan, comiendo juntos y celebrando la Cena del Señor (Hech. 2:46; 1.a Cor. 11:20-34), como el mismo Jesús había hecho al instituirla («haced esto...») en la víspera de Su Pasión y Muerte. Esta Cena era un sello más de amistad fraterna y expresión comunitaria (V. 1.a Cor. 10:17), a la vez que una proclamación de la muerte del Señor hasta que vuelva.

4.5. «...y en las oraciones». El carácter devocional, cultual, de estas asambleas exigía la práctica de la oración. La Iglesia primitiva era una iglesia orante y ello daba la medida. de su potencia y de su testimonio (V. Hechos 4:31).

4.6. ... con alegría y sencillez de corazón (v. 46). Como hace notar el Dr. Lloyd-Jones, eran gente feliz y manifestaban un gozo radiante, del que nuestras iglesias carecen a menudo, dando ante el mundo la impresión de unos tipos raros que se sienten miserables frente a la gente que pretende disfrutar de la vida al margen del Evangelio.

4.7. «... alabando a Dios» (y. 47). Ensalzando a Dios por Su santidad infinita, por su bondad inefable, por haberles entregado a Su Hijo Unigénito en propiciación por sus pecados (1. Jn. 2:2), por haberles rescatado de la condenación, por haberles hecho hijos Suyos, por lo que eran y por lo que les quedaba por ser (1. In, 3:2).

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