Jesucristo, verdadero Hombre (1) | Lección 9 | Cristología

Jesucristo, verdadero Hombre - Cristología

1. Centrando el tema.

Al tratar de las herejías sobre la persona de Jesucristo ya vimos quiénes negaban, o menoscababan, la realidad, la integridad o la correcta unión de las dos naturalezas de Cristo en su única persona. Recordemos, con la declaración de Calcedonia, que en la única persona del Hijo de Dios subsisten dos naturalezas: la divina, por la que Jesucristo es igual al Padre y al Espíritu Santo, aunque se despojase de la gloria correspondiente al tomar «la forma de siervo»; y la humana, por la que es totalmente igual a nosotros, incluidas nuestras debilidades naturales, excepto el pecado.

Hoy, en consonancia con el humanismo y el modernismo de moda, se tiende a ver en Jesucristo preferentemente, o quizá sólo, al hombre, como reacción contra un Cristo «Pantocrátor» (sí, lo es) que antes, especialmente en la Iglesia de Roma, aparecía demasiado lejano. La Biblia nos ofrece la figura de Jesús en perfecto equilibrio dogmático y, al presentarnos a Jesucristo como verdadero Dios, también nos lo presenta como verdadero hombre, como vamos a ver en esta lección y en la siguiente.

2. Jesús es llamado "hombre".

Lo primero que encontramos al abrir el Evangelio según S. Mateo, es decir, al comienzo mismo del Nuevo Testamento, es el árbol genealógico de Jesús como israelita descendiente del «padre de los creyentes», Abraham (Mt. 1:1-17). Lucas, el Evangelista del Salvador, introduce una genealogía distinta que, empalmando con el mismo Adán, enraíza a Jesús en nuestra raza humana (V. Heb. 2:11, 14, 17).

Entre los textos sagrados que mencionan en Jesús su cualidad de hombre, tenemos ML. 4:4; 11:19; Jn. 1:14; 8:40: «procuráis matarme a mí, HOMBRE que os he hablado la verdad»; Hech. 2:22: «varón aprobado por Dios»; Rom. 5:15: «por la gracia de un HOMBRE, Jesucristo»; 1 Cor. 15:21; 1 Tim. 2:5: «un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo HOMBRE»; 3:16; 1 Jn. 4:2.

3. Jesús poseyó una verdadera humanidad.

En efecto, vemos que en Jesucristo había:

3.1 Los elementos integrantes de una naturaleza humana:

3.1.1 Un cuerpo humano. V. Mt. 26:26, 28; Mc. 14:8; 1 Tim. 3:16 (comp. con Jn. 1:14; 1 Jn. 4:2); Heb. 2:14; 1 Jn. 1:1. Este cuerpo es una realidad manifiesta, incluso después de la Resurrección, como puede verse por Mt. 28:9; Lc. 24:39-40: "un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo"; Jn. 20:17, 27.

3.1.2 Un alma humana: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte» (Mt. 26:38; Mc. 14:34).

3.1.3 Un espíritu humano: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" Lucas 23:46. "Se estremeció en espíritu" Juan 11:33. "Y, habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu" Juan 19:30.

3.2 Actividades realmente humanas, ya que Jesucristo:

3.2.1 Padeció hambre (Mt. 4:2), sed (Jn. 19:28), cansancio (Jn. 4:6), sueño (Mt. 8:24), miedo (Mt. 26:37), tristeza (Mt. 26:38), llanto (Jn. 11:35, comp. con Lc. 19:41), sufrimientos físicos y morales (Mt. 27:46; Lc, 22:44; Heb. 2:16; 5:7), muerte cruenta (Jn. 19:30; Hch. 3:15: 5:30)

3.2.2 Tuvo emociones: amor (Jn. 11:5, comp. con Mc. 10:21), amistad (Jn. 11:3), ira santa (Jn. 2:15), compasión entrañable (Mt. 9:36), enojo, mezclado con tristeza (Me. 3:5), sorpresa (Le. 7:9).

3.2.3 Estuvo sujeto a las leyes del crecimiento (Lc. 2:52), de la obediencia (Lc. 2:51), de la limitación (Mc 6:5; 13:32), de la tentación (Mt. 4:lss.; Mc. 1:13; Lc. 4:2ss.; Heb. 4:15), aunque sin pecado ni «quinta columna». Hubo que enseñarle a hablar, a andar, a leer y a escribir; preguntaba para saber y se asombraba de lo que no sospechaba, pues en cuanto hombre no lo sabía todo (Le. 9:18; Jn. 4:52; 11:34; Mt. 8:10; Lc. 7:9).

3.3 Una naturaleza perfecta, modelo del ideal humano.

Su perfección humana resalta cuando se compara Sal. 8:4-8 con Heb. 2:6-10. También se ve en 1 Cor. 15:45, 49; 2 Cor. 3:18 (comp. con Rom. 8:29; 1 Jn. 3:2-3); Flp. 3:21; Col. 1: 18; 1 Ped. 2:21, como modelo cuyas huellas debemos seguir.

Hay quienes ven en la frase de Pilato: «He aquí el hombre» (Jn. 19:5) la expresión de la ejemplaridad de Cristo, como si el gobernador romano hubiese dado testimonio de que Cristo era el hombre por excelencia. El sentido verdadero es el siguiente: ¿Qué os parece? ¿No ha sufrido ya bastante este hombre inocente?

En cuanto a su atractivo físico, hubo una época en la Historia de la Iglesia (siglos II y ss.) en que algunos escritores eclesiásticos enemigos a ultranza de la cultura griega, como Tertuliano, opinaron que Jesús no había poseído belleza física. Incluso apelaban a Is. 53:2: "No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos". El contexto dice bien a las claras que se trata del rostro de Jesús, desfigurado por los tormentos de la Pasión (V. vers. 3-5). Su hermosura es profetizada en el Sal. 45:2: "Eres el más hermoso de los hijos de los hombres".

A él se aplican con razón las alabanzas de la esposa en Cant. 5:10ss.: "Mi amado es blanco y sonrosado, señalado entre diez mil..., todo el codiciable". Por la atracción que ejercía sobre sus discípulos y sobre tal brillo en su mirada, un tono tan dulce y firme en su voz y una majestad tan grande en su rostro, en su andar y en todo su gesto, que bien podemos suponer su perfecta belleza, teniendo también en cuenta que su cuerpo había sido formado por el Espíritu Santo del vientre de una virtuosa doncella hebrea, raza que siempre ha dado bellísimas mujeres. No olvidemos el encanto que la virtud añade al atractivo físico.

Ya que los Evangelios no nos ofrecen ningún retrato físico de Jesús, los evangélicos nos resistimos a plasmar en cuadros o imágenes su figura; en parte, por respeto a su persona divina; en parte también, por el peligro de venerar cuadros e imágenes, con el probado riesgo de fetichismo. Sin embargo, es preciso poner espiritualmente los ojos en él, para ir transformándonos en su gloriosa imagen (2 Cor. 3:18; Heb. 12:2; 1 Jn. 3:2).

Otro aspecto que prueba su perfecta humanidad es que poseía un libre albedrío, con su consiguiente juego de valores y motivaciones psicológicas. Alguien ha llegado a negar que se pueda hablar de «psicología de Jesús», con lo que se pondría en tela de juicio la declaración de Calcedonia y, más aún, la del Concilio III de Constantinopla acerca de la espontaneidad de la voluntad humana de Jesucristo.

Juan 10:18, con el contexto del verso anterior, nos muestra la plena libertad de Cristo. Para demostrar que en el ejercicio de su libre albedrío entraba en juego el peso de los valores distintos, en orden a una correcta y eficaz motivación, nos basta con Is. 53:11: «Vera el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho»; Lc. 22:43: «Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle»; y Heb. 12:2: «el cual (Jesús) POR EL GOZO PUESTO DELANTE DE ÉL sufrió la cruz, menospreciando el oprobio." Todos estos textos demuestran que Jesús necesitaba, como todo ser humano, un valor satisfactorio (una redención gloriosa) que compensase el desgaste enorme de energía psíquico física que suponían los sufrimientos que había de arrostrar. También lo demuestra el "por lo cual..." de Fil 2:9, tras su contexto de versos 6-8.


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