EL FUNDADOR Y FUNDAMENTO DE LA IGLESIA

1. El fundador de la Iglesia.

1.1. La Iglesia es una sociedad de fundación divina.

La gran mayoría de las organizaciones que existen en el mundo, incluyendo muchas sociedades religiosas, deben su origen a personas humanas, pero la Iglesia ha sido fundada por Dios mismo. La palabra «iglesia» indica ya un llamamiento por parte de Dios para salir de la perversidad del mundo. Esta fundación de la Iglesia se remonta, en los designios divinos, a la misma eternidad, ya que Ef. 1:4-5 nos asegura que Dios nos escogió «antes de la fundación del mundo»; y no precisamente como se escoge a individuos aislados, sino como «miembros de la familia de Dios» (Ef. 2:19).

La Iglesia, como ya dijimos en la lección 3, implica una segregación, la cual se apunta ya en Génesis 3:15, donde Dios pone enemistades entre lo diabólico y lo divino, marcando así la frontera entre el mundo y la iglesia. Siglos después, cuando la corrupción humana ha difuminado esa frontera, Dios envía el Diluvio y se reserva un remanente en Noé y los suyos (Gen. caps. 6 y 7). Más tarde hace lo mismo con Abraham (Gen. 17). Después con Jacob (Gen. 28:10-22). Finalmente, la Trinidad toda interviene explicitamente en la fundación de la Iglesia de Cristo.

1.2. El Padre elige y llama.

Yahveh (Dios-Padre), para quien Israel era «Su Elegido» (Is. 45:4), elige, sella y envía a Su Hijo Jesucristo (Jn. 3:16; 6:27; 10:36) y, en Él, elige, sella y llama a Sus escogidos (Ef. 1:3-6, 13; 1.a Ped. 1:2) para formar la Iglesia. Esto lo hace por amor, «según el puro afecto de Su voluntad» (Ef. 1:5), a Sus predestinados, es decir, «a los que conforme a Su propósito son llamados...» (Rom. 8:28-30). Por eso, la Iglesia es «linaje escogido..., pueblo adquirido por Dios» (1.a Ped. 2:9).

1.3. El Hijo redime.

El Hijo de Dios, ya Encañrnado, redime, es decir, compra la Iglesia, rescatándola de la esclavitud del pecado y del demonio, al precio de Su propia sangre (Jn. 10:11; Hech. 20:28; Rom. 5:8-10; Gal. 2:20; Col. 1:13-14).

Siendo el único Mediador entre Dios y los hombres» (1.a Tim. 2:5), Cristo es el puente tendido por Dios para nuestra salvación (Jn. 3:16). El hace de puente, o sea, es nuestro «Pontífice» o «Sumo Sacerdote» (Heb. 4:15), único capaz de tornar a Dios propicio para nosotros (Heb. 7:26-27; 9:11-15; 10:12-21; 1 Jn. 2:2). Sólo por Él se va al Padre (Jn. 14:6). Él es la puerta» (Jn. 10:7-9). Cristo es siempre la única puerta que permite a los pastores el acceso a Cristo y a las ovejas, y la única puerta que permite a las ovejas el acceso al Padre y a los bienes salvíficos. Cristo es la puerta de cada persona salva y de la misma Iglesia, pues es por fe en El («recibieron la palabra» -Hechos 2:41-), y por la expresión simbólica de dicha fe por el Bautismo, como el Espíritu añade cada día a la Iglesia a los que son salvos.

Triste cosa es que algunas iglesias lleguen a tal estado de postración (por negligencia o autosuficiencia cf. Apoc. 3:14-19-) que el propio Señor de la Iglesia, que es también su Puerta, se quede fuera «a la puerta» (Apoc. 3:20), ignorado, desdeñado o desobedecido Es una equivocación el presentar Apoc. 3:20 como una intimación a los inconversos, según se hace en algunas campañas evangelísticas, con lo que se insinúa el error arminiano de que es el hombre quien abre la puerta al Jesucristo.

Por tanto, la Iglesia no es la puerta. Si mantenemos el concepto bíblico de «iglesia» como congregación de los creyentes, es evidente que tal iglesia no puede ser la puerta del redil, por ser ella misma el rebaño de los congregados. Es un concepto introducido por la Iglesia de Roma el que una estructura jerárquica sea la puerta de la salvación, mediante el poder sacramental. Dice Móhler: «Primero es la iglesia visible; después la invisible; la primera engendra a la segunda» (¿la organización madre del organismo?). Pero Hech. 2:47 nos dice que es el Señor, no la jerarquía de una iglesia, quien añade a esa misma Iglesia a los salvos.

1.4. Espíritu regenera.

El Espiritu Santo infunde la vida, el movimiento y la unidad en la Iglesia. Él, por medio del «nuevo nacimiento», nos da la vida espiritual en Cristo (Jn. 3:3, 5-8; Ef. 2:1); con la vida, la atracción en Cristo al Padre (Jn. 6:44); con la atracción, la fe (Ef. 2:8; Filip. 1:29); con la fe, el conocimiento de las cosas espirituales (1.a Cor. 2:10-14; 12:3). Fue el Espiritu quien con su operación sobre los reunidos en el Aposento Alto (Hech. 2:33), y sobre los corazones de quienes oían a los apóstoles (Hech. 2:38; 16:14), añadía a la Iglesia a los creyentes (Hech. 2:41, 47). El preserva la unidad de la Iglesia y reparte los varios dones (1.a Corintios 12:4; Ef. 4:34, 7).

Estas realidades grandiosas nos deben llenar de asombro, de gratitud, de adoración, de afán de servicio y de celo misionero. ¿Cómo puede permanecer frío e inactivo quien se percata de haber sido objeto de tan gran amor por parte de Dios Padre, de tan gran sacrificio por parte de Dios Hijo y de tan exquisito cuidado por parte de Dios Espíritu Santo? ¡Hemos de considerarnos siempre como perdonados para perdonar y servir, como salvos para ser santos! (cf. Ef. 1:4).

1.5. Diferencias entre la fundación de la Iglesia y la de otras sociedades.

La Iglesia no es la única sociedad fundada por Dios. Dios fundó también la familia (Gen. 2:18-24) y el Estado (Rom. 13:1). Pero hay notables diferencias entre estas dos últimas sociedades y la Iglesia:

A) Sólo al hablar de la fundación de la Iglesia usó Cristo el posesivo «mi» (Mat. 16:18). Y con razón, porque Cristo es el Salvador, y la Iglesia consta de salvos, lo cual no ocurre con la familia ni con el Estado. En otras palabras, la Iglesia pertenece a la esfera de lo sobrenatural, siendo la comunidad de los que han nacido de arriba; por tanto, los no regenerados no son de la Iglesia (1. Jn. 2:19), mientras que la familia y el Estado pertenecen a la esfera de lo natural y, por ello, son sociedades abiertas a todos, aunque los cristianos son exhortados en el Nuevo Testamento a formar familias cristianas y a ser los mejores ciudadanos.

B) La familia y el Estado son sociedades a las que se pertenece por necesidad. Uno se hace miembro de una familia humana por nacimiento, hereditariamente. De la misma manera, uno nace en un territorio definido y se convierte en miembro de un Estado antes de quererlo libremente. Por el contrario, la pertenencia a la Iglesia es voluntaria, puesto que la membresia respecto de la iglesia es consecuencia de la regeneración espiritual, la cual no se opera por herencia ni por un certificado de nacimiento, sino por la recepción interior, consciente y voluntaria, de Cristo y de Su Evangelio, aunque dicha recepción sea efecto de la operación libre y eficaz del Espíritu Santo. El que la fe sea un don de Dios no es obstáculo para que sea también un acto consciente y voluntario del hombre.

C) Hay también razones internas esenciales para convencernos de que la Iglesia es una sociedad de fundación específicamente divina: a) la Iglesia, como congregación de cristianos, es una sociedad religiosa, es decir, un conjunto religado a Dios. Ahora bien, sólo Dios puede tomar la iniciativa de vincular consigo al hombre en la esfera espiritual, de la que Dios tiene la exclusiva, b) La iglesia local es la concreción espacio-temporal del Cuerpo de Cristo; por tanto, todo su ser y todo su haber le vienen de su Cabeza que es Cristo, c) La Iglesia es llamada «Iglesia de Cristo», «Iglesia de Dios» (Mat. 16:18; 18:17-20; Hechos 20:28; Rom. 16:16; 1.a Cor. 1:2; 10:32; 11:22; 2.a Corintios 1:1; Gal. 1:13; 1.a Tim. 3:5, 15), porque Dios es su Fundador, su Soberano, su Salvador y su Juez.

2. El fundamento de la Iglesia.

2.1. Cristo es la piedra angular de la Iglesia.

Como muy bien ha dicho Griffith Thomas, «el cristianismo es la única religión en el mundo que se apoya en la Persona de su Fundador». «No hay otro nombre [es decir, otra persona] bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos», afirma Pedro (Hech. 4:12). Y el apóstol Juan pone como test de la ortodoxia esta misma confesión: «Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios» (1. Jn. 4:2), lo cual adquiere su pleno sentido si se contrasta con 1.a Tim. 3:16: «Dios fue manifestado en carne» (cf. Jn. 1:14). No es extraño que Jesús exigiera esta misma confesión para reconocer el verdadero discipulado: «Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?» (Mat. 16:15; c/. Marc. 8:29; Luc. 9:20; Jn. 6:69).

El apóstol Pablo dice que «nadie puede poner otro fundamento («themélion») que el que está puesto, el cual es Jesucristo» (1.a Cor. 3:11); toda edificación doctrinal de la Iglesia ha de hacerse sobre este fundamento. El término «themélios» lo aplican Pablo (Ef. 2:20) y Juan (Apoc. 21:14) a los apóstoles, es decir, a los «Doce», como testigos insustituibles del Cristo muerto y resucitado (c/. Hech. 1:21-22). Sobre este fundamento de los apóstoles, o sea, de su mensaje sobre Cristo, se levanta todo el edificio de «piedras vivas» que es la Iglesia (1.a Ped. 2:5). Esta misma iglesia, como comunidad es llamada columna (stylos) de la verdad», por su encargo de «mantener en alto la verdad, pero también a cada creyente («al que venciere») se aplica este epiteto en Apoc. 3:12.

Sin embargo, sólo a Jesucristo aplica el griego del Nuevo Testamento el término «akrogoniaios» (piedra angular, o «piedra principal del ángulo» -Hech. 4:11; Ef. 2:20; 1.a Ped. 2:6-). Los apóstoles tomaron este epíteto del hebreo «eben hapinnah» o «eben bojan pinnat» (cf. Isaías 28:16). En hebreo, el término significa «una piedra bien probada, costosa y segura como fundamento», pero el término griego con que fue vertido a los LXX y, a través de los LXX, al Nuevo Testamento, significa, como ha demostrado F. Rienecker, «una piedra que, al mismo tiempo, sostiene el edificio, está en el ángulo, como para marcar la rectitud de la pared que se levanta, y le sirve de cima o cúpula» («ákros»).

Con esto ya tenemos desbrozado el camino para analizar el gran texto de controversia entre católico-romanos y evangélicos que es Mat. 16:18.

2.2. Interpretación católico-romana de Mateo 16:18.

La primera vez que la palabra «iglesia» aparece en el Nuevo Testamento es en Mat. 16:18: «sobre esta piedra edificaré MI IGLESIA». Advirtamos de antemano: 1) que Cristo habla en futuro: «edificaré»; 2) que habla de la Iglesia como algo «Suyo». ¿En qué estriba la relevante y peculiar importancia de este texto? En primer lugar, en el número y calidad de enseñanzas que de él se desprenden. Cinco cosas hay en él, según el obispo anglicano J. C. Ryle, que merecen especial atención: en él se nos habla del edificio de la Iglesia, de su Constructor, de su Fundamento, de los peligros que la acechan y de la seguridad de su supervivencia. En segundo lugar, aunque no menos importante, en las consecuencias dogmáticas que la Iglesia de Roma ha pretendido deducir de él; consecuencias que constituyen toda la clave dogmática del sistema católico-romano. Veamos cómo desarrolla la Teología Romana su argumento a base de Mat. 16:18:

«Cristo hizo a Pedro el fundamento de Su Iglesia, esto es, el garante de su unidad y de su fortaleza inconmovible, y prometió a Su iglesia una duración perenne (Mat. 16:18). Ahora bien, la unidad y la solidez de la iglesia no son posibles sin la recta Fe. Por tanto, Pedro es también el supremo maestro de la Fe. Como tal, debe ser infalible en la promulgación oficial de la Fe, tanto en su propia persona como en la de sus sucesores, puesto que, por voluntad de Cristo, la Iglesia ha de continuar hasta el fin de los tiempos. Igualmente, Cristo invistió a Pedro (y a sus sucesores) del supremo poder de atar y desatar. Así como en la expresión rabínica "atar y desatar" se comprende también la declaración auténtica de la ley, así también se contiene aquí el poder de declarar auténticamente la ley del Nuevo Pacto, el Evangelio. Dios en el Cielo confirmará el juicio del Papa. Esto supone que, en su capacidad de supremo Doctor de la Fe, está preservado del error».

Por tanto, la Teología de Roma lee así este pasaje: «Tú eres KEFA (piedra) y sobre este KEFA (que eres tú) edificaré Mi Iglesia.» La referida interpretación de la Teología Romana tiene carácter de «dogma» y, por tanto, es irreformable (por lo que ha sido refrendada por el Vaticano II, con lo que no cabe debate ecuménico sobre tal tema). Las consecuencias doctrinales son las siguientes:

2.2.1. El Papa es, como Cabeza y Fundamento visible de toda la Iglesia, el principio y raíz de la unidad de la Iglesia: el Vicario de Cristo en la Tierra.

2.2.2. El Papa tiene sobre la Iglesia un poder de jurisdicción (verdadera autoridad o ius) universal (sobre toda la Iglesia que se llame «cristiana»), supremo (inapelable) e inmediato (directo sobre cada uno de los pastores, fieles e iglesias). Como definió Bonifacio VIII: «toda creatura humana está sometida al Romano Pontífice, como algo necesario para su salvación». Vemos, pues, que la definición de Bonifacio VIII es más inclusiva que la del Vaticano I. Las razones por las que se pretende que el Papa posee esta jurisdicción universal son las siguientes: a) los bautizados le están sometidos porque según Roma- el Bautismo es la puerta de la Iglesia Universal (no se olvide que, para Roma, la única iglesia verdadera es la suya); b) los no bautizados le están sometidos en el ámbito religioso-moral, ya que se pretende que el Papa, como representante supremo de Dios en la Tierra, tiene el supremo y universal poder en la esfera ético-religiosa.

2.2.3. El Papa, ya solo, ya con el Colegio de abispos (pero no el Colegio de obispos sin él), es el único intérprete infalible de la Escritura y de la Tradición. Así que, cuando ejerce esta función ex cáthedra, o sea, en calidad de Maestro Universal de la Cristiandad, todo el mundo debe aceptar su interpretación, o pena de eterna condenación.

2.2.4. Hay, pues, en todo esto algo de suprema importancia que nosotros, guiados por la Palabra de Dios, estimamos como antibíblico: los carismas de enseñanza y de gobierno quedan institucionalizados en una persona y juridicamente garantizados por el mismo Dios (de derecho divino asistencia del Espiritu Santo), a pesar de que esta persona puede carecer del Espíritu Santo, por no poseer un corazón converso o regenerado (como los mismos católicos lo admiten de algunos papas), y carecer también de la capacidad para interpretar correctamente la Escritura (como lo muestra notoriamente la misma Bula de Bonifacio VIII, entre otros documentos).

2.3. Correcta interpretación de Mateo 16:18-19. 

Resumiremos la interpretación que creemos más ajustada a la Palabra de Dios. Después de preguntar a sus discípulos qué opinaban las gentes de Él y escuchar los falsos rumores acerca de Su Persona, Jesús se encara con los apóstoles y les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy YO?» (v. 15). Tomando la palabra en nombre de todos, responde Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.» Esta confesión expresa el meollo de la fe cristiana; más aún, es el centro de la fe salvífica (cf. Jn. 20:31; Rom. 10:10). Pedro confiesa que Jesús, el hombre que está delante de él, es el «Cristo», el «Ungido» de Dios y enviado a este mundo, o sea, el verdadero «Mesías»; más aún, el Hijo Predilecto, Unigénito, de Dios vivo, en contraste con los dioses falsos, muertos -inertes y vacíos de poder salvador. Esta confesión de Pedro es la piedra fundamental del cristianismo (cf. 1.a Tim. 3:16).

Jesús felicita a Pedro por esta confesión, que nadie, sino el Padre, por el Espíritu, ha podido revelar del Hijo, y añade: «Tú eres Pedro -una piedra y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia.» Advirtamos que Cristo no dice: «y sobre ti edificaré Mi Iglesia» no la edifica sobre la persona de Pedro como tal. Tampoco dice: «y sobre esta piedra -que soy Yo- edificaré Mi Iglesia», puesto que ni la expresión gramatical ni el sentido de la frase admiten tal interpretación. Jesús no funda Su Iglesia sobre la persona de Pedro, pero el sentido de piedra kefa) no es ajeno a Pedro en cuanto roca-confesante. Estamos de acuerdo con A. H. Strong:

«Los Protestantes se e equivocan al negar en Mateo 16:18 la referencia a Pedro: Cristo reconoce la personalidad de Pedro en la fundación de Su Reino. Pero los de Roma verran igualmente al ignorar que es la confesión de Pedro lo que le constituye "roca"».

En otras palabras, la única Roca objetiva a Piedra Angular de la Iglesia es Jesucristo y sólo Él. Pero Pedro es también un relevante «themélios» o cimiento piedra fundamental de la Iglesia; una de las tres grandes «columnas» (Gal. 2:9 nótese el epíteto «Cefas», o «kefa», en labios de Pablo en dicho texto-), por cuanto con su testimonio apostólico - común a los Doce, pero de especial relevancia en él - echó los fundamentos de la fe cristiana, la cual se basa, hasta el fin de los siglos, en dicho testimonio apostólico.

¿Por qué se dirigió Jesús a Pedro en tal ocasión? Porque Pedro había respondido en representación de los Doce, e incluso en nombre de toda la Iglesia en ellos representada. Oigamos a Agustín de Hipona:

«En esta confesión, Pedro representaba a toda la Iglesia... Por consiguiente dice, sobre esta piedra que has confesado, edificaré Mi Iglesia. Pues la piedra era Cristo, y el mismo Pedro fue edificado también sobre este fundamento.»

De manera parecida se expresa la mayoría de los llamados «Santos Padres». Aunque dichos «Padres» no son infalibles, merecen cierto crédito en la medida de su antigüedad y conocimiento de la Palabra de Dios y, por eso, Lutero, Calvino y muchos teólogos evangélicos no han desdeñado su testimonio, sino que los citan a menudo. Para mejor entender toda esta pericopa, analicemos brevemente el resto de ella:

2.3.1. «... edificaré Mi Iglesia». G. Gander sostiene que la frase «edificaré Mi Iglesia» implica la construcción de la Iglesia como la «casa», edificio o templo de Cristo, a la luz de Jn. 2:19-22. Metáfora que se entrelaza con la de «cuerpo» en Ef. 4:12, 16, y está explícita en Ef. 2:20; 1 Cor. 3:11; 1ª Ped. 2:4-8; Арос. 21:14. Dentro de esta interpretación se explica mejor todo el alcance de la frase siguiente.

2.3.2. «Y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.» Las puertas del Hades. (término griego que vierte el «sheol» de los judíos) no son los poderes del Infierno, ya que el Nuevo Testamento sitúa los poderes diabólicos en las regiones superiores de nuestra atmósfera terrestre o «primer cielo» (cf. Ef. 6:12), sino los poderes de la muerte; con la frase se indica, no que la Iglesia sea infalible ni indefectible, sino que como edificio construido por Cristo- está a salvo de los embates del sepulcro, porque Cristo ha vencido a la muerte y esta victoria es extensiva a los Suyos, los cuales son «piedras vivas»(comp. 1.a Pedro 2:5 con Mat. 12:40, 16:21; Jn. 2:19-22; Rom. 6:9; 1ª Cor. 15:55-58). Siendo la Iglesia el edificio construido por Cristo sobre la Roca, es claro que ninguna tempestad, vendaval o inundación podrán echarla por tierra (Mateo 7:24; Luc. 6:48).

2.3.3. Y a ti te daré las llaves del reino de los Cielos. En esta frase se pretende fundar el llamado «poder de las llaves» atribuido a las jerarquías eclesiásticas, en el sentido de que el sacerdocio ministerial, y especialmente los obispos y el Papa, tienen el poder de abrir y cerrar las puertas de la salvación, ya mediante la jurisdicción en el fuero externo, por la cual admiten dentro de la Iglesia por el Bautismo y excluyen de ella por la excomunión, ya mediante la jurisdicción en el fuero interno del confesionario, absolviendo o reteniendo los pecados de quienes se acercan al tribunal de la Penitencia».

Para entender correctamente esta frase de Jesús es preciso tener en cuenta las siguientes observaciones: a) Como hace notar el propio H. Küng, Jesús no dijo: «A ti te daré las llaves de la Iglesia», sino «del reino de Dios». Pedro empleó estas llaves para abrir las puertas del «Reino» a los judíos el día de Pentecostés (Hech. 2), y a los gentiles en casa de Cornelio (Hech. 10). b) Los judíos entendían bajo la metáfora de las llaves: 1) la función de declarar abrir las Escrituras (V. Luc. 24:32); ésta era la llave del conocimiento; 2) la función de admitir a, o excluir de, la comunidad eclesial (Mat. 18:18); ésta era la llave de la disciplina. En este aspecto, la facultad de Pedro era extensiva a todos los discípulos (y después a cada iglesia local, por medio de sus oficiales), aunque Pedro llevase, como suele decirse, la voz cantante en el período narrado en los doce primeros. capítulos del Libro de Hechos.

G. Gander hace notar que la entrega de las llaves a Su Iglesia era una metáfora consecuente con el empleo hecho por Jesús del verbo «edificar» en relación con el nuevo «Pueblo de Dios, ya que a partir de Pentecostés los discípulos de Cristo ejercitarían el ministerio evangélico, según los carismas a cada uno concedidos, para la salvación de las almas, lo que implicaba el abrirles las puertas del Reino de los Cielos, cosa que los rabinos judíos no podían hacer. Es aquí donde Ef. 4:11 entronca con Mat. 13:52; 23:34, como realización de la promesa de enviar a Su Iglesia «escribas» dotados de carismas: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros.

2.3.4. «Y todo lo que atares en la tierra será atado en los Cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los Cielos.» Estas palabras se extienden a los demás discípulos en Mat. 18:18. «Atar y desatar», en el argot rabínico, indicaban la función del escriba judío de aplicar la Ley a los casos particulares (hoy diríamos: de sentar jurisprudencia), para permitir o prohibir ciertas acciones de acuerdo con una determinada interpretación de la Ley.

Así se podía hablar de que lo que, por ejemplo, la escuela de Hillel «ataba», la escuela de Shammai lo «desataba», o viceversa. El fondo veterotestamentario de esta expresión la hace sinónima de «abrir y cerrar cuando, como aquí, se halla dentro de una metáfora de edificio. Gander lo demuestra haciendo referencia a lugares como Mateo 12:29; Marc. 5:3; 7:35; Luc. 8:29; 13:16; Hech. 20:22 (presentado también de otra forma en In. 20:23).

Dentro de este contexto se pueden interpretar mejor Mat. 16:19; 18:15-22 y el ya aludido y tan falseado texto de Jn. 20:23, especialmente a la luz que arrojan otros pasajes-clave como Luc. 24:47 y 2 Cor. 5:18-20 (donde el <<<ministerio de la reconciliación» se identifica con la palabra de la reconciliación», es decir, con la predicación del mensaje de salvación).

Sobre el oficio de Pedro en la primitiva Iglesia, con la consiguiente discusión de los privilegios que se han atribuido tanto a él como a sus pretendidos sucesores, hablaremos más adelante.

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